Paula negó con la cabeza a la vez que se dirigía al ventanal que iba de suelo a techo. Desde ahí se podían ver el Ferry Building, el puente de la bahía extendiéndose sobre el horizonte y el mar resplandeciendo como si tuviera diamantes flotando en él. Con el corazón acelerado al sentir de pronto el calor de Pedro tras ella, se giró y le dijo:
—He venido por algo más.
—Dime.
—Me gustaría planificar nuestra segunda cita.
A Pedro le estaba costando no tocarla. Desde que Paula había entrado por la puerta, él solo había querido abrazarla y besarla, igual que la noche anterior. Ella llevaba el pelo recogido y un top cobalto con vaqueros. Nunca había visto una mujer más preciosa. Verla le hacía olvidar a todas las que había conocido antes.
—¿Te gustaría?
—Sí. Lo único que tendrías que hacer sería estar en Crème mañana por la tarde. A las ocho.
—Para que nos vea la gente —respondió él, aunque preferiría estar a solas con ella.
Apenas había podido dormir la noche anterior pensando en volver a sentir sus labios en los suyos, sus manos en su cuello…
—Sí. Cerraré a las cinco y a las seis ya se habrá ido todo el mundo. Cuando la gente vea tu coche aparcado en la puerta de mi tienda «Cerrada», se correrá la voz.
—Muy bien, allí estaré.
—Genial. Bueno, tengo que volver al trabajo.
—Te acompaño a la puerta.
La agarró de la mano y juntos salieron del despacho haciendo que todos giraran la cabeza a su paso. Después la llevó a unos ascensores que solían estar menos concurridos. No sabía por qué hacía eso si lo que necesitaban era que la gente los viera juntos, pero lo cierto era que quería estar a solas con ella un momento. Entraron en el ascensor y pulsó el botón de la planta baja, pero entonces le flaquearon las fuerzas al sentirla tan cerca, al sentir su aroma y la corriente que fluía entre los dos, y perdió el control. Pulsó el botón rojo deteniendo el ascensor de golpe y la besó en los labios a la vez que la llevaba contra la pared espejada. Ella, sin dudar lo más mínimo en devolverle el beso, le rodeó la cara con las manos. Sus labios se rozaron mientras él presionaba el cuerpo contra el de ella y en ese momento una marea de excitación lo golpeó con fuerza. Cuando deslizó las manos por el cuerpo de Paula y ella gimió, el sonido lo atravesó. Le levantó los brazos sobre la cabeza y, agarrándole las muñecas con una mano, le alzó un muslo y se lo colocó alrededor de las caderas a la vez que la rozaba con su excitación. A Paula se le escapó otro gemido y él bramó. De forma bestial. Desde la mandíbula hasta el cuello la besó saboreando con la lengua la dulzura de su piel y su aroma a flores y vainilla.
—Pedro… —le susurró ella al oído—. No podemos hacer esto aquí. Sería inapropiado.
Él levantó la cabeza y le bajó la pierna. Aún tenía la respiración entrecortada.
La besó en la frente.
—Besar a mi prometida no tiene nada de inapropiado.
Volvió a pulsar el botón y el ascensor reanudó el descenso. Después la acompañó al coche y la vió marcharse mientras maldecía la forma en la que Paual estaba amenazando su mundo, tan perfectamente ordenado.
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