miércoles, 12 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 2

No era mentira exactamente. Pedro había resultado muy distinto de como había aparentado ser. Además, habían pasado diez años desde la última vez que lo había visto, y podía haber cambiado mucho. Paula miró los viñedos del Valle de Barossa, que permanecían inalterables desde su infancia. Aquél había sido el despacho de su padre, y ella se había pasado horas mirando por la ventana, esperando que él terminase de trabajar y que volvieran juntos a su casa. Le encantaba la vista. Casi siempre la relajaba. Pero… ¿Cuánto tiempo más sería suya? ¿Cuánto tiempo le quedaría hasta que L’Alliance la apartase de sus funciones? Se puso tensa cuando vió llegar un coche blanco, un taxi.


—Creo que ha llegado —murmuró Paula.


—¿Quieres que vaya a recibirlo? —preguntó Tamara entusiasmada, sin darse cuenta de la ambivalencia de Paula hacia el visitante.


Paula reprimió un suspiro y asintió:


—De acuerdo, Tami. Hazlo.


—¿Cómo estoy? —preguntó Tamara, peinándose sus rizos morenos con los dedos. 


—Guapa, como siempre.


Paula hizo un esfuerzo para no arreglarse el pelo ella misma y fue hacia la ventana. El paisaje no tuvo el efecto esperado aquel día. No la relajó. Su turbación interior era demasiado profunda. Respiró profundamente. Había tenido una década para olvidar a Pierre. Pero sus recuerdos habían permanecido. Vívidos y dolorosos, invadiendo sus sueños. Ahora estaba en su territorio, pero ella no tendría ninguna ventaja. Él seguiría estando en posición de hacerle daño. Oyó la risa de Tamara al otro lado de su despacho y se estremeció. Pierre ya se había ganado a su amiga. Se quedó esperando a que se abriese la puerta.


—Hola, Paulette…


«Ese nombre no», pensó Paula. Sintió un nudo en el estómago. Pero sonrió profesionalmente y respondió:


—Pedro, no me había dado cuenta de que habías llegado.


No hizo caso a la ceja alzada en el rostro de Tamara, e intentó concentrarse en el hombre de negocios que tenía delante, algo difícil, porque se parecía mucho al muchacho de veinte años al que había amado. Tomó nota de su aspecto en un instante: su pelo castaño oscuro, más corto, pero suficientemente largo como para que se le rizara en el cuello de su inmaculada camisa blanca, su rostro de rasgos marcados, algunas arrugas, sus ojos oscuros, casi negros. Era el mismo. Sus ojos que siempre la habían fascinado. Pero no quería que la fascinaran ahora. Hizo un esfuerzo por reunir sus defensas. Tenía que ser capaz de mirarlo sin derretirse. Tenía que trabajar con él, ¡Por el amor de Dios! Había algo en él que no reconocía. Algo nuevo. Se notaba en su planta, en su lenguaje corporal. ¿Arrogancia? ¿Seguridad en sí mismo? ¿O era simplemente que no quería estar allí? No podía culparlo por ello. Paula tragó saliva. Si no se sentaba, le temblarían las rodillas y su reacción frente a él sería obvia. Dió un paso hacia su butaca, la vieja butaca que había sido la de su padre.

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