El comentario de Pedro la irritó. Una fotografía solo era una fotografía para un aficionado; pero ella era una profesional. Su trabajo implicaba preparación, ajustes y variables que, por supuesto, debían estar bajo su control. Miró a Rosa, que se había puesto a descargar la lavadora como si ellos no estuvieran presentes, y consideró la posibilidad de explicárselo a Pedro. Sin embargo, se dijo que el esfuerzo no merecía la pena. Seguramente, lo habría encontrado aburrido. Muy pocas personas entendían su afán por la perfección, que buscaba día y noche y que, a veces, era la única razón que la animaba a levantarse de la cama.
—No tengo ropa adecuada para este tiempo —replicó, echando mano de otra excusa.
Paula no había renunciado a la idea de marcharse. Solo la había pospuesto, y no se quería arriesgar a que un paseo con Pedro, en una motonieve, le complicara las cosas. En cuanto despejaran las carreteras, se iría del rancho y reservaría habitación en alguno de los hoteles del condado. Sabía que su abuela la había enviado a Bighorn con buenas intenciones, pero no necesitaba que cuidaran de ella. Ni que le impusieran la hospitalidad del Oeste durante diez largos días.
—Bueno, estoy seguro de que encontraremos ropa apropiada para tí.
—Pero...
—Deja de buscar excusas —Pedro arqueó una ceja y la miró con ironía—. ¿O es que tienes miedo de subirte en una motonieve?
Paula tragó saliva. Evidentemente, no tenía miedo de subirse en su moto, pero le aterraba la idea de sentarse detrás, pasarle los brazos alrededor de la cintura y apretarse contra él. No era una mujer tímida. No se trataba de eso. Se trataba de que, en el escaso tiempo transcurrido desde su llegada a Bighorn, se había despertado en ella un deseo que ni esperaba ni quería. Cada vez que Blake la miraba a los ojos, sentía un estremecimiento de placer. Cada vez que oía su voz ronca y firme, se le ponían los nervios de punta. Y hasta la terrible cicatriz de su cara le parecía bonita, porque le daba un aire más peligroso. Por muy imperfecto que fuera Pedro Alfonso, lo encontraba sorprendente e inquietantemente excitante. Y, en ese momento, la había desafiado. Pero ¿Qué podía pasar? Solo iban a dar una vuelta y, por otra parte, era verdad que necesitaba un poco de aire fresco. Además, nunca daba la espalda a un desafío.
—Está bien. Te acompañaré.
Él asintió.
—Tengo que ir al granero a terminar unas cosas, pero volveré dentro de una hora. Anna te enseñará la ropa de invierno y te ayudará a elegir.
—Por supuesto —intervino el ama de llaves.
Paula sonrió débilmente y se dijo que, en cualquier caso, el paseo con Pedro sería una ocasión perfecta para anunciarle su intención de buscarse otro alojamiento. Y esa vez sería ella quien se saliera con la suya.
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