lunes, 17 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 67

Sabiendo que sería un acto infantil negarse después de todas las molestias que Pedro se había tomado para reservarle el vuelo, algo que a ella no se le había ocurrido, Paula se sentó y tomó un sorbo de la ginebra que él le había preparado. ¿Por qué no se le había ocurrido reservar el billete? No se le había pasado por la cabeza, ni siquiera cuando pensó en salir huyendo en medio de la noche.


—¿Tienes hambre? —le preguntó él.


—No.


—Yo tampoco —replicó él. Tomó otro sorbo de whisky, más grande que el anterior, y acunó el valso entre las manos. —¿Y las acciones, Pedro?


Él apretó los labios y se encogió de hombros. Una oleada de sentimientos se reflejó en su rostro antes de que sus rasgos se transformaran en una expresión inescrutable.


—¿Recuerdas que te dije que tu abuelo había rechazado una oferta mucho mejor para su negocio por asociarse conmigo?


—¿Tiene esto alguna relevancia?


—Por supuesto. ¿Acaso no sientes curiosidad por saber la razón por la que tu abuelo escogió la opción más arriesgada asociándose con un joven cuya única joyería sufría pérdidas? Nuestro acuerdo sirvió para pagar sus deudas, pero, si hubiéramos fallado, se habría quedado sin nada.


—Si te soy sincera, no me importa —replicó ella pellizcándose el puente de la nariz. —Probablemente admiraba tu ambición o algo así. Sin embargo, no fallaste así que, ¿Qué importa?


—Yo aún no había demostrado nada, así que, en aquel momento, esa ambición no era más que un sueño. Yo creo que tu abuelo tomó ese riesgo  porque vió en mí la manera de apaciguar su conciencia por lo que le hizo a tu madre.


Paula se puso en pie tan de repente, que empujó la mesa y derramó el gin-tonic por toda la superficie.


—Me dijiste que querías hablar de las acciones y del negocio, no que querías darme una clase de historia.


—En realidad, es lo mismo.


—En ese caso, no quiero escuchar nada.


—Sé que no, pero como tienes la intención de marcharte de mi vida en cualquier momento, te pido que me concedas la cortesía de escuchar lo que tengo que decirte.


—No quiero tener que escuchar justificaciones sobre su comportamiento.


—No hay justificación para algo así. Jamás debería haber obligado a tu madre a elegir ni debería haberla echado de la familia por ello. Lo que le impidió hacer las paces con ella fue su incapacidad de admitir los errores.


Paula decidió que no quería seguir escuchando y se dirigió hacia la puerta.


—Olvídalo. No quiero saber nada de esto.


—Lo sé, pero es necesario.


—No.


Antes de que Paula pudiera llegar a la puerta, Pedro se le adelantó y la bloqueó. Se cruzó de brazos y la miró fijamente. En vez de discutir, ella se dió la vuelta y se dispuso a salir por la puerta francesa que daba al jardín.

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