lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 9

 —Pedro, llegas temprano.


Él frunció el ceño.


—Creí que llegaba tarde.


—Son sólo las seis y media. Pero entra, no hay problema.


—He puesto el reloj en hora —dijo él y cruzó la puerta—. Son las siete según pone aquí…


—Debes de haberlo puesto con horario de Sydney. El sur de Australia tiene media hora menos que Sydney.


—Oh, lo siento.


—No hay problema… Estoy preparando unas ensaladas. Así que, si quieres, puedes sentarte en la cocina mientras lo hago. O puedes sentarte fuera…


Paula empezó a caminar por el pasillo y él la siguió. Llegaron a una cocina grande y luminosa. Él apartó una silla de la mesa y se sentó, mientras ella se quedaba de pie cortando hortalizas para la ensalada.


—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó él—. ¿Abrir el vino, por ejemplo?


—El vino lo va a traer Tamara.


Él levantó una ceja.


—¿No tienes vino aquí?


—Sí, por supuesto. Pero hemos pensado que te gustaría probar el Shiraz premium, que es nuestro mejor tinto, y unos cuantos más. Tamara sabrá qué escoger.


Él asintió. Era un buen momento para conocer cosas sobre el negocio. Cuanto antes, mejor. Pedro se echó hacia atrás y miró alrededor. La casa tenía un ambiente hogareño. Estaba decorada en un estilo alegre y colorido. El comedor tenía cuadros abstractos, y él se preguntó si serían obras suyas. Ella era aficionada al arte cuando la había conocido. Era una de las muchas cosas que habían tenido en común. Durante un viaje al Louvre de París, habían consolidado su relación. Habían estado tan absortos en el arte, y el uno en el otro, que habían perdido la noción del tiempo y habían tenido que quedarse a pasar la noche en un hotel barato, en una habitación individual, en una sola cama. Agitó la cabeza. No era el momento de recordar eso. No quería hacerlo.


—¿No te gustan? 


La voz de Paula lo sobresaltó.


—¿Qué?


—Estás agitando la cabeza mientras miras los cuadros. Sé que nunca has sido un fanático del arte abstracto…


—No… No… Quiero decir… —Pierre volvió a mirar el cuadro que estaba viendo sin mirar—. Son… interesantes… ¿Son tuyos?


—Sí.


—Me lo he imaginado. Tienen tu energía.


Pedro se arrepintió de haberlo dicho. En los tiempos en que habían estado juntos, él siempre le había alabado su energía, su alegría de vivir, su facilidad para la risa. Y era posible que ella lo recordase. Paula había contagiado a toda la familia Alfonso con aquel sentido de la aventura australiano. Pero a él le había hecho más efecto. El entusiasmo con el que ella vivía la vida lo había dejado sin aliento… Lo había enamorado.


—Creo que esperaré fuera —dijo Pedro.


Había sido un gran error ir a Australia, pensó Pedro. No controlaba sus sentimientos como había creído que lo haría, y eso podía ser un problema. Él tenía que hacer un trabajo, y no quería distraerse. Se puso de pie y salió al jardín. 

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