miércoles, 22 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 51

La invitación le llegó al despacho esa misma tarde. Paso uno completado. Sin embargo, Pedro no estaba feliz. Algo había cambiado entre Paula y él. Quería proteger lo que tenían ahora, pero cualquier cambio de planes podría afectar al objetivo y a la vida de ella. Por eso continuaría actuando según lo acordado, y cuando Arum cerrara el acuerdo, entonces todo habría merecido la pena. O, al menos, eso esperaba. Levantó la invitación con el logotipo de Zenith. Todo dependía de ese evento. Su futuro y el futuro de IRES. Pero lo que de verdad necesitaba era pasar tiempo con Paula lejos de todo eso. Un tiempo solo para ellos.


Paula, luciendo la gargantilla de diamantes amarillos que Pedro le había regalado justo antes de salir de casa, estaba recostada en él en la parte trasera del coche. Los dos iban vestidos de negro por indicación de la invitación y de ahí el regalo del collar. Él se había negado a verla con un tono tan apagado y había querido aportarle algo de color. Ella miraba por la ventana, pero él sabía que no miraba nada en particular. La besó en la sien.


—No estés nerviosa. No voy a perderte de vista.


Paula suspiró. Pedro deseaba estar con ella en cualquier otro lugar, pero, por el bien de los dos, no podía desviarse de su objetivo. Al llegar al lujosísimo hotel donde los ricos e influyentes de San Francisco llevaban más de cien años cerrando acuerdos, él bajó del coche, le abrió la puerta a ella y la ayudó a bajar. Todas las cabezas se giraron cuando entraron en la sala de la mano.


—¿Estás lista? —le susurró al oído.


—Es curioso, iba a preguntarte justo lo mismo —dijo Paula sonriendo.


Pero él sabía que estaba nerviosa.


—Mira, ahí viene nuestra primera prueba —dijo Pedro al ver a Gonzalo acercarse—. Chaves —añadió tendiéndole la mano.


—Alfonso —respondió Gonzalo estrechándosela—. ¿Cómo estás, Paula? —dijo al darle un beso a su hermana.


—Feliz.


Paula sonrió y Gonzalo debió de creérselo, porque agachó los hombros, ya fuera de alivio o de resignación. Bueno, al menos era un comienzo.


—Bien, me alegro —añadió Gonzalo con tristeza—. La casa no es la misma sin tí.


—Pues vas a tener que acostumbrarte, Gonza.


Paula sonrió a Pedro y a él se le encogió el corazón. Sin pensarlo, la besó en la sien y esbozó una pequeña sonrisa. Gonzalo se fijó. Todo el mundo se fijó.


—¿Te apetece beber algo? —le preguntó Pedro a Paula con la intención de darle un momento a solas con su hermano.


—Sí, por favor.

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