viernes, 7 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 68

 –Haz lo que dice, guapa.


–Idiota –murmuró ella mientras se levantaba de la silla.


–¿Cómo te llamas, cielo?


–Paula Chaves.


–La preciosa Paula Chaves ha abierto la puja con mil libras –anunció el presentador–. Pero no vamos a dejar que esta maravillosa camiseta que llevó Wilkinson se venda solo por mil libras, ¿Verdad, señores?


Pedro se levantó.


–Diez mil libras –anunció, tomando a Paula de la mano para dirigirse a la puerta.


El presentador golpeó el atril con su mazo.


–Vendida al hombre que se marcha a toda prisa con Paula Chaves.


–¿Diez mil libras? –exclamó ella, caminando a toda prisa para seguirlo.


–¿Qué más da? –Pedro la tomó por la cintura cuando entraron en el ascensor.


Paula pensó que iba a besarla, pero no lo hizo. La sostuvo así, sus pechos aplastados contra el torso masculino, el evidente bulto bajo el pantalón rozando su abdomen y haciendo que por sus venas corriese un río de lava…


–Pero la gente que estaba con nosotros en la mesa…


–Da igual. Tengo que llevarte a casa antes de medianoche, ¿No?


–No vamos a llegar.


–A mi casa.


Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Pedro se apartó cuando alguien se aclaró la garganta. Saludando con la cabeza a la pareja que esperaba el ascensor, se acercó al guardarropa para recuperar la capa de Paula. No la tocó mientras iban en la limusina hacia su ático y tampoco mientras subían en el ascensor. No tenía que hacerlo. Todo lo que había entre ellos había sido reconocido en el ascensor. Reconocido y aceptado. Era el momento y cuando se tocasen no habría manera de parar. Cuando llegaron al ático, sus pezones se marcaban bajo el vestido exigiendo ser acariciados, besados. No había dado más de tres pasos en el departamento cuando se volvió, dejando que la pesada capa cayera a sus pies. Pedro se quitó la chaqueta y dio un paso hacia ella, poniendo las manos sobre sus hombros para acariciarla con las yemas de los dedos. Su cabeza descendía con dolorosa lentitud, como si quisiera saborear cada instante. Pero el roce de sus labios despertó una reacción en cadena que la dejó temblando de deseo. Con los ojos cerrados, Paula encontró la corbata de lazo y tiró de ella, desabrochando la camisa a ciegas, desesperada por tocarlo, por notar el calor de su piel.


–Mírame, Paula…


Ella abrió los ojos y Pedro bajó los tirantes del vestido mientras besaba su garganta su hombro, sus clavículas.


–Dí mi nombre…


Cuando el vestido cayó al suelo, Paula echó la cabeza hacia atrás como una invitación.


–Baila conmigo, Pedro Alfonso–murmuró, echándole los brazos al cuello.

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