miércoles, 29 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 70

 Ella abrió la boca varias veces, pero no logró articular palabra. Su hermano la llevó a la cocina, se quitó la chaqueta y se sentó a su lado en una de las butacas que rodeaban la gran isla de mármol.


—Ha anulado el compromiso —dijo sin mirar a su hermano.


—Sabía que te haría daño. No te preocupes, se lo haré pagar.


—¡No! —gritó Paula. Pedro ya había sufrido bastante—. No eches a perder el contrato, por favor.


—¿Cómo puedes pedirme algo así?


—Porque han pasado muchas cosas. Pedro… Es un buen hombre. Solo tiene algunas batallas internas que librar.


Paula jugueteaba con el anillo, grande, precioso y resplandeciente. Se lo había dejado puesto porque sentía que seguía vinculada a él, pero verlo en su dedo le dolía demasiado.


—Lo quieres —dijo Gonzalo como si no pudiera creérselo.


—Sí.


—Pau, he de admitir que una parte de mí deseaba que todo esto fuera una especie de treta.


Y así había empezado todo. Pero desde el primer momento había habido algo especial entre los dos.


—No quiero hablar de él —dijo ella llorando. No podía soportarlo. Ya lo echaba de menos, como si le hubieran arrancado una parte de su alma—. Era mi hogar. Nadie se ha preocupado nunca tanto por mí.


—No he sido un buen hermano, ¿Verdad?


—No —contestó Paula con suavidad.


Él se estremeció.


—No soporto verte sufrir y siento haber sido uno de los causantes de tu sufrimiento.


Paula no dijo nada. Simplemente se quedó mirando cómo danzaba la luz del sol sobre el diamante.


—No tengo justificación. Supongo que quería demostrarle algo a papá, pero debería haberte apoyado y ayudado. Siento haber intentado forzarte a hacer algo que no querías.


Paula finalmente miró a su hermano y vio auténtico remordimiento.


—¿Qué vas hacer con Pedro?


—No te preocupes por eso.


Él la rodeó con un brazo y ella apoyó la cabeza en su hombro.


—Te he echado de menos, Gonza.


—Y yo a tí, Pau.




Pedro estaba sentado en su despacho. Era de noche, todo el mundo se había ido hacía horas y ninguno de sus empleados se había despedido al salir. Lo habían evitado más de lo habitual. Desde que Paula se había marchado hacía tres semanas, se había centrado únicamente en IRES y había sido de lo más productivo. Solo había dejado de trabajar para dormir. Era lo único que había podido hacer para evitar pensar en ella; trabajar y pasar el menor tiempo posible en la casa que habían compartido y que ahora le resultaba demasiado grande, demasiado vacía. Su vida estaba vacía sin ella. Siempre había sabido que tendría que dejarla marchar y, aun así, se había permitido amarla.

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