lunes, 10 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 56

 —Como le pasó a tu familia, mi padre y mis abuelos no tenían dinero de sobra, pero yo nunca pasé hambre o frío. Lo que más recuerdo sobre esos primeros seis años de mi vida era que me sentía seguro y feliz.


No había nada que Paula pudiera decir al respecto. Como cuando le habló de lo ocurrido con su madre, Pedro no esperaba ni compasión ni palabras de apoyo. Él no querría escucharlo, pero a ella le dolía pensar que solo había conocido la seguridad y la felicidad durante los primeros seis años de su vida. Se terminó su capuchino y se preguntó cómo un hombre con tantos principios y con unas ideas tan claras podría haber llegado hasta lo que Pedro había hecho. En realidad, no necesitaba Schulz Diamonds. Tenía dinero de sobra para haber creado una docena de laboratorios. Sin embargo, antes de que pudiera preguntárselo, él extendió una mano y le pasó un dedo por el labio superior.


—Bigote de capuchino —le explicó con una sonrisa. 


Entonces, se metió en la boca el dedo que había utilizado para limpiarle la crema a Paula. Ella ni siquiera podía pensar en la razón por la que aquel pequeño gesto era más íntimo que todo lo que habían hecho en la cama juntos ni por qué le produjo tanta pesadumbre en el pecho.


—Siempre un caballero.


—Siempre —replicó él. Entonces, volvió a extender la mano. — Vamos, señorita Chaves. Tengo una cosa más que mostrarte.


—¿El departamento de tu madre cuando fuiste a vivir con ella? — sugirió ella.


Pedro se inclinó sobre la mesa y la besó.


—Ya sabía yo lo lista que eras…




El tráfico era mucho más denso en aquella segunda etapa de lo que se podía considerar un recorrido por la infancia de Pedro, aunque, por supuesto, mucho menos que un día de diario o un sábado. Aunque mantenía una velocidad segura y adecuada, iba esquivando los coches como un profesional hasta que detuvo la Vespa frente a un edificio mucho más elegante que los que le había mostrado anteriormente. Aquel barrio exudaba riqueza del mismo modo que el anterior había hablado de familia.


—¿Has tenido una Vespa antes?


Eso fue lo primero que le preguntó Paula en cuanto se quitó el casco.


—Muy a pesar de mi madre, sí.


—¿Fue esa la razón de que te la compraras?


—La desaprobación de mi madre era un buen motivo, pero no fue la razón.


—¿Las chicas?


Pedro le golpeó la nariz suavemente con un dedo y sonrió.


—Eres muy lista, señorita Chaves —le dijo. 


Entonces, le agarró la mano y la condujo hasta la puerta de madera, que se abrió como por arte de magia sin que él la tocara.

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