Había pensado que sería un simple beso, pero ¡Qué equivocado había estado! En cuanto sus labios se habían rozado, se había sentido como si hubiera estado toda la vida buscando una respuesta y Paula se la hubiera dado. Había besado a muchas mujeres, así que de inmediato había notado la inexperiencia de ella. Por eso, muy a su pesar, había sido delicado. Pero cuando ella se había sentido lo bastante segura para devolverle el beso, a él le habían entrado ganas de apartarlo todo de la mesa y tenderla ahí y besarla hasta irritarle los labios con la fuerza de su deseo. Aún podía sentir el dulce roce de sus manos sobre su torso. Se miró la camisa y vio las arrugas ahí por donde ella lo había agarrado. Paula había querido más de él y él había querido dárselo. Si los aplausos no lo hubieran hecho volver en sí, a saber dónde habrían acabado. Ella podía hacerle perder el control y por eso suponía un peligro para él y para sus objetivos. Durante años Pedro se había mantenido centrado en IRES, que era lo único bueno que tenía en la vida. Debía asegurarse de que su empresa prosperara porque cuanto más éxito tuviera IRES, más se alejaría él de la pobreza de su infancia. Y, aun así, quería volver a besarla. Era inaceptable. Había trabajado demasiado como para ahora perderlo todo por una simple atracción. Había sufrido demasiado, sacrificado demasiado, como para dejar que su libido lo estropeara todo. Las emociones y el deseo nublaban la mente. No podía permitir que eso le pasara después de todo lo que había sufrido su madre. Paula y él se necesitaban mutuamente. Sobrepasar los límites no los beneficiaría a ninguno. No podía permitir que volviera a producirse un beso así. Por el bien de los dos. Ahora tenía que lograr que ella volviera a sentirse cómoda con él porque, si seguía tan tensa a su lado, nadie se creería que estaban prometidos.
—Paula…
Ella se tensó, pero, despacio, se giró hacia él.
—No hace falta que digas nada. Lo siento.
—¿Por qué?
—Por el beso.
Pedro giró el volante y se detuvo bajo un árbol.
—¿De qué hablas?
—Me… Me he dejado llevar y luego he visto tu expresión…
—Paula, mírame —dijo Pedro y, cuando ella no lo hizo, le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo—. No tienes que disculparte por nada. Somos adultos, nos hemos besado y ha estado bien. Lo que has visto en mi cara era frustración por desearte tanto y estar en público. ¿Te ayudaría saber que, aunque no vaya a hacerlo, quiero volver a besarte ahora? Si estás tan tensa, nadie va a creer que estamos felizmente prometidos. ¿Es eso lo que quieres?
—No.
—Tienes que estar igual de cómoda conmigo que antes. Dame la mano.
—¿Qué?
—Dame la mano.
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