viernes, 7 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 66

 –¿Cómo diste el salto de chico malo a multimillonario?


–Veo que eres muy sutil –se burló Pedro–. Pensé que la idea era hacer que el entrevistado se sintiera cómodo para que respondiese a las preguntas casi sin darse cuenta.


–Contigo sería una pérdida de tiempo. Tú siempre estás en guardia y he pensado que lo mejor sería quitárnoslo de en medio cuanto antes, así podremos pasarlo bien.


–Buen plan. ¿Qué tal el pie?


–Curado del todo, gracias.


–Entonces no tienes excusas para no bailar.


–¿Bailar?


–En la cena. Como te has dejado la espada en casa, he pensado que querrías bailar un tango.


–No creo que sepa.


Paula tragó saliva al imaginarse a sí misma deslizándose por la pista de baile mientras Hal la apretaba contra su torso.


Regla número tres para salir con Pedro Alfonso: Llevar un abanico.


–Pero te gusta bailar, ¿No?


–No lo sé, hace tiempo que no lo hago. ¿Qué tal el poni?


–Archie le está dando lecciones. ¿Qué ha sido del pastel que me prometiste?


–No te lo prometí, lo exigiste tú. ¿Quién te dió el primer empujón?


–¿Cómo?


–En los negocios. No se puede dar ese salto sin la ayuda de alguien.


–Yo solo recuerdo una metafórica patada en el trasero por parte de tu padre. No, olvida lo de metafórica.


Paula había esperado desarmarlo siendo cándida, incluso hacerlo reír, pero eso no iba a pasar. De modo que, en lugar de preocuparse por el artículo, disfrutaría del momento, decidió.


–Tengo una idea: Vamos a firmar una tregua por esta noche.


–¿Estás sugiriendo que deberíamos pasarlo bien?


Si había querido sorprenderlo, lo había conseguido.


–¿No es esa la idea? Comer un poco, beber un poco, bailar un poco, gastar mucho dinero por una buena causa…


–Ni pasado ni futuro. ¿Solo el presente?


–Hasta que den las doce –dijo ella, ofreciéndole su mano para sellar el trato.


–Hasta medianoche, Cenicienta –asintió Pedro, estrechándola–. Y esta vez, intenta llegar a tu casa con los dos zapatos.


Paula se había recogido el pelo, pero un par de rizos escapaban del prendedor, enmarcando su rostro. Como única joya, un par de largos pendientes de plata que llamaban la atención hacia su largo cuello. Y el vestido podría haber sido comprado en las rebajas, pero era elegante y destacaba su esbelta figura. No llevaba botones, solo unos tirantes finos que tendían a deslizarse por sus hombros, dándole a un hombre todo tipo de ideas.

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