viernes, 31 de enero de 2025

Busco Prometida: Epílogo

Un año después



El sol se colaba en la pagoda de Strawberry Hill y el lago Stow resplandecía mientras Paula apenas podía recordar dónde estaba ni prestar atención al pequeño grupo de familiares y amigos sentados a escasos metros de ella. Se miró las manos, rodeadas por las de Pedro, intentando que las lágrimas no le nublaran la vista. Poco a poco subió la mirada hacia él y se quedó sin aliento. Con esmoquin, el pendiente destelleando y el sol bañándolo de una luz dorada, estaba espléndido. Y era suyo. En todos los sentidos. El oficiante dijo algo que ella no alcanzó a captar porque seguía hechizada por Pedro, que en unos minutos sería su marido. Él le había dicho en una ocasión que no podría hacerla feliz, pero se había equivocado por completo. Cada día era más feliz que el anterior, y eso que su cuento de hadas no había hecho más que empezar. En solo un año habían pasado muchas cosas. Había abierto un bar de postres que los críticos ponían por las nubes, Gonzalo y ella habían arreglado su relación, y su madre se había mudado a San Francisco. Las cosas no eran perfectas, pero iban funcionando. Incluso había retomado las amistades que creía haber perdido. Sus amigas la habían recibido entre lágrimas y ahora se encontraban entre el pequeño grupo que estaba compartiendo ese día con ellos. Y Pedro… Cada día le había demostrado cuánto la quería. Por fin había dejado de culparse por la muerte de su madre y había aceptado que no se parecía en nada a su padrastro. Y aunque seguía siendo tremendamente disciplinado, había empezado a relajarse un poco. Aún le quedaba mucho camino por delante, pero ella no lo soltaría de la mano en ningún momento del recorrido.


—Pedro y Paula han escrito sus votos —dijo el oficiante, que le dió paso a Pedro.


—Paula, prometo protegerte siempre y apoyarte en todo lo que hagas. Prometo escucharte.


Él esbozó una amplia sonrisa y a ella se le aceleró el corazón al ver esos hoyuelos.


—Prometo ser tu mejor amigo y más fiel aliado, igual que tú conmigo, y entregarme a tí por completo en todos los sentidos.


Ya lo había hecho. Pedro no le ocultaba nada. Le permitía ver sus días malos y sus pesadillas, y ella lo amaba todavía más por eso. Pensó en la sorpresa que los esperaba en casa. La prueba de embarazo que se había hecho la noche anterior y que estaba deseando enseñarle.


—Pedro —empezó a decir ella con la voz cargada de lágrimas—, prometo elegirte siempre y apoyarte en todo lo que hagas. Prometo escucharte. Ser tu mejor amiga y tu más fiel aliada, igual que tú conmigo, y entregarme a tí por completo en todos los sentidos.


Pedro no podía dejar de mirar a Paula, con su pelo ondulado salpicado de unas preciosas flores, el vestido blanco tipo toga que destacaba contra su piel dorada, y sus ojos negros brillando por las lágrimas. Era una diosa y era suya. Pero no solo suya. Sabía lo de la prueba de embarazo, pero esperaría a que ella se lo dijese. Iban a tener un bebé que sería perfecto porque sería parte de ella. Estaba deseando que naciera, aunque, a juzgar por el vientre tan plano de Paula, para eso aún faltaba tiempo.


—Te quiero, sol. Siempre te querré —le dijo sellando su promesa con un anillo de diamante que hacía juego con el de compromiso que había dado comienzo a todo.


—Te quiero, Pedro. Para siempre e incondicionalmente.


Pedro le secó una lágrima que le cayó por la mejilla y extendió la mano. Ella le puso un sencillo anillo de titanio. Sentirlo en la piel le resultó gratificante, calmante.


—Titanio —dijo ella— porque no se rompe con facilidad. Es fuerte, como tú.


Pedro se quedó sin palabras y se preguntó si cada día se despertaría tan gratamente sorprendido por poder pasar la vida con Paula, con su esposa. Le rodeó la cara con las manos y la besó. Con suavidad, con dulzura, con ternura. Con todo el amor que llevaba en el corazón. Sabía que su vida juntos sería perfecta. Acababa de prometer que se aseguraría de que así fuera.






FIN

Busco Prometida: Capítulo 75

Paula dejó brotar las lágrimas y Pedro le tomó la cara entre las manos. Debería haberle dicho que la quería a cada momento, cada día.


—¡Sí! Con todo mi ser. Quiero protegerte y cuidarte y viajar contigo a Francia y tomar postres contigo.


—Pedro… —sollozó Paula.


Ella también lo amaba. No había dejado de amarlo ni un instante durante esas largas semanas.


—Pero quiero…


Pedro nunca se había quedado sin palabras y Paula entendió lo que quería decir. A él nadie lo había elegido nunca. Ni los empresarios que lo habían excluido sin motivo a pesar de su gran valía ni su madre siquiera, que había intentado protegerlo, pero no había estado dispuesta a dejar a su padrastro por él.


—Quieres que te elija.


Pedro no respondió. Sus ojos reflejaban que no podía.


—Pedro, te elegí desde el principio, pero sabía que todo tenía que ser fingido.


Por eso nunca le había dicho que lo amaba.


—Para mí nunca fue fingido —dijo él con firmeza—. Aquella primera noche no podía dejar de mirarte y cuando te besé en tu despacho, pensé que te quería. Lo supe cuando te llevé a mi cama y también a la mañana siguiente. Me permití creerlo en Francia y tenía la esperanza de que lo vieras.


Paula lo abrazó, con fuerza, y sintió los brazos de él rodeándola al instante.


—Te quiero.


—Eres mi amanecer —le susurró él contra el cuello—. Mi esperanza y mi felicidad. Le das sentido y color a mi vida. No te merezco, pero ¡Te quiero tanto!


—Eres la mejor persona que conozco, Pedro. Te quiero.


Él la besó con impaciencia, con descontrol, y en la fuerza y la presión de sus labios y el roce de su lengua, Paula sintió cuánto la amaba.


—¿Aún tienes mi anillo? —preguntó él con la frente apoyada en la suya.


—Sí. ¿Quieres que te lo devuelva?


—No. Cuando estés lista para volver a ser mi prometida, ya sea hoy, en una semana, en un mes o en un año, quiero que lo dejes en mitad de nuestra cama y sabré que estás lista. No tendrás que decir más.


Le estaba permitiendo decidir su futuro. El futuro de los dos. No había mejor modo de demostrarle cuánto la amaba y la respetaba.


—¿Y si ya estoy lista? —preguntó Paula con una amplia sonrisa.


Pedro soltó una risita.


—Entonces nos iremos a casa ahora mismo y podrás demostrarme cuánto me deseas.


—¿A casa? Me he comprado un piso, Pedro.


—Tú eres mi casa, mi hogar. Estemos donde estemos, estaré en casa.


Paula sintió mariposas en el estómago al oír esas palabras. No podía estar más feliz. Se puso de puntillas y le susurró al oído:


—Vamos corriendo.

Busco Prometida: Capítulo 74

 —Pedro, ¿Qué haces aquí?


—Necesitaba verte, hablar contigo —respondió él con el corazón acelerado.


—Han pasado semanas. Creo que ya ha pasado el momento de hablar.


Paula fue hacia la puerta, la cerró y giró el cartel. Intentó pasar por delante de él, pero Pedro la detuvo agarrándole la muñeca.


—Por favor, escúchame antes de irte.


—Me dijiste que no me querías y que me marchara —dijo ella soltándose.


—Mentí. Tenía que hacerlo. Ya te dije que mentía bien, pero eso se acabó. Se acabó mentirme a mí, mentirte a tí y mentir al mundo. Te he querido desde el momento en que te ví.


Ella lo miraba con frialdad, ocultándole sus sentimientos.


—Vale. Dime lo que has venido a decir y luego márchate.


—Gracias.


Pedro respiró hondo.


—Había una vez un niño que solo conocía la oscuridad, la pena y el dolor. Le decían que era brillante, pero cada día tenía que luchar contra la misma oscuridad y eso acabó consumiéndolo. Como ya no sabía si seguía luchando contra la oscuridad o si la llevaba dentro, creció intentando superarse, ser mejor. Pero a cada día que pasaba, el odio y el dolor fueron creciendo, apagando la luz que le quedaba dentro y dejando solo oscuridad. Y él acabo creyendo que no merecía la luz.


Paula lo miraba con una mezcla de preocupación y compasión… Y ni un ápice de rabia. Al menos, no hacia él.


—Quería alejarte de mí porque quería salvarte de mi oscuridad. ¿Sabes por qué te llamo «Sol»?


Paula negó con la cabeza.


—Porque es justo lo que eres. Lo que siempre has sido. Mi sol. Traes luz a mi oscura vida, Paula. Me haces ver un camino que no podía ver en ese negro vacío en el que vivía.


—No estás lleno de oscuridad.


Él le acarició la mejilla esbozando una triste sonrisa.


—Sí que lo estoy. Mi vida fue un caos mientras crecí, por eso me gusta controlarlo todo. Pero tú traes orden a mi vida… Y a la vez el caos más maravilloso.


Paula dió un paso hacia él.


—Solo quería darte la oportunidad de vivir una vida feliz. Por eso el día que te dije que me aseguraría de que Javier pagara por haberte hecho daño, empecé a investigarlo.


—Te dije que no hicieras nada que pudiera perjudicarte.


—Lo sé. Por eso me guardé esa información hasta la mañana en la que supe que tenía que dejarte ir. Lo llamé y le dije que la usaría si IRES no conseguía el acuerdo con Arum.


—No había necesidad de que hicieras eso.


—Pensé que perdería el acuerdo, y aunque eso ya no me importaba, sabía que tú no me dejarías en la estacada. Teníamos un trato, así que el único modo de lograr que te marcharas era consiguiendo ese contrato. Hice lo que creí que tenía que hacer.


—Ojalá hubieras hablado conmigo primero. Después de ver a Ricardo, me culpé por haberte presionado, pero quería que zanjaras ese asunto.


—Y tenías razón.


—Ojalá pudieras verte bien —dijo ella con los ojos empañados—. Ojalá dejaras de castigarte y vivieras.


—Quiero hacerlo, quiero vivir en lugar de sobrevivir. Me das esperanza de ser un hombre mejor. Incluso un buen hombre. Te quiero, pero no sé cómo hacerlo.


—¿Me quieres?

Busco Prometida: Capítulo 73

El corazón de Pedro pareció volver a la vida. ¿Paula lo echaba de menos?


—¿Sabes? De lo único que me arrepiento en la vida es de no haber formado una familia. Ojalá lo hubiera hecho. Pero bueno, al menos tuve suerte y encontré a un hijo en un campus universitario.


Pedro sonrió. Esteban había hecho por él todo lo que un buen padre habría hecho por su hijo. «Ese hombre no es tu padre». Eso había dicho Paula, y era cierto. Ricardo no había sido ni su padre ni su modelo a seguir. esteban, en cambio… Era su padre. Pedro lo escuchaba, lo emulaba cuando podía y se había mudado a San Francisco para estar más cerca de él. ¿Por qué había tardado tanto tiempo en verlo? No podía querer más a ese hombre.


—No mucha gente tiene esa suerte —continuó Esteban—. ¿Vas a permitir que se te escape la mujer a la que amas?


No, no quería, pero ¿Y si la hacía sufrir? ¿Y si un día perdía el control con ella como Ricardo con su madre? Aunque él no era como Ricardo, ¿No? Su oscuridad era fruto del odio y del dolor, pero siempre intentaba ser mejor que su padrastro y ser más como Esteban, como el hombre que ahora lo miraba con amor y orgullo, que creía en él. Con Paula, él era todo lo que siempre había querido ser. La amaba tanto que estaba dispuesto a renunciar a ella y a que encontrara el amor con otro hombre. Sufriría, pero al menos estaría en paz sabiendo que era feliz. Sin embargo, según Esteban, ella no era feliz, y si estar juntos los hacía felices a los dos, ¿Por qué seguir castigándose? Su amor no sería como el que había vivido su madre; no sería una trampa llena de tormento. Su amor sería algo brillante y puro.


—No voy a permitirlo.


Miró el reloj. Si se daba prisa, llegaría a Crème antes de que cerrara.


