—Exquisita.
—Tú tampoco estás nada mal.
Pedro sonrió, algo que últimamente hacía cada vez más, y fueron al coche.
Una vez en el teatro, sentados y de la mano, él le besó los dedos.
—Bueno, ¿Vas a necesitar traductor? —dijo ella con tono de broma.
—Me las apañaré —contestó él con una risita.
Pedro supo que siempre recordaría ese momento. Oyó el comienzo de la obra y miró de vez en cuando, pero tenía toda su atención puesta en Paula, en las emociones que se le reflejaban en la cara, en esa sonrisa que nunca flaqueaba. Acariciándole los nudillos, se inclinó para besarle el pelo y al momento, sin apenas darse cuenta, ya estaba de pie aplaudiendo con el resto del público mientras el elenco salía a saludar y el telón bajaba. Cuando vió que a ella se le saltó una lágrima, le besó la mejilla para atraparla, orgulloso de haberle dado algo que la hubiera conmovido y emocionado tanto.
—¿Te ha gustado?
—Muchísimo. No sabes lo que esto significa para mí.
—Venga, vamos.
Salieron del teatro evitando a los que querían hablar con ellos e ignorando los inconfundibles flashes de una cámara. Ya en el coche, él, sin querer poner fin a la noche, preguntó:
—¿Te gustaría dar una vuelta conmigo?
—Me encantaría.
Condujeron por las oscuras calles sumidos en un agradable silencio. No hacían falta palabras para lo que fuera que estaba pasando, formándose, entre los dos. Al cabo de un momento estaban recorriendo los serpenteantes caminos del Golden Gate Park. Estacionaron a un lado de la carretera y caminaron hacia el puente. La resplandeciente luna llena, que lo salpicaba todo con un brillo plateado, era la única fuente de luz, pero bastaba para ver el camino. Aun así, Pedro la levantó en brazos.
—¿Qué haces? —preguntó ella riéndose.
—Ahorrándote un esguince de tobillo.
Por supuesto, Pedro ya había estado en Strawberry Hill. Había visto a parejas y familias paseando o navegando por allí y nunca lo había entendido. No hasta ahora, que tenía a alguien especial con quien disfrutar del lugar. Una pagoda con columnas de color rojo intenso se alzaba junto al agua. Él dejó a Paula en el suelo después de subir las escaleras y situarse junto a la baranda de piedra.
—Qué precioso y qué tranquilo es esto —dijo Paula apoyándose en él.
Pedro le echó un brazo sobre los hombros y la acercó a sí para besarla.
—¿Tienes frío?
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