miércoles, 19 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 11

 —Sólo que aprendí a hacer vino con tu padre —se acercó a la puerta y agregó—: Siéntate —indicó una mesa cubierta con una tela brillante.


Paula encontró a Tamara en la cocina, abriendo el vino. Su amiga estaba vestida como para impresionar: Llevaba una camiseta ajustada con un gran escote y una minifalda de cuero. Tenía un cuerpo bonito para llevar ese atuendo, y no podía culparla por aprovecharlo. Habían pasado ocho años, pensó , desde que había muerto el marido de Tamara y ella estaba desesperada por la compañía de un hombre.


—Eh, chica —dijo Tamara—. ¿Ha llegado ya Pedro?


—Sí. Llegó según el horario de Sídney, pero lo hemos arreglado.


—¿Y Germán? —preguntó Tamara.


—No ha llegado todavía, ya sabes cómo es.


—¿Desconsiderado?


—He querido decir «Un hombre muy ocupado».


—Oh, de acuerdo —dijo Tamara recogiendo la bandeja en la que había puesto el vino.


Paula agarró dos ensaladeras del frigorífico y siguió a Tamara afuera. Llegó a tiempo de ver a Pedro mirar a su amiga cuando ésta puso la bandeja en la mesa. Pedro saludó a Tamara con fría cortesía, pero Paula sintió una punzada de celos, una emoción que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Se oyó la puerta de entrada y  corrió a la casa.


—Hola, Paula. He recibido tu mensaje —dijo Germán mientras caminaba por el pasillo—. ¿Dónde está ese pez gordo de Francia? — preguntó.


—Shhh… Te va a oír.


—¿Y? —Germán le dió un beso rápido en la mejilla y siguió caminando hacia el jardín. 


Paula agarró la ensalada que quedaba y lo acompañó para presentarlo. Germán extendió la mano.


—¿Así que vas a transformar a Paula en una directora modelo? 


Pedro miró a Paula antes de responder.


—Estoy aquí para hacer una visita de rutina.


—Bueno, creo que Paula es un caso perdido —se rió Germán—. Quiero decir, mira la ropa que lleva esta noche.


Paula se miró el vestido indio de algodón.


—Pau tiene personalidad —dijo Tamara—. Y no tiene nada de malo, Germán.


—Hola, Tamara —sonrió Germán—. Veo que estás haciendo gala de las cosas buenas del lagar —hizo un gesto hacia el vino. Pero no dejó de mirarle el escote.


Paula se dió la vuelta, alegrándose de tener la excusa de ir a buscar la carne a la barbacoa. Volvió con una fuente.


—¡Guau! —exclamó Germán—. Hoy sí que te has esmerado, Pau.


—Es sólo cordero.


Tamara distrajo a Germán sirviéndole vino.


—Oh, ésta es una ocasión muy especial. Normalmente no merezco que se abra una botella de Shiraz Century Hill.


—Éste es el vino tinto seco clásico con el que ganamos un premio — dijo Tamara a Pedro mientras se lo servía—. Una mezcla de Grenache, Shiraz y Mourverdre. Cuando el padre de Paula empezó a producirlo, a mediados de los ochenta, era una variedad que no estaba de moda. Pero él sabía lo que estaba haciendo. Al principio se fabricó como una variedad de los vinos de Rhôde, pero ahora se lo considera un vino por derecho propio. 

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