—Puedes cerrar al salir.


Esteban se recostó en la silla con una mezcla de petulancia y orgullo. Antes de entrar en la casa, Pedro se detuvo un instante, miró atrás y dijo:


—Aquel día yo también conocí a mi padre, Esteban.




Crème seguía abierta cuando Pedro, en vaqueros y suéter, estacionó cerca de la entrada. Alivio, miedo y emoción lo recorrieron en igual medida. Hacía semanas que no veía a Paula, y al entrar en el establecimiento una extraña sensación de paz lo invadió. La sensación de volver a casa tras mucho tiempo. La vió sonreír a los clientes, pero en cuanto todos se marcharon y ella se vió sola, esa sonrisa se desvaneció. Sin levantar la mirada, Paula se dió la vuelta y se dispuso a rellenar una vitrina.


—¿Cuánto cuestan los rollos de canela?


Paula se giró. Sorpresa, alegría, rabia, tristeza… Todas esas emociones le surcaron el rostro una detrás de otra.

Busco Prometida: Capítulo 72

Pedro seguía sin decir nada, pero Esteban tenía razón.


—Supe que era especial cuando los ví juntos. ¿Sabes que fue la primera vez que te ví sonreír? Por fin te veía feliz y fue gracias a ella. Pero mírate ahora. Eres una sombra fantasmal de lo que fuiste.


—La quiero —dijo por fin Pedro—. Pero no la merezco.


—Pedro…


—No me digas que no es verdad. Sí, tienes razón, ahora no soy feliz, pero no podía arrebatarle la felicidad para ser feliz yo.


—¿Te dijo que no era feliz?


—No hizo falta. Fallé a mi madre y no puedo hacerle lo mismo a ella.


La visita a Ricardo aún seguía fresca en su cabeza. Aunque no había vuelto a verlo, sus facturas médicas no dejaban de llegar y mantenían la herida abierta.


—Ví a Ricardo —dijo girándose hacia su amigo.


—¡Sabes muy bien que no debes escuchar lo que diga ese…!


—Él tenía razón —Pedro volvió a desviar la mirada—. ¿De qué me servía tanta inteligencia cuando no la usé para ayudar a mi madre? Fui un egoísta y no puedo arriesgarme a volver a serlo. Ricardo me crió y soy un monstruo como él. ¿Y si un día pierdo el control y me convierto en él? Los dos sabemos que llevo esa violencia dentro.


—Olvidas que te conozco. ¿Qué has hecho?


—Nada —respondió Pedro agachando la cabeza—. Se muere — añadió al momento—. Le falla el hígado. Le dije que le pagaría los gastos médicos y me marché.


—Pedro, siéntate.


Y Pedro obedeció a su mentor.


—Ahora vas a escucharme. Nada de lo que te acusó Ricardo es cierto. Intentaste proteger a tu madre, pero eso es cosa de adultos y tú eras un niño. Sé que te gusta asumir tus responsabilidades, pero no puedes responsabilizarte de los actos de todo el mundo. No es culpa tuya.


Pedro se frotó los ojos y siguió escuchando.


—Eres un buen hombre, mejor de lo que crees. Has ayudado a esa escoria. ¿Sabes lo fuerte que hay que ser para hacer algo así? ¿Y qué me dices de Paula? La ayudaste porque querías. Estoy seguro de que la habrías ayudado incluso sin el contrato de Arum de por medio.


«Sí, lo habría hecho».


—Has logrado muchas cosas, pero hasta ahora solo has estado sobreviviendo. Tienes que vivir, permitirte ser feliz. ¿No te dejaste llevar con Paula aunque fuera un poco?


—Sí.


—Ser feliz no es un crimen. Puedes ser implacable en los negocios, pero no en tu vida. No te prives de lo que te da felicidad por un miedo que no deberías arrastrar.


—La eché de mi lado. Dudo que quiera verme.


—¿Sabes que Crème tiene los mejores cannelés? —dijo Esteban sonriendo.


—¿La has visto? —preguntó Pedro con la respiración entrecortada.


—Sí. No te preocupes. No le he dicho nada. Solo he ido a ver cómo está.


—¿Y cómo está?


—Hundida. También te echa de menos.

Busco Prometida: Capítulo 71

El sonido del teléfono lo sacó de esos pensamientos. Miró la pantalla y dejó que saltara el buzón de voz. Solo atendía llamadas de trabajo. Aunque la gente sospechaba que ya no estaban juntos, Paula no había dicho nada, así que siempre le preguntaban dónde estaba ella y qué había pasado, y él siempre respondía con un grito diciendo que no era asunto de nadie. Se pasó una mano por la cara. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Agarró el portátil y se marchó a casa mientras planificaba la siguiente jornada. Aunque a IRES le habían concedido el acuerdo con Arum y Javier, a pesar de sus reticencias, estaba impresionado con su trabajo, Pedro lo sentía como una victoria vacía. Al llegar a casa fue directo a la nevera mientras se preguntaba qué pensaría Paula si se enterara de lo que había hecho para conseguir el contrato. Cerró la puerta de golpe. Había perdido el apetito en un instante. Casi a rastras, subió al dormitorio y entró soltando un fuerte suspiro. Podría haberlo evitado, tenía otras habitaciones, pero ahí estaba, anhelando los recuerdos de ella y la libertad que ese dormitorio le había dado a él. Sin embargo, todo ello se había convertido en una prisión a la que él mismo se había sentenciado.


Una semana después, y por primera vez desde que Paula se había marchado, Pedro volvió a casa antes del anochecer. Apenas había soltado las cosas cuando sonó el timbre. Supo quién era antes de abrir. Ahí estaba su mentor, con gesto de preocupación.


—Esteban.


—Han pasado semanas, Pedro.


Cierto. Parecía que su amigo se había hartado de que llevara tanto tiempo evitándolo.


—He estado ocupado —respondió Pedro dejándolo pasar.


Se dirigieron a la zona de la piscina y allí se sentaron, el uno frente al otro.


—Has estado ocupado desde que eras un adolescente. Es por Paula, ¿No?


Pedro miró hacia los árboles que le ofrecían completa intimidad y hacia el mar.


—Esta vez dime la verdad.


Estaba claro que Esteban se había percatado de la farsa aunque no hubiera dicho nada.


—Se suponía que sería un acuerdo beneficioso para los dos.


—Pero fue más que eso.


—Sí.


Pedro se acercó al borde de la piscina y se lo contó todo a Esteban.


—Pedro, sé que la quieres. No hay más que ver lo que has hecho. Te enemistaste con el cliente al que querías atraer, involucraste a Paula y la sacaste de su casa para que te ayudara a acercarte a Gonzalo y que su grupo y él te aceptaran. Pero nunca fue una cuestión de negocios. Admite que la querías desde el momento en que la viste. Siempre has sido sincero, así que sigue siéndolo ahora también.

miércoles, 29 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 70

 Ella abrió la boca varias veces, pero no logró articular palabra. Su hermano la llevó a la cocina, se quitó la chaqueta y se sentó a su lado en una de las butacas que rodeaban la gran isla de mármol.


—Ha anulado el compromiso —dijo sin mirar a su hermano.


—Sabía que te haría daño. No te preocupes, se lo haré pagar.


—¡No! —gritó Paula. Pedro ya había sufrido bastante—. No eches a perder el contrato, por favor.


—¿Cómo puedes pedirme algo así?


—Porque han pasado muchas cosas. Pedro… Es un buen hombre. Solo tiene algunas batallas internas que librar.


Paula jugueteaba con el anillo, grande, precioso y resplandeciente. Se lo había dejado puesto porque sentía que seguía vinculada a él, pero verlo en su dedo le dolía demasiado.


—Lo quieres —dijo Gonzalo como si no pudiera creérselo.


—Sí.


—Pau, he de admitir que una parte de mí deseaba que todo esto fuera una especie de treta.


Y así había empezado todo. Pero desde el primer momento había habido algo especial entre los dos.


—No quiero hablar de él —dijo ella llorando. No podía soportarlo. Ya lo echaba de menos, como si le hubieran arrancado una parte de su alma—. Era mi hogar. Nadie se ha preocupado nunca tanto por mí.


—No he sido un buen hermano, ¿Verdad?


—No —contestó Paula con suavidad.


Él se estremeció.


—No soporto verte sufrir y siento haber sido uno de los causantes de tu sufrimiento.


Paula no dijo nada. Simplemente se quedó mirando cómo danzaba la luz del sol sobre el diamante.


—No tengo justificación. Supongo que quería demostrarle algo a papá, pero debería haberte apoyado y ayudado. Siento haber intentado forzarte a hacer algo que no querías.


Paula finalmente miró a su hermano y vio auténtico remordimiento.


—¿Qué vas hacer con Pedro?


—No te preocupes por eso.


Él la rodeó con un brazo y ella apoyó la cabeza en su hombro.


—Te he echado de menos, Gonza.


—Y yo a tí, Pau.




Pedro estaba sentado en su despacho. Era de noche, todo el mundo se había ido hacía horas y ninguno de sus empleados se había despedido al salir. Lo habían evitado más de lo habitual. Desde que Paula se había marchado hacía tres semanas, se había centrado únicamente en IRES y había sido de lo más productivo. Solo había dejado de trabajar para dormir. Era lo único que había podido hacer para evitar pensar en ella; trabajar y pasar el menor tiempo posible en la casa que habían compartido y que ahora le resultaba demasiado grande, demasiado vacía. Su vida estaba vacía sin ella. Siempre había sabido que tendría que dejarla marchar y, aun así, se había permitido amarla.

Busco Prometida: Capítulo 69

Paula tenía los ojos anegados en lágrimas y la voz se le había roto al pronunciar esa última palabra, pero él no podía permitirse reconfortarla. Miró hacia la ventana.


—Soy un monstruo. ¿Nunca te has preguntado por qué no tengo mucha competencia? Saco a la gente del negocio. Hago lo que sea por ganar.


Se giró hacia ella y habló con toda la frialdad que pudo. Al fin y al cabo, sabía mentir bien.


—Vete, por favor.


—No eres un monstruo —dijo ella llorando—. Si es por lo de ayer… No eres él. Tú eres bueno y noble.


—Solo has visto lo que querías ver. Ricardo tenía razón. Disfruté dándole una paliza, y él no ha sido el único. Así soy yo. Ya te dije que no soy el héroe de esta historia y ahora te lo digo por última vez. Vete. No te quiero.


Paula alzó la barbilla. No suplicó y él se sintió orgulloso de ella. Era una mujer fuerte. Estaría bien.


—Vale. Devuélvelo —dijo Paula dispuesta a quitarse el anillo.


—No. Quédatelo.


—Gracias por lo que has hecho por mí. Buena suerte con IRES. Mandaré a alguien a recoger mis cosas.


Paula se marchó sin decir adiós y él vió a la mujer que amaba salir de su casa.


No podía respirar. Se quedó mirando la puerta hasta que estalló y volcó la mesa de cristal, que se rompió llenando el suelo de cristales. Paula se había ido. Y él estaba solo en casa, como siempre había preferido.


Paula contó los pasos hasta la puerta y de ahí al coche. Siguió contando. Lo que fuera con tal de evitar derrumbarse, de pensar en el hombre que dejaba atrás. El hombre que decía que no la quería a pesar de que ella había sentido su amor en cada caricia que le había dado la nocheanterior. Pero si quería estar solo, no podía forzarlo. Fue pensar en no volver a verlo lo que hizo caer la primera lágrima. Su corazón y su alma estaban fracturándose y dentro de esa fisura estaban cayendo todos los recuerdos que habían creado juntos. Arrancó el coche, respiró hondo y condujo hacia la casa en la que había crecido. No sabía por qué, pero quería ver a su hermano. Intentando contener las lágrimas, sacó las llaves del bolso, y justo en ese momento la puerta se abrió.


—¿Pau? —dijo Gonzalo primero sorprendido, luego preocupado y después furioso.


—Gonza…


Paula soltó un sollozo cuando su hermano la abrazó.


—¿Qué ha pasado?

