miércoles, 12 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 3

 —Siéntate, Paula, por favor —dijo ella, avergonzada del pequeño temblor de su voz—. Tamara, ¿Podrías traernos café?


—¿Y Tim Tams? —Tamara sonrió con admiración a Pierre cuando éste se sentó en la butaca de los visitantes—. Son galletas de chocolate, la debilidad de Paula… —le explicó a Pedro.


Paula miró a Tamara con ojos de reproche por su comentario. No quería que Pedro supiera que tenía ninguna debilidad.


—No quiero galletas, gracias, Tami —le dijo Paula a su amiga.


Pedro sonrió a Tamara cuando se marchó del despacho. Luego se puso serio antes de volver a mirar a Paula. Ella no había sonreído, a no ser que esa leve curvatura de la boca cuando lo había saludado pudiera contarse como sonrisa. Pero a él no le sorprendía. Si ella se hubiera alegrado de su llegada, él lo habría interpretado como una farsa. Claro que Paula era una buena actriz, recordó él. Se pasó la mano por la mejilla. Había sido un largo vuelo y tal vez debía haber postergado aquel encuentro para un momento en que estuviera más fresco.


—Paulette…


—Por favor… Llámame Paula.


Pedro asintió, recordando el primer día que su padre había usado aquel nombre que él asociaba con ella, el día que ella había llegado a la casa de la familia Alfonso. Entonces era una burbujeante chica de diecinueve años de grandes ojos verdes. Paula lo miró y dijo:


—Lo siento, te he interrumpido, ¿Qué ibas a decir?


Él tragó saliva, volvió al presente, y la miró. No estaba muy distinta de la última vez que la había visto, hacía diez años.


—Te has cortado el pelo —comentó Pedro.


Ella lo miró, sorprendida, e instintivamente se tocó las puntas del cabello.  ¿Por qué le había hecho aquel comentario personal?, se preguntó él. Debía de ser el efecto del jet lag. Eso y el ver lo poco que había cambiado ella. Pedro se enderezó la corbata, luego carraspeó y dijo:


—Lo siento. No debí hacer ese comentario.


No debió ni pensarlo, se dijo él. No era momento de recordar los viejos tiempos. Era la primera vez que él estaba en Australia, un país que había intentado evitar hasta entonces. Pero no había podido rechazar el trabajo que le habían asignado. Su jefe se lo había dejado muy claro. Además, él estaba seguro de que podía manejar la situación. Era un ejecutivo de treinta años con bastante experiencia de la vida, no un jovencito de veinte años fácilmente manipulable. Cuando hubiera descansado, recuperaría todas sus facultades. Entonces terminaría el trabajo que le habían encomendado y se marcharía. Cuanto antes.


—¿Has tenido un buen viaje? —preguntó Paula con aquella voz sensual con acento australiano, que lo hizo estremecerse, como en el pasado.


Pero él hizo un esfuerzo por permanecer frío. Había ido allí a hacer un trabajo, y aunque le desagradase, lo haría. Tenía que tener la mente centrada en el negocio.


—Sí, gracias. Ha sido largo, por supuesto, pero me ha dado la oportunidad de estudiar las cuentas. 

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