miércoles, 26 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 22

Paula respiró profundamente.


—No, no lo hice. Tenía otros planes. Me habían ofrecido un trabajo en el valle Hunter, y… Lo acepté. Era una buena oferta. No podía rechazarla.


—¿Y cuándo regresaste?


—No volví hasta… Hasta que mi padre enfermó y ya no pudo trabajar. 


Estaban en la parte de fuera de la vieja cabaña, y las lágrimas le nublaron la vista a Paula. Pero ella pestañeó para disiparlas.


—Lo siento —dijo.


—No… No te preocupes —dijo él intentando imitar el acento australiano, lo que a ella la hizo sonreír—. ¿Quieres sentarte aquí un momento? —señaló una mesa del jardín.


Ella asintió y se sentó. Pedro se sentó frente a ella.


—Cuéntamelo —dijo él.


—Yo no sabía que mi padre estaba enfermo —dijo con lágrimas en la garganta Paula—. Él sabía que tenía cáncer, pero no me lo dijo. Si me lo hubiera dicho, yo habría… —se calló, incapaz de exteriorizar cuánto lo lamentaba.


Pedro se inclinó hacia delante y ella por un momento pensó que le tomaría la mano. Pero él no lo hizo, y ella se alegró. No necesitaba más emociones.


—Por supuesto —dijo él.


¿Cómo lo sabía?, se preguntó ella. Hacía años había pensado que él la conocía mejor que nadie, y que ella lo conocía profundamente a él. ¡Qué equivocada había estado! Y si entonces no se habían conocido realmente, cuando estaban tan unidos, ¿Cómo iba a poder conocerla ahora, diez años más tarde?


—Lo siento —dijo Paula. Se puso de pie—. No quiero estropearte el recorrido. Vayamos a ver a Tamara.


Tamara le levantaría el ánimo. Pero cuando entró, vió que su amiga tenía mala cara.


—¿Qué ocurre, Tamara? —Paula se acercó a Tamara.


—Tengo migraña.


—Oh, no. ¿Qué haces aquí? ¿La tenías antes de venir a trabajar hoy?


—No… Me ha aparecido después.


—Bueno, debiste irte a casa. ¿Tienes la medicación aquí?


—No. En casa. No pude ir. He estado muy ocupada esta mañana — Tamara miró a Pedro—. Lo siento.


Paula había sido testigo de las migrañas de su amiga como para saber que aquélla iba a ser terrible.


—Te llevaré a casa. Luego veremos cómo llevamos tu coche —se volvió a Pedro—. No te hago falta por un rato, ¿Verdad?


—No, pero puedo ayudarte con el coche de Tamara —dijo él—. Puedo seguirte con su coche.


—Oh, sí, si no te importa…


Tamara protestó. 

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