miércoles, 5 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 61

 –¿Cómo está? –le preguntó Juana en voz baja.


–¿Sofía? Harta, aburrida, echando de menos a Camila.


–Qué niñas…


–¿Tú sabes que ha pasado?


–Por lo visto, Sofi le contó a todo el mundo que su padre era un jeque árabe y que eso la convertía en una princesa.


–Ay, por Dios, es culpa mía. Creo que me pasé con lo de sus antepasados. Intentando convertir a su padre en alguien importante.


–Eso del árbol genealógico que hacen en el colegio es un rollo. Uno empieza a rebuscar en el pasado y aparece de todo. ¿Cómo vas con la Semana Blanca?


–Ahora estoy trabajado desde casa –respondió Paula.


Las dos se volvieron al oír reír a las chicas, amigas de nuevo como solo podían hacerlo los niños de su edad.


–¿Camila puede venir a ver a los cachorros, mamá?


–Si a Leticia le parece bien, por supuesto. ¿Quieres venir a tomar el té?


Paula estaba frente a su escritorio, con el móvil en la mano. En el piso de abajo, los perros dormían en su cesta mientras Sofía y Camila elegían nombres para ellos en la habitación de su hija. Marcó el número de Pedro. Evidentemente, no había olvidado dejar el pienso; lo había hecho a propósito porque sabía que dos cachorros serían irresistibles para las amigas de Sofi… Sofía, como era conocida últimamente. Pero Pedro no respondió y cuando saltó el contestador le dejó un breve mensaje. Él dejó de trabajar para escuchar el mensaje.


–Eres muy listo, Pedro Alfonso. Y tenías razón, yo soy rematadamente tonta. Gracias.


–Demasiado listo –murmuró él, alargando la mano para borrar el mensaje y, en cambio, pulsando el botón para escucharlo de nuevo.


Bernardo levantó la cabeza.


–¿Quieres que le devuelva la llamada? El problema de los labradores es que sois demasiado buenos.


Treinta segundos después estaba escuchando el mensaje de nuevo. Solo para comprobar que los cachorros estaban bien, por supuesto, y para oírla decir «Gracias» otra vez, con esa voz suya tan dulce y musical. Su intención había sido vengarse de Paula y, en lugar de eso, la había invitado a almorzar, había adoptado un zoo y había olvidado quién era y por qué quería castigarla. Él era rematadamente tonto. Bernardo empujó su mano con la cabeza.


–Compórtate o te cambiaré por el Jack Russell –le advirtió Pedro, mientras acariciaba sus orejas–. Si te dijera que vamos a dar un paseo te olvidarías de Paula Chaves en un segundo.


Al escuchar la palabra «Paseo», Bernardo se levantó de un salto y Pedro lo hizo también. Con un poco de suerte, un paseo lo ayudaría a olvidarse de Paula.

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