Busco Prometida: Capítulo 68

Se duchó y se puso un traje oscuro en una de las habitaciones de invitados antes de bajar a hacer la llamada que había esperado no tener que hacer. Desde la cena de Zenith había firmado varios acuerdos con empresarios que hasta entonces nunca habían querido trabajar con él, pero Pedro sabía que, en cuanto rompiera con Paula, en cuanto le rompiera el corazón, perdería el voto de Gonzalo y el acuerdo con Arum. Le daba igual, se merecía ese castigo, pero le importaban sus empleados. Y, además, ella insistiría en ceñirse al trato que habían hecho: Fingir hasta que el acuerdo estuviera firmado. Pues bien, solo había un modo de convencerla para acabar con todo.


—¿Qué quieres, Alfonso? —dijo una voz hostil al tercer tono de llamada.


—Harrison, quiero el contrato con Arum y vas a dármelo.


—¿Y eso por qué? —preguntó Javier.


—Por dos razones: Una, sabes lo buenos que somos mi tecnología y yo. Y dos, seguro que no quieres que se haga público lo que he descubierto de tí.


—¿Estás chantajeándome?


—Estoy animándote a tomar la decisión correcta porque los dos sabemos que puedo hacer que pagues por tus antiguas fechorías.


Hubo una larga pausa antes de que Javier volviera a hablar.


—Parece que crees que vas a perder el otro cincuenta por ciento del voto. Me pregunto por qué será.


—Todo buen empresario está preparado para cualquier imprevisto.


—Si pierdes el voto de los demás, sabrás que mi voto cuenta exactamente la mitad.


Claro que lo sabía.


—Sí, y también sé que tu voto es el que cuenta para el desempate. Así que ¿Qué harás? ¿Darle el acuerdo a IRES o enfrentarte a tu juicio final? Si quieres, puedo enumerar tus crímenes. A ver, tenemos sobornos, agresiones en distintos grados que seguro que agradecerás que tu padre ocultara, y luego hay…


—Basta. Conseguirás tu acuerdo, pero esto no lo olvido.


—Seguro que no.


Pedro se guardó el teléfono en el bolsillo y, al girarse, vió a Paula bajando las escaleras, recién duchada y lista para irse a trabajar. Pero no solo se iría a trabajar, se recordó. Sería la última vez que la viera. Tuvo que controlarse para no derrumbarse.


—El consejo ha votado para irse con IRES —dijo Pedro.


Ella se acercó y lo besó en la mejilla. Pedro apenas podía respirar, pero tenía que mantenerse firme y hacer al menos una cosa bien en su vida.


—¡Qué gran noticia! —dijo ella sonriendo, aunque esa sonrisa se esfumó enseguida—. Pedro, ¿Qué pasa?


—Nada —respondió él dando un paso atrás—. Hemos conseguido lo que nos propusimos. Ahora los dos tenemos lo que queríamos con este trato.


—¿Trato? ¿Estás rompiendo conmigo?


Pedro se odiaría el resto de su vida por ser el culpable del dolor que vió en el rostro de Paula.


—Romper implicaría que hemos tenido algo real. Ya es hora de que te marches.


Se le estaba haciendo añicos el corazón. «No te marches, te necesito». Pero ese pensamiento no se tradujo en palabras.


—Sé lo que estás haciendo y no voy a permitírtelo —dijo ella con determinación.


—Quiero que te vayas.


—Pedro, no hagas esto. Por favor…

Busco Prometida: Capítulo 67

A Paula se le saltaron las lágrimas y él le secó las mejillas con ternura. No sabía por qué lloraba. Estaba feliz. Más feliz que nunca. Sonrió. Esbozó una amplia sonrisa. Como si la luz del sol hubiera entrado en ella. Su rostro se iluminó como el sol dejándolo sin aliento. Qué preciosa era. Qué pura. Qué perfecta. «¿Qué haces, Pedro?», se preguntó. Y entonces supo que tenía que ponerle fin. No podía ser él quien apagara la luz de esos ojos, porque sabía que lo haría. Era oscuro, violento y estaba lleno de rabia, y ella no se merecía eso. Se merecía un buen hombre, por mucho que él no soportara la idea de verla con otro. Si de verdad la amaba, tenía que dejarla marchar para que encontrara una vida feliz y libre. Pero como era débil, tal como siempre le había dicho su padrastro, dejó que Paula lo besara una vez más. Una noche más. Se daría una noche más. Y así, se perdió en sus labios, en su aroma y en su dulce piel satinada una última vez.


Cuando Pedro se despertó, Paula estaba dormida y acurrucada a él. Su aroma lo envolvía. La amaba tanto que no podía respirar. Apenas había dormido. Los ratos en los que lo había hecho, había soñado con ella, y cuando había estado despierto, la había abrazado con fuerza, como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento. La amaba y sabía que Paula lo amaba a él. Debería estar feliz por ello, pero se sentía destrozado. El amor no bastaba. No había servido para salvar a su madre, que tanto lo había querido, pero que no había podido elegirlo ni siquiera después de haber visto que Vincent le había roto un brazo. Todo ese amor no había servido de nada. Ricardo lo había llamado muchas cosas a lo largo de los años: Débil, egoísta… Y era verdad. De no serlo, no habría aceptado el afecto de Lily aun sabiendo que nunca podría haber nada entre los dos. La había utilizado aprovechándose de su desesperación por ser libre. Iba a ganar millones gracias a su acuerdo, y ella, a cambio, solo conseguiría la vida que de por sí merecía. Un oportunista, eso era lo que era. La había arrastrado a su oscuridad y ahora debía proteger su luz. Su madre ya no estaba, pero a Paula sí podía protegerla. Se alejaría de ella para que pudiera encontrar la felicidad sin él. Se le rompía el corazón solo de pensarlo, pero lo haría por ella. Haría lo que fuera por ella. La abrazó con fuerza en un intento de dejársela grabada en el alma. Siempre la llevaría ahí. Nunca habría otra mujer. Le besó la cabeza y se despidió en silencio antes de salir de la cama con cuidado de no despertarla.

Busco Prometida: Capítulo 66

Su lengua fue implacable. Ella le hundió los delicados dedos en el pelo tirando de él y Pedro reaccionó acercándola más a su boca. Paula se tambaleaba como si no pudiera soportar semejante placer, pero él quería darle más. La rodeó con fuerza por las caderas y deslizó un dedo en su interior. El fuerte gemido lo llenó de satisfacción y lo animó a seguir complaciéndola hasta que ella estalló de forma espectacular. Entonces la tendió en la cama, boca abajo, y sacó un preservativo. Le recorrió la espalda a besos hasta llegar a la nuca. Su erección presionaba contra la entrada a su cuerpo.


—Por favor… —dijo Paula sin respiración.


Esas palabras le encendieron la sangre. Se adentró en ella y la rodeó con un brazo para acercarla más a su calor, cubriéndola con su cuerpo de forma protectora a la vez que movía las caderas a un ritmo desatado. ¡La quería! La amaba tanto que necesitaba estar más cerca todavía. Y esa forma en la que ella entonaba su nombre una y otra vez… Lo estaba matando.


—No me canso de tí, sol…


Entrelazó los dedos con los de ella presionándole las manos contra la cama. Las sábanas se retorcían bajo sus cuerpos unidos. Con cada embestida, la intensidad de placer fue como un golpe para su cuerpo y su mente. Pero ahora necesitaba verla. Mirar esos ojos color obsidiana. Así que se apartó y la giró… Paula había querido que Pedro se liberara, que soltara todo lo que tenía encerrado dentro. Y ahora se había desatado. Con ella. Estaba cubierto de sudor y tenía todos los músculos tensos y un brillo depredador en la mirada. Pero había algo más en esa mirada. Paula no sabía qué le gustaba más, si que se hubiera abierto así a ella o que le estuviera haciendo ver las estrellas. Él se adentró en ella a la vez que la rodeaba con los brazos. Con la cabeza apoyada en su cuello, la besó y le susurró que era perfecta mientras su sexo entraba y salía de ella aceleradamente. Paula no sabía si estaba gimiendo o si esos sonidos tan fuertes eran los de su respiración entrecortada. Lo único que sabía era que estar ahí, en los brazos de Pedro, rodeada por su calor, su aroma y su voz, le producía un placer tan ardiente que le encogió los dedos de los pies y el corazón. Ojalá hubiera sabido antes que podía sentirse así, amada y segura aun estando al borde de un precipicio. Conectada por completo con alguien. 


-Mía.


—Tuya —logró responder ella, y Pedro la abrazó aún con más fuerza.


Apenas podían respirar. Desprendían tanto calor que era como si estuvieran en llamas. Y esas llamas fueron en aumento. Paula las sintió brotar desde lo más profundo de su cuerpo, hasta que no pudo contenerlas más y erupcionó justo cuando oyó a Pedro gemir y notó su cuerpo sacudirse y tensarse con el de ella. Hasta que los dos se quedaron sin fuerzas, convertidos en ceniza. Poco a poco, él se recompuso, como si volviera a entrar en su cuerpo y el animal, en su jaula. Acercó la frente a la de ella, que al mirarlo a los ojos vió amor.

lunes, 27 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 65

¿Cómo podía decirle él que eso no era verdad? ¿Qué clase de hijo no hacía todo lo que estuviera en su poder para ayudar a su madre? Echando la vista atrás, sabía que había tenido opciones, podría haber pensado en algo para que los dos hubieran podido salir de allí.


—Dime algo, por favor —le suplicó ella acariciándole la mejilla.


—Sé que no somos iguales, pero eso no me hace bueno.


—Sí que lo eres. Por favor, no lo dudes. Sé que lo de hoy ha sido duro, pero tienes que ver que no eres como él y que nunca lo serás.


—Paula, solo soy oscuridad.


—Si no fuera por la oscuridad, nunca veríamos las estrellas. A pesar de todo lo que has sufrido, tu corazón es puro. Me siento a salvo contigo y no me sentía así desde hacía mucho tiempo.


Esas palabras le provocaron un nudo en la garganta. La besó con dulzura. Le lamió el borde de los labios, que ella separó con un gemido que lo excitó. Entonces deslizó las manos por sus muslos, la levantó en brazos y la subió al dormitorio. La dejó en el suelo a los pies de la cama. Después de todo lo que había pasado ese día, solo quería recorrerla con la boca, hacerle gritar su nombre, venerarla. Paula, de puntillas, le besó el lóbulo de la oreja y él gimió.


—Una vez me dijiste que no eres delicado. Demuéstramelo. Suéltate, Pedro. Libérate conmigo.


Le mordisqueó la oreja mientras deslizaba las manos sobre su torso e iba descendiendo, más y más, hasta el abultamiento de sus pantalones. Y entonces Pedro se liberó. Con la respiración entrecortada, la besó con desesperación y fervor. Los sonidos descontrolados que emitía ella lo volvieron loco. Atrapó entre los dientes ese labio que ella se mordisqueaba tanto y luego, con la lengua, fue recorriéndole la mandíbula y ese sensible punto detrás de la oreja. Bajó hacia la base del cuello, lamiendo y saboreando su dulce piel mientras ella, temblando, echaba la cabeza atrás ofreciéndose a él. Pedro se apartó.


—¿Le tienes apego a este vestido?


—No…


—Bien.


El sonido de tela rasgada llenó el aire y al instante el vestido y el sujetador cayeron al suelo. Ella arqueó el cuerpo y él le tomó un pezón, que succionó con fuerza haciéndola gemir. Y entonces se puso de rodillas, le apartó la ropa interior y acercó la boca a su sexo. Gimió ante la clara muestra de su excitación, de su sabor a miel.

Busco Prometida: Capítulo 64

 —Crees que eres mucho mejor que yo, ¿Chaval? Olvidas que yo te crié. Somos iguales. No pienses que no ví tu cara de disfrute aquel día.


El día que le había devuelto los golpes. Sí, había disfrutado al hacerle daño y había sonreído al recordarlo los días y las semanas siguientes.


—No soy como tú en nada. No soy yo el que pegaba a una mujer y a un niño. Yo he hecho algo con mi vida.


Ricardo dió otro trago de whisky y a Pedro le entraron ganas de agarrar la botella y lanzarla contra la pared.


—A lo mejor sí, pero sigues siendo un monstruo por muchos trajes elegantes que lleves o por muy rico que seas. No lo olvides.


—Te equivocas.


—Déjalo, Paula.


