lunes, 24 de marzo de 2025

Engañada: Epílogo

 —Pedro Alfonso, ¿Quieres a Paula Chaves como tu legítima esposa para tenerla y protegerla desde hoy en adelante, para lo bueno y para lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?


Los ojos castaños de Pedro no abandonaron el rostro de Paula en ningún momento.


—Sí, quiero —susurró mientras le apretaba con fuerza las manos.


—Y tú, Paula Chaves, ¿Quieres a Pedro Alfonso como tu legítimo esposo, para tenerlo y protegerlo desde hoy en adelante, para lo bueno y para lo malo, en la…?


Incapaz de seguir las palabras en italiano y presa de una enorme emoción, Paula no pudo contenerse más e interrumpió al sacerdote.


—¡Sí, quiero!


Todos se echaron a reír, incluso el mismo sacerdote. Si hubiera habido invitados, seguramente también se habrían echado a reír, pero los únicos presentes en la boda para ser testigos del casamiento eran los tíos de Paula y los abuelos paternos de Pedro. No necesitaron ni quisieron que nadie más estuviera presente. La pequeña capilla del minúsculo pueblo de la Toscana en el que decidieron casarse distaba mucho de la famosa catedral en la que Paula lo abandonó  en el altar, pero ella adoraba la intimidad que les proporcionaba. Lo único que importaba eran las promesas que habían intercambiado y el amor y el compromiso que se tenían el uno al otro. Incluso sus prendas carecían de la pompa y la ceremonia de la primera boda. Ella llevaba un vestido blanco de estilo bohemio, con el cabello suelto y un ramo de girasoles en las manos. El traje de Pedro era también mucho menos formal, aunque tal elegante como siempre. Al sentir que él le deslizaba la alianza en el dedo, ella sintió que se le henchía el corazón de felicidad, una felicidad que se acrecentó aún más al ver que la expresión de los ojos de Enzo cuando ella le colocó la alianza era la misma que la suya.


—Te amo —susurró él.


A Paula le resultó imposible contener tanta felicidad. Rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó. Él le devolvió el beso con tanto entusiasmo que la levantó del suelo. Cuando por fin estuvieron casados a los ojos de Dios, salieron de la capilla y encontraron que una pequeña cantidad de curiosos los esperaba a la puerta. En la distancia, un único reportero trataba de acercarse a la capilla para fotografiarlos. Considerando la discreción con la que Pedro había organizado la boda, ella tuvo que admirar la tenacidad del periodista. Ella había insistido en que distribuyeran un breve comunicado de prensa en el que culpaban a los nervios de Paula como causa de la cancelación de la primera boda. Sería capaz de mentir mil veces para evitarle a Pedro más humillaciones. El comunicado terminaba con su intención de notificar la nueva fecha en cuanto la tuvieran. De eso hacía ya diez días y, a pesar de que los periodistas no habían dejado de acosarlos, habían logrado su propósito de casarse en la intimidad, a pesar de la presencia de aquel único reportero. Paula rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó, concediendo la fotografía que el periodista buscaba. Después de todo, sentía que se lo había ganado.




Cinco años más tarde…


La pequeña Olivia, de tres años, fue la primera que se percató de la llegada de su abuela. Salió corriendo de la casita de juegos que tenía en el jardín y que era casi del mismo tamaño que la casa en la que Paula había pasado su infancia y echó a correr para arrojarse en brazos de su abuela.


—¡Nonna!


Paula y Pedro intercambiaron la habitual mirada de asombro al ver cómo la elegante Ana permitía que su nieta la llevara a su casita para jugar. Había llegado a la fiesta del aniversario de boda con cinco horas de adelanto para cuidar de la pequeña Olivia mientras ellos  supervisaban los preparativos. Habían retomado la relación con ella días después del nacimiento de la pequeña Olivia, cuando la tristeza de Paula porque sus padres no hubieran podido conocer a su primera nieta competía con la inmensa alegría de ser madre de una preciosa niña. Olivia solo tenía una abuela con vida y, de repente, a ella le pareció inmensamente cruel que la pequeña no llegara a conocerla. No se atrevería nunca a decir que el nacimiento de la niña había suavizado la actitud de Pedro hacia su madre, pero, fuera como fuera, había accedido a dejar el pasado atrás y a permitir que Ana volviera a formar parte de sus vidas. Nadie hubiera podido imaginar, y mucho menos la propia Ana, que Olivia mostrara un apego tan profundo por su abuela casi desde el primer momento. Estaba tan a gusto en sus brazos como en los de sus padres. Cuando le dedicó a Ana la primera sonrisa, la egoísta ladrona de joyas se enamoró perdidamente de su nieta. Ver cómo la italiana se arrastraba por el suelo con su inmaculado traje de alta costura y su impoluto peinado detrás de su nieta era algo de lo que jamás se cansarían de ver. Aunque Paula sabía que a Pedro le costaba perdonar y olvidar, sabía que él había comprendido el mérito de su hija al provocar un cambio tan radical en Ana. 


Dado que Olivia estaba perfectamente atendida y que los miembros del catering que habían contratado se estaban ocupando de transformar el jardín y la piscina en una escena de cuento de hadas, Rebecca estuvo encantada de escaparse con su marido al dormitorio para buscar un poco de intimidad. Pedro fue muy delicado con ella dado que Paula estaba embarazada de ocho meses. Ella casi no se podía creer que hubieran pasado cinco años desde que se casaron. Habían sido los más felices de su vida y ellos nunca dejaban de celebrar el aniversario. Normalmente, era una fiesta mucho más íntima, pero aquel año habían decidido celebrar la fiesta que no tuvieron en su día, dado que se casaron prácticamente en secreto. Más tarde, cuando la fiesta estaba en todo su apogeo y Olivia ya estaba medio dormida en el regazo de Ana, Paula se alegró de que hubieran celebrado su aniversario de una forma tan especial. Habían acudido muchos familiares y amigos desde el Reino Unido y ninguno de ellos parecía estar cohibido en absoluto por el renombre de alguno de los invitados. No pudo evitar soltar una carcajada al ver cómo un miembro de la Casa Real griega flirteaba descaradamente con una de sus primas. El aristócrata y la peluquera… No pudo contener una carcajada.


—¿De qué te ríes? —le susurró la aterciopelada voz de Pedro al oído.


Ella se giró hacia él y sonrió, pero, antes de que pudiera explicarse, el DJ pinchó una canción que le aceleró los latidos del corazón. Era su canción… Pedro extendió la mano hacia ella. Paula entrelazó los dedos con los de él y, de buen grado, aceptó que él la ayudara a levantarse. A pesar de su avanzado estado de gestación, los dos acudieron a la pista de baile. Ella abrazó al hombre que jamás le había dado motivo para que se arrepintiera de haberse casado con él.


—Te amo —murmuró poniéndose de puntillas para darle un beso en los labios.


—Mi amore…


De soslayo, Paula vió que Olivia tenía los ojos abiertos y que, con el pulgar en la boca, los observaba con un cierto anhelo. Entonces, apartó un brazo del cuerpo de Pedro y, con la otra mano, llamó a su hija para que se uniera a ellos. Olivia no necesitó que se lo repitiera dos veces. Saltó del regazo de Ana y echó a correr hacia la pista de baile. Entonces, entrelazó las manos con su madre y su padre. Los tres bailaron juntos hasta que los piececitos de la niña no pudieron bailar más.










FIN

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