viernes, 24 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 58

Se apoyó en la pared que tenía detrás y su acalorada piel agradeció el frío de la superficie. Paula, que lo miraba fijamente, tenía la piel encendida y la respiración cada vez más entrecortada. Y cuando ella empezó a mover los dedos más deprisa, él hizo lo mismo con la mano. Los sonidos de sus gemidos se entrelazaron y resonaron en el silencio de la habitación.


—Paula…


Ella se detuvo y él hizo lo mismo. Lo controlaba. Con una pícara sonrisa, Paula se alzó sobre los codos y le lanzó una mirada desafiante. Verla consolidar su poder era lo más sexi que había visto nunca. Paula había derribado los muros que él había levantado a su alrededor y lo había dejado expuesto y desprotegido. Ella veía sus sonrisas y sus risas. Su habilidad para bromear y ser juguetón. Y no porque él se lo hubiera permitido, sino porque no podía ser de otra manera cuando estaba con ella. Se había convertido en su lugar seguro. Saber que ella lo veía le daba paz, y adoraba esa sensación. A partir de ahora ya no le ocultaría nada. Nada excepto esas dos palabras que no pronunciaría jamás. Paula, jadeante y a punto de perder el control, cerró los ojos y se tendió de nuevo en la cama.


—No, deja los ojos abiertos. Quiero que veas lo que me haces.


Y Paula los abrió. Esa mirada de obsidiana no flaqueó ni un instante mientras ella deslizaba los dedos entre sus pliegues, más y más rápido hasta que empezó a gritar su nombre y se detuvo.


—No pares. Sigue.


Los dedos de Paula se movían tan rápido como la mano de él, y entonces Pedro sintió todo su cuerpo tensarse con una descarga de placer. Con la visión borrosa y apenas sin respiración, sin fuerza, apoyó la cabeza en la pared para recuperarse un instante antes de poder subir a la cama. Una vez ahí, se tendió sobre ella y acarició su suave piel antes de besarla con ternura.


—¿Ves lo que me haces? Me tienes en la palma de la mano.


—Pedro… —respondió ella contra su cuello produciéndole un escalofrío.


—Tú me haces lo mismo.


Pedro se tumbó boca arriba y se llevó a Paula hacia sí, abrazándola con fuerza. Ella apoyó la cabeza en su pecho. El final se acercaba. Por eso estaba decidido a saborear cada momento con Paula; porque sabía que no volvería a experimentar algo así. Con las piernas entrelazadas con las de él y el brazo sobre su torso, ella acariciaba el árbol que Pedro tenía grabado en la piel.


—¿Te dolió?


—Sí.


—¿Cuándo te lo hiciste?


—En la universidad. Después de conocer a Esteban y permitirme creer en un futuro donde yo tenía todo el poder.


Aunque Pedro hablaba con tono sereno, se le había acelerado el corazón y estaba mirando por la ventana. Parecía consumido por la pena. Paula tuvo que controlarse para contener las lágrimas.

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