—No es un monstruo. Nunca lo ha sido. Me alegro de haber venido hoy aquí para que pueda ver lo que dejó atrás, que es justo lo que no es él.


Sin poder evitarlo, Pedro le besó la cabeza. No podía quererla más.


—¿Cuánto tiempo te queda? —preguntó mirando a su padrastro.


—¿Qué?


—La piel, los ojos… Y sigues bebiendo. ¿Cuánto tiempo te queda?


—Puede que seis meses. Menos.


—No te lo mereces, pero me aseguraré de que recibas tratamiento en el hospital local. No pienso traerte a casa a una cuidadora a la que puedas maltratar. Tú te cavaste este agujero, puedes morirte aquí solo.


Salieron de la casa y Pedro no dijo nada. Ya en el coche, se dió un momento antes de arrancar e incorporarse a la carretera sin molestarse en mirar hacia la casa que desaparecía tras él. Ricardo no se equivocaba. Era un monstruo. Lo había criado uno, al fin y al cabo. Cuando entraron en casa, las palabras de Ricardo seguían en su cabeza. Se quitó la chaqueta y se acercó al ventanal. Estaba oscuro y las luces se reflejaban en el agua.


—¿Pedro?


Paula no había dicho ni una palabra en el trayecto de vuelta, no le había ofrecido palabras vacías. Su presencia le había bastado para sentirse apoyado.


—Sabes que nada de lo que ha dicho es verdad, ¿No? —dijo ella con tono suave y acercándose.


Él le puso las manos en las caderas.


—Nada. Lo digo en serio.


Pedro cerró los ojos y antes de poder decir nada, ella añadió con firmeza:


—Quiero que me escuches con atención. Que ese hombre te criara no significa que vayas a convertirte en él. Eres bueno y protector. El único monstruo es Ricardo.

Busco Prometida: Capítulo 63

Era una cabeza más bajo que Pedro, grueso, con mirada cruel y un tono amarillento en la piel y en los ojos.


—Ricardo.


—¿Qué quieres, chaval?


—Hablar.


Ricardo se echó a un lado para dejarlos pasar. Cuando Pedro cruzó el umbral de la oscura casa, una horrible sensación de déjà vu se apoderó de él. La casa apestaba a alcohol, a cigarrillos enranciados y a lo que fuera que estuviera pudriéndose en la cocina.


—Pues entonces tomen asiento.


—Nos quedaremos de pie —dijo Pedro mirando una pequeña mancha marrón en la moqueta.


Casi podía ver a una mujer preciosa y menuda agazapada alrededor de esa mancha.


—Ustedes mismos —dijo Ricardo dejándose caer en un sofá antes de dar un trago a una botella de whisky. Miró a Paula—. ¿Qué haces con él, encanto?


—Ni te atrevas a hablar con ella.


—¿Entonces qué quieres?


—Que escuches.


Paula le apretó la mano, como ayudándolo a contener la furia.


—Me fui de aquí con la intención de no volver, pero no acepto que vivas tan tranquilo después de lo que le hiciste a mi madre.


Ricardo resopló con gesto de mofa, pero Pedro lo ignoró.


—Quiero que admitas lo que le hiciste a mi madre, y no me refiero solo a las palizas, sino a que te bebieras el dinero de su tratamiento para el cáncer. Quiero que admitas lo que me hiciste a mí, que te responsabilices de todo y me des un porqué.


Ricardo soltó una carcajada despiadada. Jamás debería haber llevado ahí a Paula, a la alegre y risueña Paula con su vestido violeta, su tierno corazón y su empática alma. Ella jamás debería haber pisado ese lugar habitado por la auténtica maldad. Paula le soltó la mano y se acurrucó a él, que la rodeó por los hombros.


—¿Quieres que admita lo que hice? ¿Y qué hice? ¿Enseñarle modales a un renacuajo? ¿Enseñar a mi mujer a portarse como debía?


Pedro apretó los puños.


—Tranquilo… —le susurró Paula.


—A lo mejor fui duro con los dos, pero mírate ahora.


—¿Duro? La mataste. Lo sabes, ¿Verdad? —dijo Pedro con un tono bajo y amenazante que habría acobardado a cualquiera.


—¿Y tú en qué ayudaste? Tanta inteligencia para que al final tu madre muriera de todos modos. ¿De qué serviste?


Pedro no tenía defensa ante eso; él mismo se había hecho esas preguntas una y otra vez. Había querido estar fuera de casa todo lo posible, lejos de las discusiones y del maltrato. Y en lugar de aprovechar el tiempo como debería haberlo hecho, había buscado una evasión, nada más. Era igual de responsable que Ricardo.

Busco Prometida: Capítulo 62

Paula se incorporó e intentó agarrarlo de la mano, pero él se apartó.


—Ese hombre le hizo daño a mi madre.


Se había abrochado los pantalones y estaba poniéndose la camisa. Paula se levantó de la cama y se situó entre la puerta y él.


—Por favor, escúchame.


—No pienso ver a ese hombre y no hay más que hablar.


La esquivó y salió por la puerta dejándola sola en la habitación. Ella, corriendo, se puso una de las camisetas de Pedro y salió a buscarlo. Lo encontró sentado en una tumbona de la piscina con los codos apoyados en las rodillas.


—Solo quiero que seas feliz —le dijo sentándose en la tumbona de al lado.


Él no dijo nada. Simplemente siguió mirando al suelo.


—No lo eres, y no soporto que estés culpándote por algo que no has hecho. Creo que hablar con él podría cerrar el círculo y permitirte seguir con tu vida. Quiero que tengas mucho más que IRES. Te mereces una vida. Quiero que veas que no eres como ese hombre y que no tienes que huir de tu pasado, porque eso solo te impedirá tener lo que podrías tener. Lo que podrías querer. No voy a ser tan presuntuosa como para pensar que yo soy lo que podrías querer, pero ahí fuera hay todo un mundo esperándote. Lo miró y vió que estaba mirándola. Aún en silencio, pero al menos escuchándola.


—Por favor, piénsatelo.


Justo cuando estaba levantándose para dejarlo tranquilo, la voz de él la detuvo.


—Juré que jamás volvería allí —dijo Pedro, de nuevo mirando al suelo—. Me lo pensaré.



Pedro miraba el pequeño bungaló. La pintura azul de sus pesadillas estaba descascarillada, el jardín lleno de hierbajos y las ventanas casi opacas por la suciedad incrustada. Apretó con fuerza el volante del coche alquilado y Paula le puso una mano en el hombro. Él no tenía una sonrisa para darle; en ese momento no tenía nada. Notaba los hombros tensos bajo el traje negro. Aún podía verse entrando en esa casa por primera vez. Podía ver a su madre dar su último aliento. Jamás habría vuelto de no ser por Paula, pero ella era justo lo que quería. Y por ella intentaría dejar ese lugar y a ese hombre en el pasado. Tal vez entonces los dos podrían ser felices juntos, al menos hasta que Paula tuviera que marcharse. Intentó dejar de pensar en todo eso al bajar del coche. Ahora lo único que necesitaba era que su padrastro asumiera la responsabilidad de lo que había hecho. Bordeó el coche, pero Paula ya había bajado y estaba tendiéndole la mano. Él se la agarró y juntos recorrieron el camino de asfalto. Al subir los escalones y ver botellas de cerveza vacías por todo el porche, se le revolvió el estómago. Respiró hondo. Ya no perdía el control y no le daría a su padrastro la satisfacción de hacerlo justo ahora. Llamó tres veces con el puño y esperó, situándose delante de Paula, protegiéndola con su cuerpo. Aunque la quería a su lado, le había pedido que no entrara, pero ella se había negado.


—Vaya, vaya, vaya… Mira quién es —dijo el hombre con gesto de desprecio al abrir la puerta.

Busco Prometida: Capítulo 61

De nuevo en el jet, Paula estaba poniéndose al día de las noticias en la tableta de Pedro. Después de leer varios artículos, llegó a la sección de sociedad. Un titular la dejó paralizada.


—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro al acercarse a su asiento.


En la pantalla aparecía Javier del brazo de una rubia alta. Paula la conocía. Era la hija de uno de los socios de su padre. El artículo, acompañado de varias fotos, decía que estaban comprometidos.


—¿Qué tal sienta ser una mujer libre? —le preguntó Pedro.


—No sé…


Le entró una risa nerviosa. Su familia ya no controlaba su destino. Ya no importaba que no pudiera fiarse de ellos, que no la protegieran.


—Solo espero no estar soñando.


—No estás soñando.


Era libre. Libre de verdad. Y todo gracias al hombre que tenía al lado. El hombre que la había liberado.


—Gracias, Pedro. Jamás podré decírtelo lo suficiente.


—No tienes por qué decírmelo nunca.


Lo miró. Estaba más que dispuesta a ayudarlo, pero no porque eso formara parte del trato. Quería que consiguiera el contrato de Arum porque sabía que era el mejor en su campo. Quería que esos empresarios, todos esos ricos de cuna, lo aceptaran por quién era. Para ella era perfecto, y los días que habían compartido en Francia habían sido lo más real que había vivido nunca. Y seguro que para él también. Si Julian necesitaba tiempo para admitirlo, se lo daría, pero desde luego no le permitiría creer que ella estaba dispuesta a marcharse. Se levantó y se situó frente a él.


—Estoy muy agradecida, pero Javier no me importa. Ninguno de ellos me importa.


—¿Y qué te importa? —preguntó Pedro con cierta aprensión en la mirada.


—Esto.


Lo besó en los labios y él, rodeándola con los brazos, se sentó con ella en su regazo. Y así pasaron el resto del viaje, juntos y abrazados. El sol acababa de ponerse cuando llegaron a casa. Que Paula considerara la de Pedro «Su casa, su hogar» reflejaba todo lo que sentía por él. Al no querer despedirse aún de esos días que habían pasado juntos, pasaron la mayor parte de la tarde en la cama, acurrucados bajo las sábanas.  Se había enamorado de él, pero Pedro no había dicho que sintiera amor, así que ella tampoco podía decirlo. Pero aunque no pudiera decirleque lo amaba, no podía olvidar lo angustiado que lo había visto al hablarle de su madre, y por eso quería ayudarlo. Quería ayudarlo a ver que él no tenía culpa de lo que había pasado, porque solo entonces podría empezar a sanarse. Se lo merecía. Merecía paz, amor y aceptación. Y ella quería dárselo todo.


—Pedro…


—¿Sí?


—He pensado que deberías visitar a tu padrastro.


—No.


—Pedro…


Él apartó las sábanas, se levantó de la cama y se puso los calzoncillos con brusquedad.


—No pienso ver a ese hombre.


—Creo que verlo podría ayudarte.

viernes, 24 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 60

 —Solo eras un niño, Pedro. Sobreviviste lo mejor que pudiste —dijo Paula mientras unas lágrimas le rodaban por las mejillas.


—La primera vez que le pegó fue después de que hubieran discutido por mí.


Paula se acurrucó a él, acariciándole la oreja con la nariz, y él la recompensó con una diminuta sonrisa.


—No fue culpa tuya, ¿Me oyes?


Pedro no respondió y se quedaron en silencio un buen rato. 


—¿Y esto? —dijo ella tocando el aro dorado que llevaba en el cartílago de la oreja. Se lo preguntó en un intento de hacerlo hablar.


Pedro sonrió.


—Un poco de rebeldía.


—¿Aaaah?


—Enseguida aprendí que la mejor forma de evitar a mi padrastro era no estar en casa, así que en cuanto crecí lo suficiente, me puse a trabajar después de clase en un estudio de piercings y tatuajes. Era menor, pero lo bastante alto y fornido para aparentar más edad. Y me pagaban en metálico. Ahorré cada centavo para escapar.


—¿Pero esperaste a tener la beca de la universidad?


—Sí. Era la mejor manera de poder irme de forma permanente y, además, sabía que acabaría el instituto antes de tiempo.


—¿Y entonces cuándo te hiciste el pendiente?


—Poco después de que muriera mi madre. No me habría atrevido a hacerlo antes porque sabía que a él no le haría ninguna gracia…


—Y lo pagaría con tu madre.


Pedro asintió.


—Quería provocarlo, aunque para entonces él ya no podía hacerme nada. Al estudio solían ir tipos muy duros y me enseñaron a pelear lo justo para que cualquiera se lo pensara dos veces antes de meterse conmigo. Lo que no sabían era que también estaban ayudándome con mi padrastro.


