lunes, 3 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 58

 –Hola, Paula. Hola, Sofía. Espero que esta visita no signifique que Tom y Jerry están enfermos.


–No, no, Nadia –respondió Paula–. Mi vecino está buscando un perro de compañía y Sofi va a ayudarlo a elegirlo.


–Ah, qué bien. ¿Qué clase de perro estaba buscando, señor…?


–Llámame Pedro.


–Pedro.


Nadia sonrió. Todo el mundo le sonreía, pensó Paula. La camarera del Birdcage, las mujeres que comían en el restaurante, Mñonica, Sofía. Especialmente Sofía. Incluso ella mientras comían. Y no solo había sonreído, había reído a carcajadas y no sabía por qué, ni siquiera recordaba de qué habían hablado. Pero estaba tan relajada, tan feliz, que no se le había ocurrido seguir haciéndole preguntas.


–¿Un perro grande? –preguntó Nadia.


–El tamaño no importa, lo que importa es el carácter. Debe ser un perro que se porte bien, no tengo tiempo de rehabilitar a un perro neurótico.


–¿Tiene un jardín vallado?


–Pedro tiene mucho espacio, Nadia –intervino Paula.


–Ah, estupendo. ¿Por qué no me acompañan a las perreras? Seguro que encontramos algún perro que les guste.


–Tendrá que elegirlo Sofía –dijo Pedro.


–Lo lamentarás –murmuró Paula.


–Probablemente –asintió él, poniendo una mano en su hombro, una mano en la que ella querría apoyarse–. Gracias por no decir nada sobre el estado de mis vallas.


–Leticia me ha dicho que su marido está arreglándolas. Y podrías haberme contado antes lo del bosque.


–Tú podrías haber preguntado. Una buena periodista…


–Déjame en paz –lo interrumpió ella–. Si no recuerdo mal, tú tenías un perro que estaba todo el día pegado a tí, una mezcla de retriever y no se sabe qué.


–Bobby era perfecto para un pescador furtivo –asintió Hal, sonriendo–. No he tenido ningún otro desde que murió.


Un Jack Russell de pelo duro con una mancha negra sobre un ojo se acercó a los barrotes.


–Muy mono –dijo Paula–. Pero hará agujeros por todo el jardín. A estos perros les gusta escarbar.


–¿Quién va a notar los agujeros aparte de los conejos?


–¿Y la rosaleda? –le preguntó ella entonces.


Pedro esbozó una sonrisa.


–Aún no sé qué voy a hacer con ella.


–¿Vas a arrancarla?


–No lo sé. Si no lo hiciera, puede que te dejase cubrir la restauración en tu blog. 


¿Si decía «Trato hecho» lo sellarían con un beso?


–Trato hecho.


Pero Pedro se limitó a sonreír. Una pena.

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