viernes, 24 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 60

 —Solo eras un niño, Pedro. Sobreviviste lo mejor que pudiste —dijo Paula mientras unas lágrimas le rodaban por las mejillas.


—La primera vez que le pegó fue después de que hubieran discutido por mí.


Paula se acurrucó a él, acariciándole la oreja con la nariz, y él la recompensó con una diminuta sonrisa.


—No fue culpa tuya, ¿Me oyes?


Pedro no respondió y se quedaron en silencio un buen rato. 


—¿Y esto? —dijo ella tocando el aro dorado que llevaba en el cartílago de la oreja. Se lo preguntó en un intento de hacerlo hablar.


Pedro sonrió.


—Un poco de rebeldía.


—¿Aaaah?


—Enseguida aprendí que la mejor forma de evitar a mi padrastro era no estar en casa, así que en cuanto crecí lo suficiente, me puse a trabajar después de clase en un estudio de piercings y tatuajes. Era menor, pero lo bastante alto y fornido para aparentar más edad. Y me pagaban en metálico. Ahorré cada centavo para escapar.


—¿Pero esperaste a tener la beca de la universidad?


—Sí. Era la mejor manera de poder irme de forma permanente y, además, sabía que acabaría el instituto antes de tiempo.


—¿Y entonces cuándo te hiciste el pendiente?


—Poco después de que muriera mi madre. No me habría atrevido a hacerlo antes porque sabía que a él no le haría ninguna gracia…


—Y lo pagaría con tu madre.


Pedro asintió.


—Quería provocarlo, aunque para entonces él ya no podía hacerme nada. Al estudio solían ir tipos muy duros y me enseñaron a pelear lo justo para que cualquiera se lo pensara dos veces antes de meterse conmigo. Lo que no sabían era que también estaban ayudándome con mi padrastro.


Pedro apretó la mandíbula con un gesto de absoluta desolación. Lo que fuera que hubiera pensado en ese momento debió de haber sido totalmente angustioso.


—Me gusta —dijo Paula—, pero no sé…


—¿Por qué no me lo quito para que me ayude a encajar?


Ahí estaba otra vez, leyéndole la mente.


—Sí.


—Porque no quiero encajar. Esta cosita es un recordatorio constante de mi procedencia.


Ahora Paula lo entendió todo. Los trajes eran su armadura, su disfraz, pero el pendiente era ineludible. Cada vez que lo viera, recordaría quién y qué era. Y también lo recordarían todos los que se toparan con él. No formaba parte del mundo de ese grupo de gente. Él había crecido sin privilegios. Él había luchado. Había luchado por todo lo que tenía. Se lo había ganado. Su reputación decía «Implacable», pero su apariencia les decía a cada uno de los empresarios de Zenith que también era peligroso, porque podía superarlos a todos aun habiendo venido de la nada. Paula le besó la mandíbula y, cuando Pedro se giró para mirarla, lo besó con toda la pasión que despertaba en ella, intentando ser un bálsamo para su alma. Tenía que sacarlo de esa jaula porque merecía liberarse de la gran carga que llevaba encima. Y si había alguien que entendiera cuánto significaba la libertad, esa era ella.

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