Pedro apretó la mandíbula con un gesto de absoluta desolación. Lo que fuera que hubiera pensado en ese momento debió de haber sido totalmente angustioso.


—Me gusta —dijo Paula—, pero no sé…


—¿Por qué no me lo quito para que me ayude a encajar?


Ahí estaba otra vez, leyéndole la mente.


—Sí.


—Porque no quiero encajar. Esta cosita es un recordatorio constante de mi procedencia.


Ahora Paula lo entendió todo. Los trajes eran su armadura, su disfraz, pero el pendiente era ineludible. Cada vez que lo viera, recordaría quién y qué era. Y también lo recordarían todos los que se toparan con él. No formaba parte del mundo de ese grupo de gente. Él había crecido sin privilegios. Él había luchado. Había luchado por todo lo que tenía. Se lo había ganado. Su reputación decía «Implacable», pero su apariencia les decía a cada uno de los empresarios de Zenith que también era peligroso, porque podía superarlos a todos aun habiendo venido de la nada. Paula le besó la mandíbula y, cuando Pedro se giró para mirarla, lo besó con toda la pasión que despertaba en ella, intentando ser un bálsamo para su alma. Tenía que sacarlo de esa jaula porque merecía liberarse de la gran carga que llevaba encima. Y si había alguien que entendiera cuánto significaba la libertad, esa era ella.

Busco Prometida: Capítulo 59

 —Antes de conocerlo estaba convencido de que lo único que podría hacer en la vida sería sobrevivir, como estaba acostumbrado a hacer. Pero una vez ví lo que podía lograr, miré hacia delante.


Ahora Paula entendía el significado del tatuaje: Brotar desde algo muerto, florecer. Triunfar. Pedro había sobrevivido al maltrato, pero viendo lo disciplinado que era, viendo que nunca se permitía perder el control, ella sabía que aún no se había sanado. Que aún huía de aquella vida.


—¿Y este? —le preguntó acariciando los números que tenía en el pecho.


Pedro se quedó en silencio. Ella lo miró y vió que tenía los ojos cerrados.


—El cumpleaños de mi madre.


A Paula se le partió el alma al oír tanto dolor en esas palabras susurradas. Le besó la piel, número a número. Él le acariciaba el pelo.


—¿Cómo era? —preguntó Paula cuando se vio capaz de hablar sin que le temblara la voz de rabia, de dolor.


—Ana era… Era maravillosa. El tiempo que estuvimos los dos solos, era feliz, una mujer llena de vida. Todo el mundo la quería. Pero luego, según se le iban notando más los moretones, dejó de salir y de relacionarse con la gente. Poco a poco esa luz murió, pero ella seguía queriendo a ese hombre.


Paula lo abrazó con más fuerza.


—Y yo enseguida me dí cuenta de que, por mucho que mi madre me quisiera, no podía elegirme. Me protegió todo lo que pudo, pero creo que no fue demasiado valiente.


Porque una madre «Valiente» lo habría elegido a él y se habría ido de aquella casa. Ana debía de estar anulada para no verse capaz de marcharse.


Paula no podía ni imaginarse cuánto le habría afectado todo aquello a Pedro; saber que su madre no podía elegirlo, que él era demasiado pequeño o débil para protegerla por mucho que lo intentara. Se le partió el corazón. Por mucho que él dijera lo contrario, él no había seguido adelante con su vida. Porque, de haberlo hecho, tendría amor y una familia. Tendría más amigos aparte de Esteban.


—Fue culpa mía.


—¿El qué?


—Su muerte. El maltrato.


—¡No!


—Podría haber encontrado el dinero para el tratamiento de mi madre y haberle plantado cara a él antes. Cuando mi madre enfermó, yo ya había ideado mi invento, pero no hice nada. Podría haberlo vendido y habernos sacado de aquel infierno. Pero no hice nada. Estuve reservándolo para poder ganar mucho más dinero, y el precio que pagué fue la vida de mi madre. Por eso necesito que IRES tenga un éxito sin precedentes. Sacrifiqué a mi madre y necesito que esa pérdida signifique algo.

Busco Prometida: Capítulo 58

Se apoyó en la pared que tenía detrás y su acalorada piel agradeció el frío de la superficie. Paula, que lo miraba fijamente, tenía la piel encendida y la respiración cada vez más entrecortada. Y cuando ella empezó a mover los dedos más deprisa, él hizo lo mismo con la mano. Los sonidos de sus gemidos se entrelazaron y resonaron en el silencio de la habitación.


—Paula…


Ella se detuvo y él hizo lo mismo. Lo controlaba. Con una pícara sonrisa, Paula se alzó sobre los codos y le lanzó una mirada desafiante. Verla consolidar su poder era lo más sexi que había visto nunca. Paula había derribado los muros que él había levantado a su alrededor y lo había dejado expuesto y desprotegido. Ella veía sus sonrisas y sus risas. Su habilidad para bromear y ser juguetón. Y no porque él se lo hubiera permitido, sino porque no podía ser de otra manera cuando estaba con ella. Se había convertido en su lugar seguro. Saber que ella lo veía le daba paz, y adoraba esa sensación. A partir de ahora ya no le ocultaría nada. Nada excepto esas dos palabras que no pronunciaría jamás. Paula, jadeante y a punto de perder el control, cerró los ojos y se tendió de nuevo en la cama.


—No, deja los ojos abiertos. Quiero que veas lo que me haces.


Y Paula los abrió. Esa mirada de obsidiana no flaqueó ni un instante mientras ella deslizaba los dedos entre sus pliegues, más y más rápido hasta que empezó a gritar su nombre y se detuvo.


—No pares. Sigue.


Los dedos de Paula se movían tan rápido como la mano de él, y entonces Pedro sintió todo su cuerpo tensarse con una descarga de placer. Con la visión borrosa y apenas sin respiración, sin fuerza, apoyó la cabeza en la pared para recuperarse un instante antes de poder subir a la cama. Una vez ahí, se tendió sobre ella y acarició su suave piel antes de besarla con ternura.


—¿Ves lo que me haces? Me tienes en la palma de la mano.


—Pedro… —respondió ella contra su cuello produciéndole un escalofrío.


—Tú me haces lo mismo.


Pedro se tumbó boca arriba y se llevó a Paula hacia sí, abrazándola con fuerza. Ella apoyó la cabeza en su pecho. El final se acercaba. Por eso estaba decidido a saborear cada momento con Paula; porque sabía que no volvería a experimentar algo así. Con las piernas entrelazadas con las de él y el brazo sobre su torso, ella acariciaba el árbol que Pedro tenía grabado en la piel.


—¿Te dolió?


—Sí.


—¿Cuándo te lo hiciste?


—En la universidad. Después de conocer a Esteban y permitirme creer en un futuro donde yo tenía todo el poder.


Aunque Pedro hablaba con tono sereno, se le había acelerado el corazón y estaba mirando por la ventana. Parecía consumido por la pena. Paula tuvo que controlarse para contener las lágrimas.

Busco Prometida: Capítulo 57

Crear recuerdos nuevos fue justo lo que hicieron durante esos días en París. Paula lo llevó a todos los lugares que quería compartir solo con él y Pedro hizo lo mismo con ella. Al segundo día descubrió que él tenía un francés perfectamente fluido y se sintió avergonzada por haberse burlado un poco de él cuando habían ido a ver la obra de teatro. Cada día fue perfecto, en especial el que pasaron en el Palacio de Versalles durante un recorrido privado que Pedro había organizado, solo para ellos. Ese hombre la había llevado ahí, le había mostrado una parte de sí mismo y estaba haciéndola feliz. Solo con mirarlo se le aceleraba el corazón.


—¿En qué piensas? —le preguntó él en el Salón de los Espejos.


—En nada. Bueno, pienso que no es justo que me afectes tanto.


—¿Crees que a mí no me pasa lo mismo contigo? Ven.


Pedro estaba decidido a dejárselo claro. Estaba en Francia porque ella le había pedido que fuese, ¿Y aun así Paula creía que no lo tenía bajo su hechizo? La agarró de la mano, salieron del palacio y cruzaron los jardines hacia el hotel situado allí mismo. Entraron en la suite más grande de todas. Así era cómo le demostraría a ella lo que le hacía sentir.


—Quítate la ropa y métete en la cama.


Paula enarcó una ceja, pero él supo que obedecería. Lo notó por cómo se le iluminaron los ojos, por la respiración acelerada y por el rubor que le subió por el cuello. Ella se quitó la parte de arriba y la tiró al suelo mientras Pedro, sin moverse del sitio, intentaba controlar el deseo que lo devoraba. Tenía que demostrarle lo que no podía decir; lo que tal vez no pudiera decir nunca por mucho que esas palabras no dejaran de rondarle la cabeza. «Te quiero». Habían sido las últimas palabras que le había dicho a su madre. No había vuelto a pronunciarlas y no podría hacerlo nunca. Se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Ella lo recorrió con una mirada que fue como una caricia y después siguió desnudándose. Él hizo lo mismo.


—Tócate —le dijo Pedro una vez ella ya estaba tendida en el centro de la cama con dosel.


A pesar de su timidez, Paula deslizó una mano sobre su abdomen. Pedro, además de excitadísimo, estaba orgulloso de esa mujer que no se echaba atrás ante ningún desafío. Él se aseguraría de que fuera invencible, de que nadie volviera a controlarla nunca más. Aunque no era capaz de decirlo con palabras, la amaba, por mucho que había intentado evitarlo. Por mucho que sabía lo que el amor le hacía a la gente y que lo suyo no podía durar para siempre. Se había enamorado de ella. Mientras la veía deslizar los dedos con suavidad sobre su sexo y la oía gemir, él se rodeó con la mano y siguió el ritmo lento que marcaba ella. 

Busco Prometida: Capítulo 56

Paula suspiró cuando él la besó en la frente y empezó a acariciarle el pelo hasta dormirla. Pedro la despertó cuando habían empezado a descender. Después de aterrizar, se subieron a un deportivo eléctrico que él condujo por las calles de París con tanta soltura que le hizo preguntarse a ella cómo podía estar ya tan familiarizado con la ciudad. Obtuvo la respuesta al llegar a un precioso edificio antiguo del Distrito 7.


—Bienvenida a casa —dijo Pedro sonriendo cuando sacó la llave de una vivienda en la última planta.


—¿Casa? ¿Es tuya?


—Sí. Tengo propiedades por todo el mundo. Venga, asómate a la ventana.


Paula se quedó atónita. Era casi como si pudiera tocar la Torre Eiffel si alargaba la mano lo suficiente.


—Tienes una casa preciosa.


Era una mezcla perfecta de diseño francés clásico y moderno.


—Aún quedan muchas horas de luz. Vamos a dar una vuelta.


Después de una ducha rápida, Paula se puso una falda de vuelo y una chaqueta fina. Estaba colgándose el bolso cuando Pedro salió del vestidor y la dejó sin palabras. Ese era el aspecto que tenía cuando estaba relajado: Un atisbo de barba, unas piernas poderosas cubiertas por tela vaquera clara y unacamiseta blanca que se le ceñía al torso. Ahora parecía más humano; no era ese hombre que tenía que afeitarse cada día, que solo vestía trajes y que hacía ejercicio siempre a la misma hora cada mañana porque se sometía a una disciplina estricta.


—¿Lista para irnos?


No, no estaba lista. Ahora no quería salir del piso. No quería desperdiciar ni un solo segundo de ese Pedro cuando sabía que desaparecería en cuanto volvieran a San Francisco.


—¿Adónde vamos?


—¿Adónde quieres ir?


Lo primero que se le ocurrió a Paula fue la cafetería con terraza que le traía tan buenos recuerdos. Y ahí fueron. Sentados en la calle en una mesa de hierro forjado, no eran más que una pareja tomando café. El acuerdo Arum, Javier y Gonzalo parecían preocupaciones que no podían afectarlos allí.


—Sol —le dijo Pedro justo cuando ella acababa de contarle una anécdota que había vivido en esa cafetería—, está muy bien volver aquí porque te haga feliz, pero no puedes usar este lugar para escapar del pasado. Mira hacia delante. Tienes que crear recuerdos nuevos.


