miércoles, 29 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 69

Paula tenía los ojos anegados en lágrimas y la voz se le había roto al pronunciar esa última palabra, pero él no podía permitirse reconfortarla. Miró hacia la ventana.


—Soy un monstruo. ¿Nunca te has preguntado por qué no tengo mucha competencia? Saco a la gente del negocio. Hago lo que sea por ganar.


Se giró hacia ella y habló con toda la frialdad que pudo. Al fin y al cabo, sabía mentir bien.


—Vete, por favor.


—No eres un monstruo —dijo ella llorando—. Si es por lo de ayer… No eres él. Tú eres bueno y noble.


—Solo has visto lo que querías ver. Ricardo tenía razón. Disfruté dándole una paliza, y él no ha sido el único. Así soy yo. Ya te dije que no soy el héroe de esta historia y ahora te lo digo por última vez. Vete. No te quiero.


Paula alzó la barbilla. No suplicó y él se sintió orgulloso de ella. Era una mujer fuerte. Estaría bien.


—Vale. Devuélvelo —dijo Paula dispuesta a quitarse el anillo.


—No. Quédatelo.


—Gracias por lo que has hecho por mí. Buena suerte con IRES. Mandaré a alguien a recoger mis cosas.


Paula se marchó sin decir adiós y él vió a la mujer que amaba salir de su casa.


No podía respirar. Se quedó mirando la puerta hasta que estalló y volcó la mesa de cristal, que se rompió llenando el suelo de cristales. Paula se había ido. Y él estaba solo en casa, como siempre había preferido.


Paula contó los pasos hasta la puerta y de ahí al coche. Siguió contando. Lo que fuera con tal de evitar derrumbarse, de pensar en el hombre que dejaba atrás. El hombre que decía que no la quería a pesar de que ella había sentido su amor en cada caricia que le había dado la nocheanterior. Pero si quería estar solo, no podía forzarlo. Fue pensar en no volver a verlo lo que hizo caer la primera lágrima. Su corazón y su alma estaban fracturándose y dentro de esa fisura estaban cayendo todos los recuerdos que habían creado juntos. Arrancó el coche, respiró hondo y condujo hacia la casa en la que había crecido. No sabía por qué, pero quería ver a su hermano. Intentando contener las lágrimas, sacó las llaves del bolso, y justo en ese momento la puerta se abrió.


—¿Pau? —dijo Gonzalo primero sorprendido, luego preocupado y después furioso.


—Gonza…


Paula soltó un sollozo cuando su hermano la abrazó.


—¿Qué ha pasado?

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