lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 8

 —No es asunto mío lo que haces en tu tiempo libre —dijo Paula con fingido desinterés—. Pero hazme un favor, demuéstrale que eres una excelente directora de ventas de la bodega, ¿De acuerdo? No quiero que piense que lo único que haces es coquetear con los clientes.


Tamara sonrió.


—Trato hecho.


Paula pensó en Germán cuando volvió a su despacho. Era cómodo tener a alguien a quien llamar cuando necesitaba compañía, pero Tamara tenía razón. No tenían una verdadera relación. Después de años de preguntarse por qué Pedro no la había querido, el interés de Germán había aumentado un poco su autoestima, y lo agradecía. Pero la gratitud no era suficiente. Abrió su despacho y casi se chocó con el director de la bodega.


—Juan, me vas a provocar un ataque al corazón. ¿Me estabas buscando?


Él asintió.


—¿Por los pedidos de esos barriles?


Paula se alegró de volver a los asuntos del negocio y dejar de pensar en Germán y en Pedro.




Cuando Pedro se despertó buscó su reloj en la mesilla, y se dió cuenta de que se le había hecho tarde para la cena. Había dormido bien durante varias horas. Tal vez no hubiera sido buena idea irse a la cama, pensó. Ahora luchaba por adaptar su cuerpo a la hora local. Pero tal vez su malestar tuviera que ver con no haber dormido durante varias noches antes del viaje. Desde que Francisco le había dicho adónde tenía que viajar y lo que tenía que hacer, no había podido relajarse. Se duchó, se afeitó y sacó alguna ropa de la maleta. Ropa informal, recordó. Y se puso unos vaqueros y un polo marrón. Cuando estuvo listo se marchó. Por primera vez miró el paisaje y se dió cuenta de que era parecido al lugar donde había crecido. Los árboles eran distintos. En Barossa predominaban los eucaliptos, pero al igual que en el valle Rhone había viñedos por todas partes. Se parecía más a Europa que a California. Encontró el camino a casa de Paula, pasando por los modernos edificios del lagar y siguiendo un camino de tierra. La casa no parecía tan vieja como El Granero. Tampoco la cabaña donde había ubicado su oficina, pero no podía decirse que fuera un edificio moderno. Era una casa baja de una planta con una galería alrededor, a la sombra de árboles muy altos. Subió los escalones y llamó a la puerta. Como no contestó nadie, volvió a llamar y aquella vez oyó pasos. Cuando Paula abrió la puerta, notó que su expresión cambiaba. Evidentemente esperaba a otra persona. ¿A su novio tal vez? Su sincera sonrisa se transformó en una sonrisa de cortesía. Y por alguna inexplicable razón a él le dolió. 

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