viernes, 28 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 26

El verlo allí le había hecho recordar al Pedro de hacía diez años. Pero no sentía nada por él. Cuando él se volvió y la vio, sus ojos se clavaron en ella como espadas. Estaba realmente fantástico. Pedro se puso de pie.


—Estás deslumbrante —le dijo él.


—Gracias —respondió ella—. Tú también.


Miró su traje negro, la camisa blanca y la corbata amarilla.


—Estás muy elegante. Es un traje muy bonito —dijo ella.


Él sonrió y a Paula le dió un vuelco el corazón. Era como si tuvieran una cita. Pero no lo era. Ella debía recordar a qué había ido él allí. No debía olvidarlo. Caminaron en dirección al coche de Paula.


—¿Quieres que conduzca yo? Así puedes relajarte un poco antes de la noche frenética que te espera.


—Oh, sí, gracias.


Paula se sentó en el asiento del acompañante de su Mitsubishi. Pedro sonrió.


—No seas desconfiada —dijo al ver la cara de preocupación de Paula—. Te prometo que te lo cuidaré. 


—No estoy preocupada por el coche.


—¿Qué te preocupa entonces?


—Nada. No me preocupa nada.


Era una mentirosa, pensó ella. Tenía miedo de que no fuera capaz de ocultar sus sentimientos. De que dijera algo o hiciera algo que la pusiera en evidencia. Hicieron el viaje en silencio. Hasta que Pedro dijo:


—¿De quién ha sido la idea de la cena del productor de vino?


—No somos el único lagar que lo hace. Pero la cena de Vinos Chavland ha sido idea mía.


Él asintió.


—Has estudiado la elaboración del vino, ¿Verdad? ¿Por qué no sigues esa línea de trabajo?


—Lo hice. Trabajé en Hunter Valley durante dos vendimias, y luego estuve en el oeste de Australia, el sur de Perth, donde ayudé a instalar un lagar. Cuando volví a Barossa, Owen estaba instalado en Chavland. Y el lagar tenía problemas desde el punto de vista de su administración.


Ella suspiró. No tenía ganas de recordar esa época. Aquella noche, no.


—De todos modos, yo podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué no seguiste los pasos de tu padre en lugar de dejar que vendiese el lagar? Es lo que siempre dijiste que harías.


—No tuve opción —respondió él, mirando la carretera. Suspiró y agregó—: Descubrí que mi padre era muy malo para los negocios. Pensó que si ayudaba a otra gente, ellos lo ayudarían cuando las cosas no fueran bien. Se equivocó. El lagar se vino abajo… Después de estar seis generaciones en manos de la familia Alfonso… Todo, para nada… —dijo él con amargura.


Ella recordó lo apasionado que había sido con aquel negocio, y la ilusión que había tenido por seguir los pasos de su padre y hacer el mejor vino de Rhone Valley.


—¿Fue entonces cuando él lo vendió a L’Alliance?


Él se quedó pensativo. Después de un momento, se giró y dijo: 


—Sí. Como te he dicho, cuando descubrí el estado del negocio, era muy tarde. La empresa fue mal durante unos años hasta que ya no se pudo hacer nada.


De pronto, Paula comprendió.


—Entonces descubriste que en los negocios no hay lugar para sentimentalismos, ¿Verdad?


—Fue una buena lección. La mejor. 

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