lunes, 31 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 12

 —No tiene importancia —dijo Pedro, que dejó su taza en la pila.


—Por supuesto que la tiene —Rosa se giró hacia Hope—. Pedro me hizo el favor de darme un trabajo y, por si eso fuera poco, cuida de Lucas y de mí cuando lo necesitamos. Es un gran hombre.


Paula sintió curiosidad y preguntó:


—¿Qué significa eso de que cuida de ustedes?


—Significa que Pedro es un buen vecino —contestó Rosa.


Paula no pareció entender la respuesta del ama de llaves, así que él se lo explicó.


—Aquí estamos acostumbrados a cuidar los unos de los otros —dijo—. Es lo normal en las montañas.


Las palabras de Pedro la incomodaron. Era una mujer independiente, y le gustaba serlo. Confiaba en sus manos y en sus habilidades, y rechazaba la idea de apoyarse en otros porque, según su experiencia, implicaba que se sintieran con derecho a entrometerse en asuntos que no les concernían. Pero Paula no había sido siempre una desconfiada. De hecho, estaba allí porque se lo había pedido su abuela, la mujer que había cuidado de ella y de sus hermanas cuando sus padres se divorciaron; la mujer que la había visto hundirse a los dieciocho años, cuando suspendió sus exámenes y perdió la beca; la mujer que la había ayudado a levantarse y le había pagado los estudios con el poco dinero que tenía. Estaba allí precisamente porque confiaba en algunas personas. De lo contrario, no habría puesto un pie en Bighorn.


—Hay algo que no entiendo —dijo, haciendo un esfuerzo por sonreír—. Si todas las carreteras están cortadas, ¿Cómo has llegado aquí, Rosa?


—En mi motonieve —contestó ella.


—Ah...


—Hablando de motonieves —intervino Pedro—, voy a sacar la mía para ir a buscar un árbol de Navidad. Hoy no tenemos clientes, así que es la ocasión perfecta. Si quieres, puedes venir conmigo. Así verías el rancho y tomarías un poco de aire fresco.


Paula miró a Pedro. Se había apoyado en la encimera, y parecía el hombre más relajado del mundo. En cambio, ella se sentía completamente atrapada, porque se había quedado entre Rosa y las piernas de su anfitrión, que bloqueaban la salida.


—No sé —dijo, buscando una excusa—. Se supone que debería hacer fotografías.


—Pues trae tu cámara. Te llevaré a un sitio desde donde se ven todas las montañas. Y seguro que están preciosas con la nieve.


Ella no sabía qué hacer. Intentaba convencerse de que quedarse a solas con Pedro no era una perspectiva tan terrible, pero no lo tenía nada claro.


—Yo no hago fotos de paisajes —dijo con desesperación.


—Oh, vamos... Una fotografía es una fotografía —alegó la fuente de su incomodidad—. No creo que sea muy distinto.

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