viernes, 28 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 28

Entró un grupo de invitados en el hotel y fueron a la zona de los aperitivos. Casi inmediatamente, un camarero fue a su encuentro con una bandeja. Les ofreció un rosado frío. Pedro vió que la botella tenía la etiqueta de Chavland. En media hora la zona se llenó de gente. Cuando decidió ir a ver a Paula, el maître los llamó al comedor. Se encontró en la misma mesa que ella, pero con una pareja mayor en medio. Trató de que no se le notase la decepción por no tenerla más cerca, y se presentó a sus vecinos de mesa. Alma, una mujer de pelo cano, era quien se encontraba a su derecha, y a su izquierda tenía a una mujer muy exótica de rizos pelirrojos, que se apoyó en su brazo y se inclinó hacia él. Suspiró interiormente. Esperaba que Alma fuera conversadora. El maître les dió la bienvenida y señaló los vinos, una serie completa de los Chavland, y luego presentó a Paula, quien se puso en el sitio del orador. Paula lo sorprendió con su seguridad y su aplomo, por no mencionar su belleza. Y su sonrisa. Con seguridad profesional habló de los vinos que beberían durante la noche y explicó que había trabajado con el chef para estar segura de que la comida y el vino eran complementarios. Luego les deseó una noche agradable. Él la miró y asintió, como aprobando su actuación, cuando ella volvió a su asiento. Él apenas probó el primer plato, pero degustó el Semillon de Chavland en cuanto el camarero se lo sirvió.


—Supongo que siendo francés, entenderás de vinos, ¿No? —dijo la pelirroja.


—Sí.


Se alegró de que otro invitado llamase la atención de la mujer y se volvió a hablar con Alma y su marido. Pasó un rato y Paula volvió a hablar para presentar dos tintos, un Shiraz y un Cabernet, que se servirían con el segundo plato.


—Primero el Olive Branch Shiraz, cosecha del 2002. Es intenso, pero suave, y aunque es tinto, huele a melocotón. 


Miró alrededor para asegurarse de que los camareros estaban ofreciéndolo.


—¿Sentís el gusto a menta? —preguntó—. Y tiene un delicioso toque de fruta madura empapada en Kirsch.


Se oyó un suave murmullo de risa, a lo que Paula sonrió.


—El gusto es radicalmente distinto de la cosecha del 2001 — continuó—. Sin el matiz del oporto.


Paula lo hipnotizaba. A pesar de que Pedro se había pasado la vida entre la gente del vino, jamás había oído poner tanta sensualidad en una sencilla descripción. Había algo en el brillo de los ojos de ella y en el lenguaje de su cuerpo que mostraba que disfrutaba compartiendo su producto con gente que lo apreciaba. Él se sentía como una polilla, atraído por la luz de Paula.


—El gusto que queda en la boca es seco. No recuerdo ningún vino con esta fuerza que conserve tanta frescura y elegancia.


Aquellos adjetivos a Pedro le parecieron perfectos para describirla a ella. Tan única como su vino. No había nadie como ella. Después de presentar el Cobby Creek Cabernet, Paula volvió a la mesa, e inmediatamente se puso a hablar con la pareja que tenía a la derecha. Él la observó, y se dió cuenta de que la había echado de menos. Había echado de menos todo lo suyo. Tenía un vacío dentro desde hacía diez años, que ella debería haber llenado. 

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