Y era verdad. Debía hacerlo y lo haría. Con él. Eran los únicos recuerdos nuevos que quería crear, pero le daba demasiado miedo decirlo y romper el hechizo. Porque, por mucho que ella sintiera que lo que tenían era real, Pedro no había dicho en ningún momento que la farsa hubiera terminado.


—Ahora mismo el futuro me resulta algo incierto.


—Eso siempre va a ser así, pero si trazas un plan y te ciñes a él, todas las piezas encajarán.


¿Sería él una de esas piezas?

miércoles, 22 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 55

Pedro detuvo la mano en la cara interna de su muslo y la notó temblar. Ella le rozó la frente con la suya.


—Ven a Francia conmigo.


—Claro.


¿No había querido pasar tiempo a solas con ella? Pues Paula estaba ofreciéndole justo lo que quería.


—Podemos ir en mi jet.


Pedro vió alivio en el rostro de Paula y siguió acariciándola. Cuando sus dedos rozaron la tela húmeda entre sus muslos, él gimió mirándola fijamente.


—Me has besado, tocado y provocado, y llevo deseándote toda la noche —dijo ella.


Pedro la besó con una intensidad que lo excitó al instante, pero se contuvo. En pocos minutos el coche los dejaría en casa. Se apartó y sacó el móvil.


—Vamos a tener que esperar, sol. Dame una hora y te lo compensaré.



Según lo prometido, una hora después estaban sentados en los cómodos asientos color crema del jet de Pedro y listos para despegar. Cuando se alzaron en el cielo, San Francisco se convirtió en una red de luces doradas. Ya no había rastro de las calles empinadas y las icónicas casas. Ahí arriba Paula no veía motivos para estar nerviosa, no sentía rabia hacia su familia. Todos esos problemas se habían quedado en tierra. Se sentía liberada, como cuando había estado en Francia. Quería ayudar a Pedro a vivir, a relajarse, y eso era justo lo que París había hecho por ella. Sabía que lo inteligente sería alejarse de él porque pronto todo acabaría, pero ya se había acercado demasiado, ya lo deseaba demasiado. En cambio, Pedro nunca había dicho que se planteara un futuro con ella. Es más, le había dicho que no podía permitir que nadie entrara en su vida. Pero tal vez ya era hora de que perdiera ese miedo que sentía a convertirse en lo que había sido su padrastro. Tal vez ella pudiera mostrarle el hombre que era de verdad.


—¿Cansada? —le preguntó Pedro.


—Estoy bien —dijo Paula, aunque, cuando apoyó la cabeza en el reposacabezas, el sueño se apoderó de ella.


Notó que Pedro le desabrochó el cinturón y la llevó al fondo del avión. Debería haber protestado, pero se sentía tan cómoda y segura en sus brazos que le dejó llevarla a la cama y taparla con unas sábanas.


—Quédate —le pidió.


Tras unos segundos durante los que ella contuvo el aliento, Pedro se quitó los zapatos y la chaqueta, se metió en la cama y la rodeó con los brazos.


—Deberías dormir. Cuando te despiertes, estaré justo aquí.


—Bésame, por favor.


Pedro no vaciló ni un instante. Fue un beso suave, delicado, dulce a más no poder. No la excitó, como solían hacerlo sus labios. No. La derritió. La removió por dentro. 

Busco Prometida: Capítulo 54

 —Nunca lo he visto así de feliz. Y lo has logrado tú, Paula.


—Gracias. Pedro te importa mucho —dijo ella con el corazón encogido por la ternura de la mirada del hombre.


—¿Te ha contado cómo nos conocimos?


—No mucho.


—Fui a dar una charla a su facultad y, cuando hablamos, ví a un joven con una inteligencia impresionante y ropa de segunda mano. En aquel momento supe que no podía permitir que alguien así cayera en el olvido solo porque no tenía los privilegios de sus compañeros. Así que lo acogí bajo mi ala. Era muy serio. Nunca sonreía. Ni siquiera sonrió el día de su graduación.


—¿Estabas allí? —preguntó Paula, feliz de que Julian hubiera encontrado a alguien que se preocupaba por él.


—Sí. Le enseñé todo lo que yo sabía del negocio, pero enseguida fue él el que estaba dándome consejos a mí —dijo Esteban riéndose con claro afecto—. Aun así, yo no quería que trabajara para mí.


—¿No? —preguntó Paula confusa.


—No. Tengo claro que me habría hecho ganar muchísimo dinero, pero con todo lo que había sufrido ese chico, necesitaba a alguien que apoyara sus sueños.


—¿Y cómo lo hiciste?


—Me dió el dinero para crear IRES.


Paula se sobresaltó al oír la voz de Pedro, que se sentó a su lado. Esteban soltó una risita.


—Para mí es como un hijo.


—Te estás volviendo muy sentimental.


—Puede que sí.


A Paula le encantó poder ser testigo de la relación tan especial que tenían los dos.


—He de admitir que me preocupé cuando me enteré de lo de su compromiso, pero has hecho bien, Pedro.


—Sí —dijo él agarrándole la mano a Paula—. Deberíamos irnos…


Los tres se levantaron y Esteban se acercó a Paula.


—Te estaré eternamente agradecido. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, no tienes más que pedirlo.


El hombre le dio un beso en la mejilla y su tarjeta. Luego le estrechó la mano a Pedro y se marchó.


-Ha ido bien —dijo Paula en el asiento trasero del coche.


Había ido mucho mejor de lo que habían imaginado, pero para Pedro haber tenido éxito entre los accionistas no era la razón por la que esa noche había resultado tan trascendental. Acercó a Paula a su regazo y le besó el cuello mientras la abrazaba.


—Tengo una sorpresa para tí —dijo ella con la respiración entrecortada.


—¿Para mí?


—Sí, pero antes de decirte qué es, necesito saber si confías en mí.


—Claro que confío en tí.


Confiaba en Paula. Le había confiado su pasado, sus planes…


—Quiero llevarte fuera.


—¿Adónde? —preguntó él contra su cuello mientras le recorría una pierna con los dedos, muy despacio.


—A París.


—¿A París?

Busco Prometida: Capítulo 53

Paula tuvo que controlarse para no gemir ahí mismo.


—Pues vas a tener que esperar.


—¿Sí?


Pedro la apretó contra sí presionando contra ella sus poderosos muslos, su masculinidad, su musculoso torso.


—Sí.


Estaba aturdiéndola, sobre todo porque estaba permitiéndole ver su lado más juguetón. Ese hombre que no sonreía ni se reía lo hacía con total libertad delante de ella, y lo estaba haciendo ahora también delante de todos. Y todos se fijaron. Como para no fijarse, cuando llevaba toda la noche acariciándola y mimándola.


—Paula… Alfonso.


La gélida voz le borró la sonrisa a Paula. Pedro la rodeó por los hombros antes de que los dos se giraran hacia Javier.


—Hola, Javi —dijo ella.


—Harrison —dijo Pedro.


—Imagino que debo darles la enhorabuena.


Estaba claro que Javier solo lo hizo para guardar las apariencias.


—Parece que eres un hombre distinto, Alfonso.


—Sigo siendo el mismo aunque Paula me haga mostrar una faceta distinta.


Javier miraba a Paula como alguien que mira un premio que ha perdido. Pedro debió de notar lo incómoda que se sentía ella, porque se disculpó en nombre de los dos y la llevó hacia las mesas. Y ahí fue cuando ella conoció en persona a Esteban Cross.


—Me alegro de que hayas podido venir, Pedro —dijo Esteban—. Y tú debes de ser Paula. Un placer conocerte por fin.


—Igualmente —respondió ella sonriendo.


La gente estaba ocupando las mesas y Paula se fijó en que las personas que los rodeaban eran de Arum. Su hermano, sentado frente a ella, parecía incómodo al lado de Javier.  Sin embargo, Pedro no le permitió centrarse en eso. Durante la cena y las charlas, le acarició la nuca, le susurró cosas al oído y la besó. Todo eso la distrajo del hecho de estar compartiendo mesa con la gente de la que pretendía alejarse. La misma gente a la que él quería ganarse. Deseaba a Pedro con toda su alma, pero lo suyo no podía durar. No cuando tenían objetivos tan opuestos. Una vez terminó la cena y la mayoría de los asientos se quedaron vacíos, Esteban le pidió a Paula que se quedara allí.


—Tú puedes irte, Pedro. Tienes trabajo que hacer.


Pedro puso los ojos en blanco, pero obedeció y se levantó. La besó en la mejilla y se dirigió a su mentor.


—No me robes a mi pareja —le advirtió antes de marcharse.


Paula contuvo una carcajada. Jamás habría imaginado que Pedro pudiera obedecer a nadie, pero estaba claro que Esteban entendía lo que necesitaba y que Pedro confiaba en él.

Busco Prometida: Capítulo 52

Pero Paula eligió acompañarlo en lugar de quedarse con su hermano, y con ello avivó unas emociones para las que Pedro no estaba preparado.


—Alfonso, espera —dijo Gonzalo cuando los dos se giraron para marcharse—. Quiero hablar contigo.


—¿Sobre…?


—El acuerdo energético.


Pedro se tensó y miró a Gonzalo, que añadió:


—Si quieres entrar, estoy dispuesto a ayudarte, pero con una condición. Haz feliz a Paula. Sé que puedes protegerla, y te lo agradezco, pero si me entero de que la has utilizado, no solo no conseguirás el acuerdo, sino que me aseguraré de que nadie en San Francisco vuelva a trabajar contigo.


—¡Gonza! —lo reprendió Paula.


—No hay problema —dijo Pedro alargando la mano. 


Gonzalo se la estrechó con firmeza.


Paula y él fueron hacia la barra, pero, antes de llegar, se vieron rodeados por un grupo de gente. Aunque Pedro ya conocía a algunos, se quedó allí durante las presentaciones, estrechando manos y haciendo cumplidos. Esa era la gente que necesitaba de su parte. Los accionistas de Arum.


—¡Enhorabuena por vuestro compromiso! —dijo una mujer cubierta de joyas—. ¿Puedo ver el anillo?


Pedro rodeó a Paula por la cintura para acercarla a sí mientras ella extendía la mano izquierda.


—¡Ay, qué preciosidad!


—Lo ha elegido Pedro—dijo Paula.


—Tiene un gusto estupendo.


—Eso está claro —dijo él mirando a Paula realmente conmovido.


—Alfonso, he de decir que me sorprendió lo de su compromiso. Creo que nos sorprendió a todos —dijo un hombre canoso.


—Hay cosas que no están hechas para que las vea el mundo.


Fuera lo que fuera lo que había entre los dos, era solo de ellos.


—No podría estar más de acuerdo —respondió el hombre—. Te he visto hablando con Gonzalo.


—Es el hermano de Paula.


—Ya, pero imagino que sabrás que si puedes convencerlo y vota a tu favor, puede que los demás hagamos lo mismo. Llámame —añadió el hombre dándole una tarjeta—. Espero verte mucho más por estos eventos.


Eso fue música para sus oídos.


Cuando por fin llegaron a la barra, Pedro pidió la bebida y se situaron en un rincón. Llevaba toda la noche muy pendiente de Paula. Ahora estaba acariciándole la mejilla y besándola con dulzura.


—Deberíamos estar relacionándonos con la gente —dijo ella en voz baja.


—Eso me da igual —le susurró él al oído produciéndole un cosquilleo—. Solo quiero llevarte a casa y devorarte hasta dejarte sin aliento y jadeando.

Busco Prometida: Capítulo 51

La invitación le llegó al despacho esa misma tarde. Paso uno completado. Sin embargo, Pedro no estaba feliz. Algo había cambiado entre Paula y él. Quería proteger lo que tenían ahora, pero cualquier cambio de planes podría afectar al objetivo y a la vida de ella. Por eso continuaría actuando según lo acordado, y cuando Arum cerrara el acuerdo, entonces todo habría merecido la pena. O, al menos, eso esperaba. Levantó la invitación con el logotipo de Zenith. Todo dependía de ese evento. Su futuro y el futuro de IRES. Pero lo que de verdad necesitaba era pasar tiempo con Paula lejos de todo eso. Un tiempo solo para ellos.


