lunes, 6 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 34

Notó la pared contra la espalda y el muslo de Pedro entre las piernas, alzándola, mientras él le acariciaba los pechos y jugueteaba con sus pezones. Paula gimió con fuerza y acercó las caderas a él. Nunca había hecho algo así con un hombre…


—Buena chica —le susurró Pedro al oído antes de mordisquearle el lóbulo de la oreja.


Sin dejar de acariciarle los pechos, le cubrió de besos el cuello y un hombro mientras ella emitía gemidos y respiraciones entrecortadas. Y entonces, sin previo aviso, la agarró por los muslos y la levantó. Ella soltó un grito ahogado cuando su sexo se topó con la fuerza de su dureza. Era la primera vez que sentía algo así. Nunca se había aferrado a su virginidad como si fuera una especie de tesoro, simplemente no había ansiado ese grado de intimidad cuando era más joven y, desde luego, no había querido tenerlo con Javier. Pero ahora estaba deseando compartirla con Pedro. Se miraron. Ambos habían caído en su propia trampa. La bestia que había dentro de él se desató al presionar las caderas contra las de ella haciendo que se le acelerara el corazón.


—Dámelo, Paula —dijo él con voz baja, estrangulada.


Y entonces ella se derrumbó, sacudida por un placer que no había conocido antes. Pedro volvió a besarla y de pronto ella se vió sentada en su regazo, en una silla, sin saber cómo había llegado ahí. Él la abrazó hasta que ella recobró el sentido. ¿Qué había hecho? Paula había perdido el control y ahora no sabía qué decir. Pedro la besó en la cabeza y ella contuvo un suspiro. Era lo más agradable que había sentido nunca.


—He hecho postre… —dijo medio riéndose.


—Creo que con esto vale —contestó él antes de besarla en el cuello—. Es tarde. 


Paula asintió. Los dos necesitaban un poco de espacio después de lo que había pasado. Ella se levantó y salió del despacho. Lo dejó allí sentado, con gesto tenso. ¿Qué estaría pensando? ¿Estaría arrepentido? Recogió la mesa antes de que él saliera del despacho y después cerró el local y dejó que la acompañara al coche. Cuando Pedro la besó en la mejilla, ella no supo si el gesto formaba parte de la farsa o si era algo más. Se marchó conduciendo mientras pensaba que si había cometido un error… No podía lamentarlo. El último cliente de Crème se había marchado. Aún no había anochecido, pero ella cerró encantada. Ya había mandado a casa a todos los empleados y el local estaba impoluto, incluida la mesa que había estado distrayéndola todo el día con recuerdos de la noche anterior. Al entrar en el despacho para apagar el ordenador y ver la pared, se sonrojó. Tenía que protegerse el corazón de Pedro. Estaba olvidándose demasiado rápido de los motivos por los que estaba haciendo lo que estaba haciendo. Se colgó la bolsa del portátil, cerró el despacho con llave y volvió a la parte delantera de la tienda.


—Paula.


Se sobresaltó y se le cayó la bolsa.


—Javier, me has asustado. ¿Qué haces aquí?


Era una pregunta lógica, ya que era la primera vez que Javier entraba en su tienda.


—No pretendía asustarte —dijo él acercándose—. Solo he venido a hablar.


—Vale… —respondió ella vacilante.


—Ya sabes de qué vengo a hablar.

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