miércoles, 5 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 62

Paula envió un correo a Bruno sobre la merienda en el bosque de Cranfield, haciendo que Pedro Alfonso pasase de villano a héroe. Que no estuviera trabajando en el periódico no significaba que no pudiese contribuir, se dijo a sí misma mientras abría la caja que contenía los diarios de su padre. Además de los diarios había fotografías y, por intuición, empezó a revisarlas. No buscaba una foto de Pedro, ya que él nunca había trabajado en la finca, sino la de un hombre que se pareciese a él, alguna pista… A pesar de haberse acostado tarde, despertó al amanecer para trabajar en su huerto. No había nada como el trabajo físico para olvidarse de las partes de su cuerpo que empezaban a exigir atención y, sobre todo, para olvidar que Pedro estaba a punto de llegar. Pero unos segundos después escuchó pasos en el camino.


–Llegas temprano –le dijo, mirando el reloj–. Solo son las ocho y media. ¿Qué ocurre? ¿Nadie te tenía ocupado en la cama?


–Tristemente, no –respondió él–. Aunque habría dado igual, acaban de llegar los obreros para arreglar el tejado. Cranbrook vendió la finca cuando empezaba a caerse a pedazos.


–¿Lo viste el día de la firma? ¿Cómo estaba?


–Sorprendentemente agresivo –respondió Pedro–. La razón por la que he venido temprano es que tengo una reunión a las diez.


–¿Has desayunado?


–Sí, gracias. Pero no me importaría tomar una taza de café. ¿Sofía está por aquí?


–Haciendo lo deberes en su habitación –respondió Paula mientras volvían a la casa–. Pedro…


–Recibí tu mensaje.


–No me había dado cuenta de lo que pretendías, pero eso no resuelve el problema. ¿Qué vas a hacer con los perros cuando vuelvas a Londres?


–¿Quién ha dicho que voy a volver a Londres?


–¿Te vas a quedar aquí? –exclamó Paula, intentando contener su emoción–. ¿Por qué?


–El corazón tiene razones que la razón no entiende.


–¡Hola, Pedro!


–Hola, Sofía.


–Perdóname, jovencita, se supone que estabas haciendo los deberes.


–Llevo horas haciendo los deberes –se defendió su hija–. Necesitaba un descanso. Además, Pedro y yo tenemos que elegir los nombres de los cachorros.


–¿Has hecho una lista? –le preguntó él.


–He pensado que a la madre podríamos llamarla Copito porque es redonda y blanca como un copo de nieve.


–Me gusta.


Sofía sonrió.


–Camila y yo hemos hecho una lista de nombres para los cachorros, pero los que más nos gustan son Thistledown y Bramble. ¿Te gustan?


–Sí, mucho. Son muy originales –respondió Pedro.


–Necesitaremos chapas para los collares.


–Yo me encargo de eso, no te preocupes.


Sofía sonrió de nuevo.


–¿Has traído a Bernardo?

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