Paula, luciendo la gargantilla de diamantes amarillos que Pedro le había regalado justo antes de salir de casa, estaba recostada en él en la parte trasera del coche. Los dos iban vestidos de negro por indicación de la invitación y de ahí el regalo del collar. Él se había negado a verla con un tono tan apagado y había querido aportarle algo de color. Ella miraba por la ventana, pero él sabía que no miraba nada en particular. La besó en la sien.


—No estés nerviosa. No voy a perderte de vista.


Paula suspiró. Pedro deseaba estar con ella en cualquier otro lugar, pero, por el bien de los dos, no podía desviarse de su objetivo. Al llegar al lujosísimo hotel donde los ricos e influyentes de San Francisco llevaban más de cien años cerrando acuerdos, él bajó del coche, le abrió la puerta a ella y la ayudó a bajar. Todas las cabezas se giraron cuando entraron en la sala de la mano.


—¿Estás lista? —le susurró al oído.


—Es curioso, iba a preguntarte justo lo mismo —dijo Paula sonriendo.


Pero él sabía que estaba nerviosa.


—Mira, ahí viene nuestra primera prueba —dijo Pedro al ver a Gonzalo acercarse—. Chaves —añadió tendiéndole la mano.


—Alfonso —respondió Gonzalo estrechándosela—. ¿Cómo estás, Paula? —dijo al darle un beso a su hermana.


—Feliz.


Paula sonrió y Gonzalo debió de creérselo, porque agachó los hombros, ya fuera de alivio o de resignación. Bueno, al menos era un comienzo.


—Bien, me alegro —añadió Gonzalo con tristeza—. La casa no es la misma sin tí.


—Pues vas a tener que acostumbrarte, Gonza.


Paula sonrió a Pedro y a él se le encogió el corazón. Sin pensarlo, la besó en la sien y esbozó una pequeña sonrisa. Gonzalo se fijó. Todo el mundo se fijó.


—¿Te apetece beber algo? —le preguntó Pedro a Paula con la intención de darle un momento a solas con su hermano.


—Sí, por favor.

lunes, 13 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 50

 —¿Y qué haces?


—Krav Maga.


—¿Krav…? ¡Eso no cuenta!


En ese momento Paula entendió la suerte que había tenido Javier de haber salido ileso de Crème.


—¿Te haría feliz que hiciera otra cosa? —le preguntó él con picardía en la mirada.


—A lo mejor…


Sonriendo, Pedro la tendió en el banco, le subió la camiseta hasta la cintura y acercó la boca a su sexo. Antes de que se le nublara la cabeza de placer, Paula se grabó el único objetivo que tenía ahora: Ayudar a Pedro a vivir su vida de verdad. Ahora sí que iban tarde los dos, pero a él no le importó. No cuando estaba deslizando los labios sobre los de Lily mientras el agua de la ducha les caía encima. Sujetándola contra su pecho, le deslizó los dedos adentro y afuera y oyó sus gemidos resonar por el baño hasta que la hizo derrumbarse y gritar de placer. Después la enjabonó y la dejó ahí.


—Una promesa de lo que vendrá luego —le susurró al oído.


Pedro no podía creerse que Paula hubiera pensado que él no había disfrutado con ella. Estaba seguro de que el sexo ya no volvería a ser lo mismo después de esa noche, después de que ella saliera de su vida… Porque en algún momento se marcharía. Salió de la ducha, se envolvió una tolla a la cintura y continuó con la rutina que había seguido cada mañana desde que se había marchado de casa de su padrastro: ejercicio, ducha, afeitado y trabajo durante todo el tiempo que requiriera cumplir el objetivo de la jornada. Así cada día. Siempre le había bastado con eso, pero ahora quería más. Miró a Paula por el espejo. No la merecía. La perdería. Era inevitable. Todo el mundo se iba de una forma u otra. Su padre había muerto antes de que él tuviera oportunidad de conocerlo, su madre había vivido un tormento antes de morir y ella se marcharía porque buscaba libertad. Así que él tenía dos opciones: Apartarla ya de su lado o disfrutar de lo que tenían mientras durara. Pero ninguna le servía porque la necesitaba tanto como respirar.


—Arum celebra la cena Zenith pasado mañana —dijo Paula mientras se secaba el pelo.


Zenith era una exclusiva red de contactos creada por las familias más ricas de San Francisco.


—Ya.


—Sabes que eres mi acompañante, ¿Verdad? Aunque no recibas una invitación, asistirás de todos modos.


—Lo sé, pero tener una invitación propia me ayudaría a convencer a esa gente de que trabaje conmigo.


—Aún tienes tiempo.


Sí, pero no tanto. Cuanto más tardaran en aceptarlo en ese grupo, más se alejaría el acuerdo con Arum.

Busco Prometida: Capítulo 49

Entró en el vestidor de Pedro y vió hileras de trajes y camisas, corbatas, relojes, zapatos… Todo perfectamente colocado. Perfectamente ordenado. «Necesito control», le había dicho él. «¡Haces que quiera perder el control!». Ella suponía el caos para él, y el caos y el orden no podían coexistir. Jamás podrían tener nada más allá de ese compromiso falso. De pronto sintió que el corazón se le partía en dos y le costaba respirar. Quería más con él, pero ahora veía que era imposible. Agarró una camiseta blanca perfectamente doblada y se la puso. Le quedaba demasiado larga, pero mejor así. Decidida a volver a su dormitorio, vestirse corriendo y marcharse, salió al pasillo y oyó un sonido metálico seguido de otros ruidos extraños. Los siguió hasta llegar a la puerta de un gimnasio justo cuando Pedro salía. Sin camiseta y sudando. Se le secó la boca al verlo. Pedro llevaba unos pantalones de chándal de cadera baja y unos auriculares, y tenía el pelo húmedo. Paula le quitó uno de los auriculares y se lo acercó al oído. Arrugó la nariz ante el agresivo ritmo y la letra cantada a gritos y volvió a ponérselo a él, que apretó los labios con gesto de diversión. Ella acababa de girarse para marcharse cuando él la agarró de la muñeca.


—Esperaba que durmieras hasta más tarde —le dijo después de haberse quitado los auriculares.


—Voy tarde. Ya debería estar en Crème.


—Seguro que no eres la única que abre todos los días, así que ¿Por qué no me dices por qué te has levantado tan temprano?


—No estabas en la cama y he pensado… Da igual.


—¿Has pensado…?


Al ver que él no dejaría pasar el asunto, dijo:


—Sé que lo de anoche no fue igual para los dos. Imagino que tú no lo disfrutarías tanto, pero yo…


—¿Es eso lo que te preocupa? —preguntó Pedro conteniendo una sonrisa.


La metió en el gimnasio, la sentó en un banco, se arrodilló delante de ella y apoyó las manos en sus muslos. Paula se bajó la camiseta para taparse más.


—Lo de anoche fue indescriptible. Podría tenerte cada día y, aun así, no me bastaría. Esta mañana he tenido que reunir todas mis fuerzas para dejarte durmiendo en la cama sin despertarte con la lengua y los dedos.


Paula abrió la boca, pero no pudo decir nada.


—Que haya salido de esa cama no tiene nada que ver con cuánto te deseo, sino con quién soy.


—¿Qué quieres decir?


—Me levanto todas las mañanas antes del amanecer para hacer ejercicio y poder estar al cien por cien en el trabajo el resto del día. Al cien por cien para IRES.


—¿Por qué trabajas tanto?


—IRES es lo único que tengo y necesito que sea un éxito. Me hace ser valioso en algo.


—Ya lo eres —dijo ella acariciándole la mejilla—. No puedes trabajar sin parar, necesitas relajarte. Hacer algo con lo que disfrutes.


—Ya lo hago.

Busco Prometida: Capítulo 48

 —No pasa nada, sol. Tómate el tiempo que necesites —dijo Pedro con la voz estrangulada, tensa.


La sensación de quemazón desapareció enseguida y ella intentó mover las caderas, sorprendida por lo agradable que resultaba. Entonces Pedro empezó a moverse también, despacio, a la vez que le agarraba una pierna, que ella le puso alrededor de la cadera. Paula no podía pensar. No podía respirar. ¿Cómo podía algo resultar tan agradable?


—Respira —le susurró Julian al oído excitándola aún más—. Eres increíble.


Paula quería responder, quería decir algo, lo que fuera, pero no podía. Abrió los ojos, que ni siquiera sabía que hubiera cerrado, y vió sus cuerpos unidos, moviéndose juntos, rítmicamente. Bajo la intensa mirada de Pedro, notó el placer ir en aumento hasta que se derrumbó y gritó su nombre a la vez que él gemía con su propio placer. Lo único que rompía el silencio de la habitación eran los jadeos. Al instante sintió a Pedro acurrucado a su cuello e intentó acariciarle el pelo, pero no tenía fuerzas. El placer que había experimentado había sido tan intenso que se le saltó una lágrima. Él se la besó antes de que cayera la siguiente y luego, con delicadeza, le besó los ojos, las mejillas, la nariz, la frente y los labios. Después él se apartó, se quitó el preservativo, la rodeó con los brazos y los tapó con una colcha. Tumbada en sus brazos, saciada y feliz, Paula se preguntó si se habíahecho un flaco favor al esperar tanto.


—No —oyó decir a Pedro—. Sé lo que estás pensando, y no habría sido así con otra persona. Ha sido así por nosotros dos.


Él empezó a acariciarle el pelo y al momento ella se quedó dormida. Lo último que pensó fue que esa cita no había sido solo parte de un plan. Había sido más. Mucho más… 


Lo primero que Paula notó al despertar fue la cama vacía. Un rato antes se había despertado un instante y había sentido la calidez del cuerpo desnudo de Pedro contra el suyo mientras él, profundamente dormido, la abrazaba con fuerza. Ahora, en cambio, su lado de la cama estaba frío. Se frotó los ojos y miró a su alrededor para ver la habitación donde había dormido. El techo y dos paredes eran por completo de cristal. Las vistas panorámicas le permitieron ver los rayos dorados del amanecer bañar la bahía y su inconfundible puente. Pedro se había creado ese espacio para él, ese pedacito de cielo al que no invitaba a nadie. Era su refugio y, sin embargo, a ella sí la había invitado. Con el corazón acelerado solo de pensarlo, intentó centrarse. Tenían química, pero si lo de la noche anterior hubiera supuesto un gran paso para una relación real, ¿No seguiría ahí Pedro esa mañana? ¿Estaría evitándola de nuevo porque se arrepentía de haber estado con ella? Tenía que salir de la habitación. Pero estaba desnuda.

Busco Prometida: Capítulo 47

Y en el pectoral izquierdo, una serie de números romanos separados con dos pequeños puntos. Notó que Pedro tenía la respiración entrecortada mientras la observaba apretando los labios. Parecía tenso y Paula prefirió no preguntar qué significaban los tatuajes. Esa noche Pedro ya le había dado demasiado.


—Bésame —le ordenó ella.


Él la rodeó por la cintura con un brazo y con la otra mano le sujetó la cabeza mientras sus bocas se unían y sus lenguas se deslizaban la unasobre la otra. Entonces notó las manos de Pedro bajándole la cremallera del vestido y tembló cuando sus dedos se deslizaron sobre su espalda desnuda.


—Qué suave… —dijo él contra sus labios a la vez que le quitaba el vestido.


Paula sintió un cosquilleo en el estómago cuando Pedro la levantó sin previo aviso, la tendió en el centro de la cama y se movió sobre ella como el gato salvaje con el que lo había identificado la primera vez que lo había visto. Él le recorrió con los labios la mandíbula, el cuello, los pechos… Besándola, saboreándola, cortándole la respiración. Ella nunca se había sentido así, como si estuviera flotando y ahogándose al mismo tiempo. Y entonces Pedro tomó uno de sus pezones en la boca a la vez que le acariciaba la cara interna del muslo. Pero no se detuvo ahí. Le apartó el encaje de las braguitas, y cuando le acarició el sexo, Lily supo lo húmeda que la encontraría. Ella siempre había dado por hecho que pasaría vergüenza al estar con alguien de esa forma tan íntima, pero no fue así. Y el motivo era Pedro. Se sentía a salvo con él.


—Voy a ir despacio… —dijo Pedro antes de besarla con dulzura—. Puedes parar cuando quieras. ¿Lo entiendes?


Ella asintió.


