viernes, 28 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 30

Cuando se giró nuevamente hacia la mesa, vió que Pedro la estaba mirando, pero enseguida lo distrajo la pelirroja. Paula sintió celos, o algo así. La mujer le habló al oído, pero ella no quiso imaginar qué podría haberle dicho. En aquel momento apareció el maître y le dijo que iban a servir el café. Ella se mezcló con la gente y charló, y así logró perder de vista a Pedro. Los invitados empezaron a marcharse, y finalmente sólo quedaron ellos dos con los empleados. Se sorprendió del alivio que sintió cuando se marchó la pelirroja de la mesa de él.


—¿Te lo has pasado bien? —preguntó Paula a Pedro.


—Me lo he pasado muy bien, gracias. Has estado fantástica.


—¿Fantástica? —se rió—. Es un poco exagerado, ¿No?


—En absoluto. Todo el mundo lo ha dicho.


Ella achicó los ojos.


—Es sólo una leve exageración. ¿Estás lista para irnos?


Ella asintió.


Luego se despidieron del personal y Pedro le tomó la mano para salir. A ella le pareció natural. Extraño, después de tanto tiempo, pero natural. Para cuando llegaron al hotel, Paula estaba desesperada por aliviar el fuego que se había encendido en su vida. Era ridículo. ¿Cómo podía sentirse atraída por él después de todo lo ocurrido? Y decir «Atraída» era poco. Cuando llegaron a la entrada principal, ella sintió que no tenía ganas de que se acabase una noche tan agradable. Desde que habían dejado el lagar, aquella tarde, había sido casi como en los viejos tiempos. Ella había hecho un esfuerzo, y él, al parecer, también lo había hecho, como si hubieran querido demostrarse que podían estar bien juntos, sin problema.


—Es una noche agradable —dijo Pedro—. Es una pena entrar. ¿Te apetece dar un paseo?


—Sí, me gustaría mucho —dijo ella, y tembló.


—¿Tienes frío? ¿Quieres que entremos? 


—No, no tengo frío. Sólo ha sido una brisa del río.


Y pensamientos que ella no podía confesarle. Llena de satisfacción por el resultado de la cena, Paula levantó la cara y miró las luces que adornaban los árboles. Suspiró y dijo:


—Es increíble, ¿No?


—Sí —después de un momento, Pedro agregó—: Las luces son increíbles también.


Doblaron en la esquina y caminaron hasta llegar a la carretera que había en el puente del río Torrens. Allí pararon para observar la iluminación de la fuente, que se reflejaba en el agua. Después de unos minutos, Paula se dió cuenta de que ella era la única que estaba mirando la fuente. Pedro la estaba mirando a ella. El modo en que la miraba la tomó por sorpresa. Era como un hombre hambriento mirando una rebanada de pan. Sabía lo que quería decir: quería besarla. Ella se sintió nerviosa. Él se dió la vuelta y se apoyó en el muro del puente, cerca de ella, muy cerca. Ella volvió a temblar, y él frotó sus brazos desnudos en un gesto tierno. La suave fricción calentó su piel y aumentó la temperatura dentro de ella. 

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