lunes, 3 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 59

Un labrador grande se acercó para olerlos y ofreció su oreja para que la rascasen, un pastor alemán se lanzó desesperadamente contra los barrotes, un chucho levantó la mirada de su plato, gruñendo cuando un buldog francés se tumbó para que le rascasen la tripa.


–¿Has visto algo que te guste, Pedro? –le preguntó Nadia.


–¿Cómo voy a elegir uno solo? Me siento como un canalla por no llevármelos todos.


–A todo el mundo le ocurre lo mismo, pero no debes sentirte culpable. Vas a hacer algo bueno llevándote uno a casa.


–¿Qué tal el labrador? –preguntó Paula.


–Bernardo –dijo Nadia–. Tiene tres años y un carácter estupendo. Sus propietarios se mudaron de una casa a un departamento y no podían quedárselo.


–A mí me gusta –dijo Pedro–. Pero necesito que Sofía dé su aprobación.


Sofía estaba en cuclillas, acariciando a dos cachorros mientras la madre, una West Highland terrier, la miraba con expresión ansiosa.


–Mira qué bonitos, mamá.


–La madre fue abandonada y solo han sobrevivido estos dos cachorros –les explico Nadia–. Nos gustaría que siguieran juntos, pero…


Todos se quedaron en silencio un momento.


–Pues claro que sí –dijo Pedro por fin–. Podría llevarme a toda la familia.


–¿Te llevarías a los tres? Pero pensé que querías un retriever…


–El labrador también me lo llevo.


–Aunque seas amigo de Paula, tendré que ir a tu casa para comprobar que los perros son felices allí…


–Sí, claro, puedes ir cuando quieras –Pedro sacó la cartera del bolsillo para ofrecerle

una tarjeta de visita y Nadia frunció el ceño.


–¿Eres Pepe Alfonso, el nuevo propietario de Cranbrook Park? ¿Por qué no me lo has dicho antes? Encantada de conocerte.


–Lo mismo digo.


–Te agradezco mucho que adoptes a los perros. Si puedo hacer algo por tí…


–Pues sí, estoy buscando un compañero para un burro. ¿Qué me aconsejas?


–¿Cuatro perros y un poni tuerto? –Paula sacudió la cabeza–. ¿Te has vuelto loco?


–Posiblemente –respondió él–. De hecho, es ahora cuando voy a pedir mi deseo.


–¿Ah, sí?


–El terrier y sus cachorros necesitarán más tiempo del que yo puedo dedicarles por el momento, así que voy a pedirle a Sofía que los cuide durante unos días.


Su hija estaba enamorada de los cachorros, por supuesto. Y medio enamorada de aquel hombre tan alto que le había comprado un helado, las había invitado a comer a la orilla del río y le había prestado toda su atención durante la comida.


–No, por favor –dijo Paula–. Se le romperá el corazón cuando tenga que separarse de ellos.


Pedro se volvió hacia la niña.


–Sofía, he pensado que tú podrías cuidar de los cachorros durante unos días. ¿Crees que podrás hacerlo?


–¿En serio? –exclamó la niña, emocionada.


–¿Se puede saber qué haces? –murmuró Paula.


–Aprenderá mucho cuidando de ellos.


–¿Y qué vas a hacer con todos estos animales cuando Cranbrook Park se haya convertido en un hotel o en un centro de conferencias…?


–Las dos cosas.


–¿Y tú hayas vuelto a tu ático en Londres?


–Para ser una mujer tan lista, a veces eres rematadamente tonta –dijo Pedro entonces.


–¡Oye!

No hay comentarios:

Publicar un comentario