La historia ocupaba la portada entera. "Magnate de las joyas abandonado en el altar". Además, del titular, había dos fotografías. Una de ellas era algo borrosa y se podía apreciar a Paula montándose en la Vespa de su salvador. La otra era un primer plano de Pedro en los escalones de la catedral, con la mirada fija en el horizonte, buscándola a ella. Sus hermosos rasgos no revelaban nada, pero sus ojos… Había una expresión salvaje en ellos. Le pareció encontrar en ellos un profundo sufrimiento. Incapaz de soportar aquella imagen, cerró la página y respiró profundamente. ¿Qué había hecho? Un momento, ¿cómo que qué había hecho? ¿De verdad se había olvidado ya que todo aquello era culpa de Pedro? Si él le hubiera dicho la verdad sobre el testamento de su abuelo desde el principio, nada de aquello habría ocurrido. Si se había sentido demasiado decepcionado para hablar con ella al respecto, ¿Por qué no había hecho que sus abogados se pusieran en contacto con ella para explicarle lo ocurrido? Además, todas las excusas que él le había dado solo resultaban plausibles cuando no se trataba de un multimillonario. Pedro se podía permitir el mejor bufete del mundo. Paula jamás podría haber presentado batalla. De repente, un movimiento a sus espaldas la sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y vió el cabello alborotado de Pedro subiendo por las escaleras. No tardó en aparecer en la terraza. Solo llevaba puesto un bañador negro. De todas las mañanas que habían pasado juntos, aquella era la primera que no lo veía completamente vestido. La primera y la última. Tragó saliva y le dedicó una sonrisa. Enzo la miró y respiró profundamente.
—¿Disfrutando de las vistas, señorita Chaves?
—Mucho —susurró ella.
Observó el torso de Pedro y sintió que el pulso se le aceleraba.
Con los ojos brillantes, él se sentó a su lado y estiró las largas piernas.
—Todo el dinero de tu abuelo es ya tuyo, y también la casa. Las acciones te pertenecerán también dentro de unas pocas horas. Cuando los bancos abran, serás lo suficientemente rica como para comprarte una vista como esta donde quieras.
La ira que Paula solía experimentar cuando se mencionaban las acciones se negó a aparecer. No sabía si fue porque comprendía que aquel era el principio del fin, porque seguía viendo la portada de aquel tabloide o por la excitación que sentía en las venas al estar sentada junto a un Pedro medio desnudo. Fuera como fuera, la tempestad parecía haberse calmado. Ya no quería seguir discutiendo.
—No voy a quedarme con nada. No me preguntes por las acciones. Necesito tiempo para pensar lo que voy a hacer con ellas y no puedo hacerlo cuando estoy sentada junto a tí. Sin embargo, sí sé que no me voy a quedar con nada del resto.
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