Paula negó con la cabeza y contempló el lago Stow. Él, en cambio, la miraba solo a ella.
—Sé que ya lo he dicho, pero gracias por lo de esta noche.
Cuando Paula lo miró, él se perdió en esos ojos insondables que parecían contener el universo entero.
—Mi familia y yo íbamos mucho al teatro cuando era pequeña. Mi padre me parecía perfecto en todos los sentidos y todos estábamos muy unidos, sobre todo Gonzalo y yo. Pero lo del matrimonio concertado con Javier lo cambió todo. La relación con mi padre no volvió a ser la misma y así siguió hasta que murió. Ojalá hubiéramos podido arreglar las cosas. Por otro lado, estoy furiosa con él, furiosa porque me prometiera con Javier, porque muriera antes de poder cumplir su promesa de romper ese acuerdo, porque siento que no hizo todo lo que podía haber hecho. Y ahora tengo toda esa rabia volcada en Gonzalo y en mi madre.
—Tienes todo el derecho a estar furiosa. La gente que debería haberte protegido no lo hizo. Me asombra que trates a todo el mundo con tanta amabilidad, sin perder la sonrisa, después de que el mundo te haya fallado.
—No me ha fallado. Y tú tampoco —dijo sonriendo—. Sé que tengo derecho a sentirme traicionada y enfadada, pero me niego a vivir así. En este mundo también hay gente buena, así que siempre opto por ver lo mejor en todo.
Igual que hacía con él. ¿Pero seguiría pensando lo mismo cuando viera la oscuridad de su corazón? ¿El motivo por el que él no se permitía amar? De pronto, sin ser consciente, Pedro dijo:
—No recuerdo mucho de mi vida en Los Ángeles después de que muriera mi padre, pero sí que recuerdo el día que nos mudamos a Lupine Heights con mi padrastro. Tenía seis años y en cuanto pisé aquella casa pequeña y oscura, supe que no quería estar allí.
Sintió los brazos de Paula rodeándolo mientras seguía perdido en los recuerdos.
—Desde el primer día no pude soportar cómo miraba a mi madre, aunque entonces no entendía el porqué. Después de la boda él empezó a beber de forma constante y, cuando se emborrachaba, perdía el control por completo. Mi madre intentaba complacerlo, hacerlo feliz con la esperanza de que así él no tuviera motivos para pagar sus cambios de humor con nosotros.
Miró a Paula con la esperanza de que ella entendiera por qué quería ayudarla, protegerla de Javier, ya que nunca había podido proteger a su madre.
—Pero no sirvió de nada. La primera vez que le pegó, mi madre me hizo esconderme en el armario. Yo lo oía todo y, cuando no pude soportarlo más, salí corriendo hacia ella. Estaba en el suelo, encogida de miedo, y aquella fue la primera vez que sentí rabia. Me tiré a por él, pero yo era un crío y me apartó de un empujón. Me arrodillé al lado de mi madre…
«No te preocupes, cariño, estoy bien». Aún podía oír la voz de su madre, ver su débil sonrisa salpicada de lágrimas.
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