viernes, 7 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 69

Pedro abrió los ojos y miró el Támesis al amanecer. Seguía habiendo luces encendidas en la orilla, pero apenas se veía movimiento. A su lado, Paula dormía, vulnerable, completamente suya. Pronto, muy pronto, despertaría y el momento perfecto se vería roto por el pánico de volver casa antes que Sofía, pero por el momento podía verla dormir.


–No te muevas –le dijo cuando abrió los ojos.


–No quiero hacerlo.


Solo tendría que mover el pulgar para acariciar el pezón que se endurecía bajo la palma de su mano y se olvidaría de todo. Sería totalmente suya durante una hora o dos. Pero se contuvo, besando su hombro.


–Voy a hacer un café mientras te duchas.


Pedro se levantó de la cama, aprovechando que tenía fuerzas para hacerlo, y volvió con un montón de ropa.


–Camisa, jersey, vaqueros, calcetines y un par de calzoncillos nuevos –le dijo–. Te quedarán un poco grandes, pero están limpios. Una pena que no pujásemos por ese sujetador…


–Seguramente me habría quedado grande –bromeó Paula.


–También la ropa te quedará grande, pero la necesitas para ir en la moto.


–¿Vamos a volver en moto a Maybridge?


–Soy el chico malo del pueblo, ¿Recuerdas? Por supuesto que iremos en moto.


–No eres tan malo.


¿No? Pedro tiró de ella para sacarla de la cama y la empujó contra la pared para demostrarle lo malo que podía ser. Y Paula no puso objeciones cuando empezó a acariciarla, al contrario.


–Voy a hacer café –dijo luego, apartándose bruscamente antes de perder la cabeza.


Paula Chaves le hacía eso. Hacía que olvidase quién era él y quién era ella…


Paula tuvo que doblar varias veces el bajo del pantalón y ponerse un cinturón para que no se le cayera.


–Tienes una casa preciosa, Pedro–murmuró, mirando alrededor–. Menudo cambio de Primrose Cottage.


–Gracias.


–Por cierto, nunca he montado en moto.


–No te preocupes, es fácil.


El viaje de vuelta a Maybridge fue rápido y emocionante. Paula se agarraba a su cintura como una quinceañera, aprendiendo a inclinarse en las curvas, prácticamente gritando de emoción. Era una locura, pensó. Ella tenía una hija pequeña y no debería volver a casa al amanecer, asustando a los ciervos y los conejos… Pedro detuvo la moto frente a su puerta y le quitó el casco.


–Espera, no te muevas.


Tenía el pelo pegado al cráneo y él lo despeinó con la mano.


–¿Todo bien? –le preguntó, mientras la tomaba por la cintura.


–Sí, todo bien.


Todo bien salvo que la noche anterior había perdido la cabeza.


–Adiós, Cenicienta.


–¿Nos vemos mañana?

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