lunes, 24 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 77

Al ver que no obtenía respuesta, fue corriendo hasta el salón. Lo encontró vacío, pero las puertas francesas estaban entreabiertas. Con las mejillas llenas de lágrimas, salió al jardín y buscó en todas direcciones. Entonces, volvió a gritar su nombre una vez más. En aquel momento, en la lejanía, más allá de la piscina y de las pistas de tenis, vió una sombra. Paula no lo dudó. Echó a correr más rápidamente de lo que había corrido en toda su vida. El corazón le latía con fuerza en el pecho y las lágrimas casi le nublaban la vista. Al llegar junto a Pedro, se abalanzó sobre él sin pararse a pensar en lo que estaba haciendo. Si no hubiera sido por la fuerza de él, los dos habrían caído al suelo. Por el contrario, la tomó entre sus brazos y cuando los de ella le rodearon el cuello, la estrechó con fuerza contra su cuerpo. Paula se echó a llorar y solo se dio cuenta de adónde la había llevado él cuando Pedro se sentó con ella aún en brazos en la hamaca en la que habían estado hablando unas horas antes. Paula se acomodó sobre el regazo de Pedro y se apartó de él para mirarlo. Vió que los ojos de él, totalmente enrojecidos, la observaban con incredulidad.


—O he bebido demasiado o eres tú de verdad —musitó él con voz temblorosa.


—Lo siento… Lo siento tanto…


Un maravilloso brillo apareció en los ojos de Pedro. Sacudió la cabeza.


—No, no digas eso. Estás aquí. Eso es lo importante.


Paula le atrapó una mano con las suyas y la apretó contra su pecho, justo en el lugar en el que latía alocadamente su corazón.


—Te amo.


Pedro respiró profundamente y tragó saliva.


—Yo también te amo a tí. Más que a nada en el mundo.


—Lo sé…


—¿De verdad?


Paula sujetó la mano de Pedro contra su pecho mientras que con la otra comenzaba a acariciarle suavemente la mejilla. Sintió el nacimiento de la barba en una mejilla que siempre se había mostrado suave para ella.


—Me lo has demostrado en muchos sentidos —afirmó. Recordó los pequeños gestos, como el de las bolsas de té, y supo que todos juntos contaban mucho más que todos los grandes. —Querer culparte de convertir los últimos cinco meses en una gran mentira no es justo. Yo también tengo mi parte de culpa.


—No. Eso no es cierto. Nada de esto es culpa tuya. Yo soy el único culpable.


—Eso no es cierto, Pedro. Los dos teníamos miedo —afirmó ella con una sonrisa. —Estabas en lo cierto cuando culpaste a mis inseguridades por dudar de tu amor, pero había también otros factores. Tuve dudas desde el principio. Una parte de ellas fue por mis inseguridades, sí, pero es que tú eres tan perfecto… Un hombre guapo, encantador, generoso, rico quería estar conmigo. Sinceramente, eres tan perfecto que Zeus te habría admitido sin dudarlo en el Monte Olimpo.


Pedro dejó escapar una carcajada, pero Paula insistió.


—Sí, eres perfecto y eso me asustaba porque era una perfección con la que yo no podía competir.


—Para mí tú también eres perfecta.


Paula le colocó un dedo sobre los labios para impedirle hablar.


—Calla. Deja que hable. Deja que me saque todo de dentro. Ya me podrás decir luego lo perfecta que soy yo para tí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario