Pero Paula eligió acompañarlo en lugar de quedarse con su hermano, y con ello avivó unas emociones para las que Pedro no estaba preparado.
—Alfonso, espera —dijo Gonzalo cuando los dos se giraron para marcharse—. Quiero hablar contigo.
—¿Sobre…?
—El acuerdo energético.
Pedro se tensó y miró a Gonzalo, que añadió:
—Si quieres entrar, estoy dispuesto a ayudarte, pero con una condición. Haz feliz a Paula. Sé que puedes protegerla, y te lo agradezco, pero si me entero de que la has utilizado, no solo no conseguirás el acuerdo, sino que me aseguraré de que nadie en San Francisco vuelva a trabajar contigo.
—¡Gonza! —lo reprendió Paula.
—No hay problema —dijo Pedro alargando la mano.
Gonzalo se la estrechó con firmeza.
Paula y él fueron hacia la barra, pero, antes de llegar, se vieron rodeados por un grupo de gente. Aunque Pedro ya conocía a algunos, se quedó allí durante las presentaciones, estrechando manos y haciendo cumplidos. Esa era la gente que necesitaba de su parte. Los accionistas de Arum.
—¡Enhorabuena por vuestro compromiso! —dijo una mujer cubierta de joyas—. ¿Puedo ver el anillo?
Pedro rodeó a Paula por la cintura para acercarla a sí mientras ella extendía la mano izquierda.
—¡Ay, qué preciosidad!
—Lo ha elegido Pedro—dijo Paula.
—Tiene un gusto estupendo.
—Eso está claro —dijo él mirando a Paula realmente conmovido.
—Alfonso, he de decir que me sorprendió lo de su compromiso. Creo que nos sorprendió a todos —dijo un hombre canoso.
—Hay cosas que no están hechas para que las vea el mundo.
Fuera lo que fuera lo que había entre los dos, era solo de ellos.
—No podría estar más de acuerdo —respondió el hombre—. Te he visto hablando con Gonzalo.
—Es el hermano de Paula.
—Ya, pero imagino que sabrás que si puedes convencerlo y vota a tu favor, puede que los demás hagamos lo mismo. Llámame —añadió el hombre dándole una tarjeta—. Espero verte mucho más por estos eventos.
Eso fue música para sus oídos.
Cuando por fin llegaron a la barra, Pedro pidió la bebida y se situaron en un rincón. Llevaba toda la noche muy pendiente de Paula. Ahora estaba acariciándole la mejilla y besándola con dulzura.
—Deberíamos estar relacionándonos con la gente —dijo ella en voz baja.
—Eso me da igual —le susurró él al oído produciéndole un cosquilleo—. Solo quiero llevarte a casa y devorarte hasta dejarte sin aliento y jadeando.
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