lunes, 3 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 56

 –Vamos a dar un paseo, cariño. ¿Quieres ir a los columpios?


–Soy muy mayor para los columpios –replicó la niña, encogiéndose de hombros–. Aunque esos son grandes.


Paula no pudo evitar una sonrisa cuando su hija se acercó, como quien no quiere la cosa, a uno de los columpios y empezó a mecerse suavemente.


–¿Quieres que te empujemos? –le preguntó Pedro.


Sofía lo miró con desdén.


–No, gracias –respondió, empujándose a sí misma con los pies.


Pedro se volvió hacia Paula haciendo una mueca.


–¿No has sentido la tentación de volver a casarte? –le preguntó ella.


–El matrimonio es un compromiso que exige tiempo, si quieres hacerlo bien. El sexo es más sencillo. ¿Y tú?


–¿Que si el sexo me parece sencillo?


Pedro no respondió y Paula se volvió para ver qué estaba haciendo. Estaba mirándola a ella y, por un momento, fue como volver a la montaña rusa. Esa mirada despertaba antiguos anhelos…


–¿Te lo parece?


–¿Quién tiene tiempo para eso? –replicó ella, volviéndose para mirar hacia el restaurante. Construido a principios del sigo XX como salón de banquetes de una finca al otro lado del río, parecía una enorme jaula de bambú y era muy popular entre la gente de Maybridge. 


Pedro suspiró. ¿Qué estaba haciendo? Había querido convertirla en el hada madrina del periódico para ver cómo reaccionaba siendo el centro de atención. En lugar de eso, estaban compartiendo confidencias. Y pensando lo impensable sobre la última mujer con la que mantendría una relación.


–La terraza empieza a llenarse de gente. Será mejor que vayamos a buscar mesa –murmuró, dirigiéndose a la puerta. Necesitaba un momento para calmarse, aunque a menos que se tirase de cabeza al río no iba conseguirlo.


–¿Puedo pedir una hamburguesa, mamá? –preguntó Sofía–. ¿Con queso y todo lo demás?


–Si eso es lo que quieres…


–Todo lo demás menos los pepinillos. Y patatas fritas.


–¿Alguna cosa más?


–Coca-cola.


–Entonces, dos hamburguesas con queso y sin pepinillos, patatas fritas y cocacola.


–¿Puedo ir a ver a los pájaros?


–Pero quédate donde yo pueda verte.


Sofía salió corriendo.


–Estoy sorprendido –dijo Pedro–. No has intentado convencerla para que pidiese algo más sano que una hamburguesa. ¿Qué ha sido de la madre exageradamente protectora?


–Todo el mundo necesita un descanso.


–Tu madre no lo aprobaría.


–Dímelo a mí. El día que cumplí ocho años, mi madre me puso mi mejor vestido para ir a tomar el té a un salón muy elegante. Me dejó elegir a cinco de mis amigas más selectas y nos sentamos a una mesa con un mantel de damasco blanco y cubiertos de plata. El té consistió en sándwiches diminutos y pastelitos de crema que tomábamos con dos dedos –Paula hizo una mueca–. Yo quería comer hamburguesas, hacer el tonto ir en vaqueros… Pero mi madre decía que los vaqueros eran vulgares.

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