—¿Y qué haces?
—Krav Maga.
—¿Krav…? ¡Eso no cuenta!
En ese momento Paula entendió la suerte que había tenido Javier de haber salido ileso de Crème.
—¿Te haría feliz que hiciera otra cosa? —le preguntó él con picardía en la mirada.
—A lo mejor…
Sonriendo, Pedro la tendió en el banco, le subió la camiseta hasta la cintura y acercó la boca a su sexo. Antes de que se le nublara la cabeza de placer, Paula se grabó el único objetivo que tenía ahora: Ayudar a Pedro a vivir su vida de verdad. Ahora sí que iban tarde los dos, pero a él no le importó. No cuando estaba deslizando los labios sobre los de Lily mientras el agua de la ducha les caía encima. Sujetándola contra su pecho, le deslizó los dedos adentro y afuera y oyó sus gemidos resonar por el baño hasta que la hizo derrumbarse y gritar de placer. Después la enjabonó y la dejó ahí.
—Una promesa de lo que vendrá luego —le susurró al oído.
Pedro no podía creerse que Paula hubiera pensado que él no había disfrutado con ella. Estaba seguro de que el sexo ya no volvería a ser lo mismo después de esa noche, después de que ella saliera de su vida… Porque en algún momento se marcharía. Salió de la ducha, se envolvió una tolla a la cintura y continuó con la rutina que había seguido cada mañana desde que se había marchado de casa de su padrastro: ejercicio, ducha, afeitado y trabajo durante todo el tiempo que requiriera cumplir el objetivo de la jornada. Así cada día. Siempre le había bastado con eso, pero ahora quería más. Miró a Paula por el espejo. No la merecía. La perdería. Era inevitable. Todo el mundo se iba de una forma u otra. Su padre había muerto antes de que él tuviera oportunidad de conocerlo, su madre había vivido un tormento antes de morir y ella se marcharía porque buscaba libertad. Así que él tenía dos opciones: Apartarla ya de su lado o disfrutar de lo que tenían mientras durara. Pero ninguna le servía porque la necesitaba tanto como respirar.
—Arum celebra la cena Zenith pasado mañana —dijo Paula mientras se secaba el pelo.
Zenith era una exclusiva red de contactos creada por las familias más ricas de San Francisco.
—Ya.
—Sabes que eres mi acompañante, ¿Verdad? Aunque no recibas una invitación, asistirás de todos modos.
—Lo sé, pero tener una invitación propia me ayudaría a convencer a esa gente de que trabaje conmigo.
—Aún tienes tiempo.
Sí, pero no tanto. Cuanto más tardaran en aceptarlo en ese grupo, más se alejaría el acuerdo con Arum.
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