lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 6

 —Vendrá Tamara también —dijo ella, cruzando los dedos para que su amiga estuviera libre.


Él asintió nuevamente.


—Y Germán. Mi… El hombre con el que estoy saliendo.


Lo había dicho. Ya estaba. Ella tomó aliento. Había querido que supiera que no se había pasado diez años llorando por él. Porque no lo había hecho. Había seguido adelante con su vida. Él no dijo nada, pero ella notó su mirada. 


—Es aquí —dijo ella haciendo un gesto hacia El Granero—. La mayoría de los graneros del valle fueron construidos en estilo alemán, pero éste es especial porque su estilo es francés, como puedes apreciar…


Pedro asintió y Paula abrió la puerta. Se sintió satisfecha, como siempre, al ver el lugar, con paredes de piedra dorada, unos sofás color crema, una mesa y unas sillas. Detrás de la mesa, había una gran cocina empotrada. Ella se dió la vuelta cuando entró Pierre y esperó a que sus ojos se adaptaran a una luz más suave, comparada con los rayos del sol.


—¿Qué te parece?


—Muy bonito.


Ella le señaló una puerta al final de la habitación.


—Hay una escalera detrás. Conduce a dos grandes dormitorios, cada uno con su propio cuarto de baño.


Él pasó por su lado y dijo:


—Es mejor de lo que esperaba.


Paula volvió a la puerta de entrada, donde se detuvo.


—Mi casa está allí —dijo, señalando a la colina—. Detrás del edificio del lagar. Te esperamos alrededor de las siete para cenar. Con ropa informal. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Paula traspasó el umbral de la puerta y bajó deprisa la colina.


En cuanto desapareció Paula, Pedro dejó la maleta en el suelo y volvió a la puerta. La observó seguir el sendero polvoriento. A pesar de llevar el peso del lagar de su padre, tenía un andar relajado. Aunque ya no era una muchacha, tenía el aire de vulnerabilidad de una niña. No le extrañaba que Francisco Asper no creyera que fuera capaz de llevar un negocio. Un golpe de viento le levantó el vestido a Paula y le pegó la tela al cuerpo. Él se puso tenso, al darse cuenta de la repentina excitación. Parecía deseo. Pero no podía serlo. Por aquella mujer, no. No después de tanto tiempo. Y no después de lo que ella le había hecho. Cerró la puerta de un portazo y maldijo a su jefe por enviarlo a Australia. Si hubiera podido evitar que lo enviase, lo habría hecho. Pero Francisco había insistido en que el trabajo necesitaba de su talento. Él no comprendía por qué. A él le parecía que Francisco ya se había hecho una idea de Paula. Y ella podía ser muy cabezona a veces, lo recordaba muy bien. No pensaba que hubiera muchas posibilidades de que Paula cambiase su forma de llevar el negocio. Ella lo llevaba del mismo modo que lo había llevado su padre, y a no ser que se le hiciera ver que era un error, lo seguiría haciendo así. Hasta que la echasen. Él no debía adelantarse a sus investigaciones, pero su instinto le decía que terminaría recomendando cambiar a Paula por un director con más experiencia. Para que Vinos Chavland tuviera un importante lugar en la economía de la empresa, se necesitaba a alguien que comprendiese el mercado internacional del vino. Un operador duro. Era muy sencillo: Si ella no podía hacer el trabajo, o no quería hacerlo del modo que querían ellos que lo hiciera, tendría que irse. Suspiró. Al menos Francisco le había prometido que aquél sería el último trabajo en el extranjero. Él estaba esperando que le dieran un puesto permanente en la oficina central de Francia. Estaba harto de viajar, cansado de vivir con una maleta en la mano, y, además, todos sus planes de futuro dependían de que tuviera una residencia permanente. Quería continuar con su vida. Así que cuanto antes hiciera el informe de Vinos Chavland, mejor. 

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