—Necesito oírte decirlo.


—Lo entiendo.


—Bien.


Pedro sacó un preservativo de la mesilla y se lo puso. De pronto, ella se puso nerviosa. Estaba excitada, pero tensa a la vez.


—Cuidaré de tí, Paula.


Él se situó a los pies de la cama y le quitó la ropa interior, y cuando acercó la boca a su sexo, ella dejó de respirar. Su lengua la inundó de sensaciones. Paula alzó las caderas para acercarse más a su boca, pero él la sujetó contra la cama a la vez que lamía y succionaba sumergiéndola en un río de placer. Agarrando las sábanas, ella emitió una melodía de gemidos que llenaron la habitación mientras se dejaba arrastrar por ese torrente. Se sentía relajada, pero a la vez se le tensó el cuerpo. Y entonces, cuando ya no podía aguantar más, se vió rodeada por los brazos de Pedro y notó su dureza en la entrada de su cuerpo justo antes de que la embistiera y la abrazara con fuerza. Se le escapó un grito que él sofocó con un beso. Pedro la abrazaba mientras ella se amoldaba a su intrusión.

Busco Prometida: Capítulo 46

Ahora se alegraba de no haber perdido el control la noche anterior. Estaba decidido a hacer que esa noche fuera inolvidable para ella. Paula estaba avergonzada por haber admitido su inexperiencia, pero, a la vez, se sentía a punto de estallar de deseo.


—Mírame —le dijo él acariciándole la mejilla.


Ella obedeció sin pensárselo.


—Me alegro de que me lo hayas dicho.


La besó en la frente y el roce hizo que un cosquilleo la recorriera.


—Yo también soy primerizo en algo. Nunca he traído aquí a una mujer.


—¿A tu habitación?


—A mi casa. Solo a tí, sol.


Paula se sentía feliz de haber esperado, de que su primera vez pudiera ser con Pedro. Porque confiaba en él y estaba claro que él confiaba en ella.


—Tómame, Pedro.


Estaba nerviosa, excitada y también un poco asustada. Pedro ya le había mostrado el placer en una ocasión, pero los dos habían estado completamente vestidos. Le atrapó los labios entre los suyos haciéndola abrirse a él, haciéndole suplicar que intensificara el beso. Pero en lugar de eso, se apartó y se quitó los zapatos y los calcetines.


—Desnúdame.


Esa orden susurrada la dejó atónita y ansiosa por tocar toda esa dureza que había sentido bajo la tela de la camisa. Ahora tendría acceso completo a él. Se miraron y Pedro sonrió como animándola, alentándola. ¡Por Dios! Esos hoyuelos iban a acabar con ella. Paula le quitó la chaqueta y deslizó los dedos sobre los botones de la impoluta camisa blanca, pero entonces la impaciencia se apoderó de ella y, con una pícara sonrisa, le abrió la camisa de un tirón haciendo que los botones salieran volando. Después, sorprendida por lo desinhibida que estaba, le bajó los pantalones y la ropa interior. Y entonces lo vio. Lo vio de verdad. Nada podía haberla preparado para la oleada de excitación que la sacudió al ver su cuerpo desnudo. Era esbelto, como si estuviera hecho de mármol y le hubieran tallado cada músculo. Tenía la piel clara y sedosa, perfecta, y cubierta por varios tatuajes que resultaban impactantes. Un enorme árbol moribundo con un tronco retorcido y unas raíces que empezaban en las costillas y acababan en la cadera; unas ramas desnudas que se le enroscaban alrededor de un pezón. Paula trazó el dibujo con los dedos y siguió las ramas por el costado hacia el omóplato. Las ramas muertas, áridas, iban creciendo poco a poco dando paso a unas hojas diminutas que se volvían cada vez más frondosas. De la muerte a la vida.

viernes, 10 de enero de 2025

Busco Prometida: Capítulo 45

Quería devorarla, pero se tomó su tiempo para saborearla, para besarla con dulzura bajo las estrellas. Los labios de Paula sabían a sal de las lágrimas que había derramado por él. No había ni un alma por allí. Estaban solos. Ella lo agarró de las solapas de la chaqueta y se alzó en un intento de acercarse más. Pedro la levantó y la abrazó con fuerza mientras dejaba que lo besara con intensidad… Y con cierta torpeza. Su inexperiencia resultaba de lo más entrañable. Después la llevó contra una columna, reclamándola con la lengua, queriendo que le diera más, que le mostrara su deseos más ocultos. Sus bocas se movían juntas. Mordisqueando. Lamiendo. Suplicando. Y entonces ella le susurró al oído:


—Llévame a casa.


Atropelladamente, entraron en casa. Labios besándose con desenfreno. Manos en el pelo, en los torsos, por debajo de la ropa. No había tiempo para hablar. No había tiempo para respirar. Pedro le coló las manos por la raja del vestido y, tras agarrarla por los muslos, la levantó y la subió a su dormitorio. Paula no le permitía que dejara de besarla y él no recordaba una ocasión en la que una mujer lo hubiera vuelto tan loco. Ya en la habitación, la dejó en el suelo, frente a él. Estaba tan excitado que casi le resultaba doloroso. Mirándola fijamente, le acarició la nuca hasta llegar a las horquillas de plata que le sujetaban el pelo. Con toda la delicadeza que pudo, se las soltó y el cabello de Paula cayó como una maravillosa cascada negra. Se enroscó su melena alrededor de la mano y le echó la cabeza atrás dejándole expuesto el cuello. Gimió mientras lo saboreaba. Qué dulzura. Ese aroma a flores con un toque de vainilla lo embriagaba; era casi como si la pastelería se hubiera grabado en la piel de ella de forma permanente. Volvió a besarla. Esta vez despacio. Con reverencia.


—Pedro… Deja de provocarme así…


Pero él quería tomarse su tiempo, saborear y besar cada centímetro de ella.


—Dime que quieres esto.


—Quiero esto… —contestó ella con la voz entrecortada—. Pero antes tengo que decirte algo.


Él se apartó para mirarla.


—Puedes decirme lo que sea.


—Yo… Eh… Nunca he hecho esto —dijo mirando a otro lado.


—¿Eres virgen?


Por sus besos, Pedro se había dado cuenta de que no tenía experiencia, pero jamás habría imaginado que fuera virgen.


—¿Estás enfadado?


Pedro no puedo evitar reírse.


—Claro que no.


Sonrió y su parte más primitiva se regocijó al saber que Paula era suya y solo suya.

Busco Prometida: Capítulo 44

 —Después, aquello se volvió constante. Intenté protegerla, pero yo era débil. Al final él acabo hartándose de que siempre me estuviera entrometiendo y volcó su violencia en mí.


Aún recordaba los golpes, el dolor del brazo roto.


—No eras débil, eras un niño. ¿No los ayudó nadie? ¿Nadie lo denunció?


Pedro sonrió a Paula, le secó las lágrimas y le besó la frente.


—¿Quién iba a hacerlo?


Estaba seguro de que en el colegio habían sospechado que en su casa había maltrato, pero nadie lo había ayudado; habían optado por creerse las mentiras de su padrastro.


—Él siempre acababa justificándolo todo. Le supliqué a mi madre que lo abandonara, pero nunca lo hizo. Ella intentaba defenderme, pero acababa recibiendo golpes también. Y entonces, justo antes de que yo cumpliera quince años, murió. Fue culpa de él. Se bebió todo el dinero que teníamos y no dejó nada para su tratamiento.


Por otro lado, Pedro sentía que tampoco había hecho nada. ¿De qué le había servido ese cerebro de genio? La culpa y la vergüenza lo devoraban. 


—¿Cuándo paró el maltrato?


—Para ella, cuando enfermó. Para mí, después de que muriera. Él no se había dado cuenta de lo mucho que había crecido yo. Y yo tampoco, hasta que un día que vino a por mí, me abalancé sobre él y acabó tirado al otro extremo de la habitación.


Recordaba la satisfacción que había sentido al golpear a su padrastro. Aquella explosión de violencia lo había hecho feliz.


—¿Qué pasó con él?


—Nada. Me gradué en el instituto antes de tiempo, me fui a estudiar con una beca y nunca volví. Hace como una década que no lo veo. Por eso necesito control. Por eso no tengo relaciones ni amigos. No puedo arriesgarme a convertirme en él. No puedo arriesgarme a enamorarme.


—Pedro —dijo ella llorando—, ese hombre no es tu padre. No eres él.


—No recuerdo a mi padre. Da igual qué sangre corra por mis venas cuando ese fue el hombre que me crió. Soy vengativo por su culpa. Soy implacable y despiadado por su culpa. Vi a mi madre morir por su culpa. Llevo todo eso dentro de mí. ¿Dices que te gusta ver lo bueno de las personas? A algunas no nos queda nada bueno dentro.


—Eso no es verdad —respondió Paula acariciándole la mejilla mientras él le sacaba unas lágrimas que no cesaban—. Eres un buen hombre. Si no lo fueras, no estarías ayudándome y no me habrías protegido de Javier. No tendrías la empresa que tienes. Eres bueno.


Pedro le tomó la cara entre las manos y la besó, muy despacio. Ella cerró los ojos cuando sus labios se rozaron, pero él siguió mirándola. No soportaba dejar de mirarla.


—Paula… —susurró.

Busco Prometida: Capítulo 43

Paula negó con la cabeza y contempló el lago Stow. Él, en cambio, la miraba solo a ella.


—Sé que ya lo he dicho, pero gracias por lo de esta noche.


Cuando Paula lo miró, él se perdió en esos ojos insondables que parecían contener el universo entero.


—Mi familia y yo íbamos mucho al teatro cuando era pequeña. Mi padre me parecía perfecto en todos los sentidos y todos estábamos muy unidos, sobre todo Gonzalo y yo. Pero lo del matrimonio concertado con Javier lo cambió todo. La relación con mi padre no volvió a ser la misma y así siguió hasta que murió. Ojalá hubiéramos podido arreglar las cosas. Por otro lado, estoy furiosa con él, furiosa porque me prometiera con Javier, porque muriera antes de poder cumplir su promesa de romper ese acuerdo, porque siento que no hizo todo lo que podía haber hecho. Y ahora tengo toda esa rabia volcada en Gonzalo y en mi madre.


—Tienes todo el derecho a estar furiosa. La gente que debería haberte protegido no lo hizo. Me asombra que trates a todo el mundo con tanta amabilidad, sin perder la sonrisa, después de que el mundo te haya fallado.


—No me ha fallado. Y tú tampoco —dijo sonriendo—. Sé que tengo derecho a sentirme traicionada y enfadada, pero me niego a vivir así. En este mundo también hay gente buena, así que siempre opto por ver lo mejor en todo.


Igual que hacía con él. ¿Pero seguiría pensando lo mismo cuando viera la oscuridad de su corazón? ¿El motivo por el que él no se permitía amar? De pronto, sin ser consciente, Pedro dijo:


—No recuerdo mucho de mi vida en Los Ángeles después de que muriera mi padre, pero sí que recuerdo el día que nos mudamos a Lupine Heights con mi padrastro. Tenía seis años y en cuanto pisé aquella casa pequeña y oscura, supe que no quería estar allí.


Sintió los brazos de Paula rodeándolo mientras seguía perdido en los recuerdos.


—Desde el primer día no pude soportar cómo miraba a mi madre, aunque entonces no entendía el porqué. Después de la boda él empezó a beber de forma constante y, cuando se emborrachaba, perdía el control por completo. Mi madre intentaba complacerlo, hacerlo feliz con la esperanza de que así él no tuviera motivos para pagar sus cambios de humor con nosotros.


Miró a Paula con la esperanza de que ella entendiera por qué quería ayudarla, protegerla de Javier, ya que nunca había podido proteger a su madre.


—Pero no sirvió de nada. La primera vez que le pegó, mi madre me hizo esconderme en el armario. Yo lo oía todo y, cuando no pude soportarlo más, salí corriendo hacia ella. Estaba en el suelo, encogida de miedo, y aquella fue la primera vez que sentí rabia. Me tiré a por él, pero yo era un crío y me apartó de un empujón. Me arrodillé al lado de mi madre…


«No te preocupes, cariño, estoy bien». Aún podía oír la voz de su madre, ver su débil sonrisa salpicada de lágrimas.