lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 10

Paula lo observó salir, luego respiró profundamente. Con el pelo húmedo, seguramente después de una ducha, Pedro parecía más moreno. Recién afeitado, con aquella loción para después de afeitar que perfumaba la cocina, emanaba una intensa masculinidad. Estaba más guapo con aquellos vaqueros y aquel polo que con su traje de hombre de negocios, tal vez porque en sus recuerdos lo tuviera con ropa de sport, cuando ella se había enamorado de él. Nadie la había hecho sentirse mejor consigo misma. Nadie había apreciado tanto su punto de vista ni su compañía. Donde la gente veía nerviosismo en ella, él veía vitalidad. Él había amado su verdadero ser. O eso había pensado ella. Y en el momento en que ella se había sentido segura y había encontrado el coraje para ser ella misma, él la había rechazado. Y el dolor entonces había sido terrible porque ella había creído todo lo que él le había dicho. Cortó la zanahoria en la tabla. No debía pensar en el pasado. No tenía importancia para lo que estaba sucediendo en aquel momento. Ella tenía que tratar a Pedro con el respeto que debía a un representante de los nuevos dueños del lagar. Tenía que ser amable. Debía cultivar entre ellos una atmósfera de cooperación. Sería el único modo de ganarse el apoyo de Pedro y por tanto el de su jefe. El jefe de ambos. Sus sentimientos personales tendrían que permanecer ocultos. No quería que interfiriesen en la relación profesional con el hombre que tenía el poder de destruir el sueño de su padre y el de deshacerse de ella. Aliñó rápidamente la ensalada y puso la ensaladera en el frigorífico. Tenía que ver si estaba lista la carne, y la cena estaría preparada. Salió fuera a mirar la barbacoa y aspiró el perfume del ajo. Le faltaba un poco.


—Huele bien.


Paula se dió la vuelta. No había oído acercarse a Pedro.


—No es nada especial. No soy una gran cocinera.


—Debes de ser mejor que yo. Yo no sé cocinar.


—Yo me las arreglo…


Ella recordó a la madre de Pedro, quien no dejaba que nadie entrase en la cocina. No era de extrañar que él no hubiera aprendido a cocinar allí. Pero ¿Y luego? ¿Había comido en restaurantes desde que se había ido de casa? Paula caminó hacia la galería.


—¿Qué te parece El Granero? ¿Estás cómodo? —preguntó ella.


—Sí, gracias. ¿Dónde está la línea de teléfono para poder enchufar el ordenador y mirar el correo electrónico?


—Me temo que no hay. La mayoría de nuestros huéspedes quieren desconectarse del trabajo cuando están allí. ¿Necesitas conectarte esta noche? Puedes ir a mi despacho si es así.


—Ahora, no, pero ¿Puedo hacerlo mañana por la mañana?


—Claro… —Paula oyó la puerta de un coche y miró hacia la casa—. Creo que ha llegado alguien. Antes de que entren… No le he dicho a nadie el motivo de tu visita. Quiero decir, creen que estás haciendo una visita de rutina para los nuevos dueños. Sólo la junta directiva sabe que la oferta es condicional y que mi trabajo… Bueno, ya sabes a qué me refiero.


—Comprendo. Y… —miró hacia la puerta—. Supongo que tampoco le habrás dicho a nadie que nos conocemos de antes.


Ella agitó la cabeza. 

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