El corazón de Pedro pareció volver a la vida. ¿Paula lo echaba de menos?
—¿Sabes? De lo único que me arrepiento en la vida es de no haber formado una familia. Ojalá lo hubiera hecho. Pero bueno, al menos tuve suerte y encontré a un hijo en un campus universitario.
Pedro sonrió. Esteban había hecho por él todo lo que un buen padre habría hecho por su hijo. «Ese hombre no es tu padre». Eso había dicho Paula, y era cierto. Ricardo no había sido ni su padre ni su modelo a seguir. esteban, en cambio… Era su padre. Pedro lo escuchaba, lo emulaba cuando podía y se había mudado a San Francisco para estar más cerca de él. ¿Por qué había tardado tanto tiempo en verlo? No podía querer más a ese hombre.
—No mucha gente tiene esa suerte —continuó Esteban—. ¿Vas a permitir que se te escape la mujer a la que amas?
No, no quería, pero ¿Y si la hacía sufrir? ¿Y si un día perdía el control con ella como Ricardo con su madre? Aunque él no era como Ricardo, ¿No? Su oscuridad era fruto del odio y del dolor, pero siempre intentaba ser mejor que su padrastro y ser más como Esteban, como el hombre que ahora lo miraba con amor y orgullo, que creía en él. Con Paula, él era todo lo que siempre había querido ser. La amaba tanto que estaba dispuesto a renunciar a ella y a que encontrara el amor con otro hombre. Sufriría, pero al menos estaría en paz sabiendo que era feliz. Sin embargo, según Esteban, ella no era feliz, y si estar juntos los hacía felices a los dos, ¿Por qué seguir castigándose? Su amor no sería como el que había vivido su madre; no sería una trampa llena de tormento. Su amor sería algo brillante y puro.
—No voy a permitirlo.
Miró el reloj. Si se daba prisa, llegaría a Crème antes de que cerrara.
—Puedes cerrar al salir.
Esteban se recostó en la silla con una mezcla de petulancia y orgullo. Antes de entrar en la casa, Pedro se detuvo un instante, miró atrás y dijo:
—Aquel día yo también conocí a mi padre, Esteban.
Crème seguía abierta cuando Pedro, en vaqueros y suéter, estacionó cerca de la entrada. Alivio, miedo y emoción lo recorrieron en igual medida. Hacía semanas que no veía a Paula, y al entrar en el establecimiento una extraña sensación de paz lo invadió. La sensación de volver a casa tras mucho tiempo. La vió sonreír a los clientes, pero en cuanto todos se marcharon y ella se vió sola, esa sonrisa se desvaneció. Sin levantar la mirada, Paula se dió la vuelta y se dispuso a rellenar una vitrina.
—¿Cuánto cuestan los rollos de canela?
Paula se giró. Sorpresa, alegría, rabia, tristeza… Todas esas emociones le surcaron el rostro una detrás de otra.
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