lunes, 24 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 17

Muy temprano por la mañana del día siguiente, puesto que no había podido dormir, Pedro se levantó. No le había mentido a Germán cuando le había dicho que le gustaba correr, no sólo porque le gustaba hacer un poco de esfuerzo físico, sino porque le servía para relajar el estrés.  Normalmente solía poder desconectarse de sus pensamientos y concentrarse en los músculos. Pero aquella mañana, no. No después de pasar la noche con Paulette, Paula, se corrigió. Ella le había dejado claro que no quería que él usara aquel nombre. No era fácil hacerlo. Había sido Paulette durante diez años para él, cada vez que pensaba en ella. Y habían sido muchas veces, más de las que él hubiera querido. ¿Cómo había podido Paula tener una relación con Germán? Menos mal que habían terminado, porque era un hombre que no tenía nada que ver con ella. Ella necesitaba un hombre que la valorase tal cual era, que no quisiera cambiarla, que… Una piedra le golpeó el tobillo, se agachó y se lo frotó. El trabajo que le habían asignado sería el más difícil de su vida. Aunque en realidad lo único que tenía que hacer era ver qué métodos empleaba Paula para dirigir su empresa. Y si la junta directiva no estaba de acuerdo con ellos, tendría que apartarla de su puesto. Pero para eso tenía que trabajar con ella. Era lo suficientemente maduro y tenía la suficiente experiencia como para no volver a enamorarse de ella. Pero el problema era que nunca había superado la relación que había mantenido con Paula.


Pedro se irguió y empezó a caminar nuevamente. Esperaba que Francisco le diera el puesto y la promoción que le había prometido. Ésa era la única razón por la que había aceptado hacer aquello. El nuevo trabajo era crucial para su futuro. Sin un domicilio permanente, no tenía ninguna posibilidad de ganar la custodia de su hijo.  Había decidido no ponerse traje por el calor, y se había puesto unos pantalones grises y una camisa blanca de algodón de manga corta. Con el ordenador portátil, se dirigió al lagar. A lo lejos vió una camioneta blanca que se detuvo cerca de la entrada de la oficina. Luego se fijó en una vid que crecía al lado del camino. Era la vieja vid de Shiraz de la que había hablado Paula. El padre de Paula había hecho bien en salvarlas. No desde el punto de vista sentimental, sino porque había sido bueno desde el punto de vista del negocio. La etiqueta de Century Hill tenía prestigio entre los conocedores, y aunque él no lo había probado hasta el día anterior, comprendía por qué lo valoraban. Miró el paisaje y una vez más recordó aquél en el que había transcurrido su niñez:Los viñedos Alfonso. Agitó la cabeza. ¡Qué absurdo, tener imágenes de su niñez! E inútil… El hogar de sus padres ya no existía. No podía volver a él. Cuando llegó al pie de la colina y fue a abrir la puerta de la oficina de Paula, oyó su voz, vibrante y melódica. Luego su risa. Evidentemente, estaba conversando con alguien que le caía bien. Recordó cuando solía hablarle a él de aquel modo, y lamentó que ahora fueran tan reservados y corteses. 

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