Tomaron asiento en la terraza y esperaron a que el adormilado camarero fuera a tomarles nota. Paula sentía una profunda energía y no podía parar de sonreír. Era como si todo su ser hubiera recibido ya una inyección de cafeína. Todo le parecía más hermoso y nítido. Pedro estuvo leyendo mensajes hasta que el camarero les llevó el café y los dulces que habían pedido. Entonces, señaló un edificio de cinco plantas que había al otro lado de la calle.
—Ahí era donde vivía con mi padre.
Sorprendida por aquella inesperada revelación, Paula trató de leer su mirada bajo las oscuras gafas de sol. No tardó en rendirse. Decidió entonces dedicar su atención al bloque de viviendas que Pedro le había indicado.
—¿En qué departamento?
—El que hay justo enfrente. El del tercer piso por encima de la pizzería. Cuando yo era niño, había una tienda de ultramarinos —dijo. — El dueño me regalaba una manzana todas las mañanas cuando iba al piso de mis abuelos.
—¿Cuál era el suyo?
—El del primer piso, encima de la floristería. Tenían un patio para todo el bloque en el que yo iba a jugar. Yo era muy pequeño, pero había un tobogán y un columpio y yo me peleaba con los otros niños para que me dejaran subirme en ellos.
Paula cerró los ojos y aspiró lentamente. Trató de imaginarse a un Pedro de pocos años tirándose por un tobogán. Hacía solo un día que sabía que él se había pasado los primeros seis años de su vida viviendo con su padre. Y solo faltaban unas pocas horas para que hiciera exactamente un día desde que la madre de Pedro había arrojado la bomba que había cambiado su mundo por completo.
—¿Por qué me enseñas todo esto?
—Porque quería que vieras de dónde vengo antes de que te marches para siempre. Y porque se lo debo a mi padre. Jamás debí menospreciar el papel que él y mis abuelos representaron en aquellos primeros años de mi vida. Otra cosa de la que lamentarme —añadió con una triste sonrisa. — Aún puedo escuchar su voz regañándome por haber intentado subirme a la balaustrada del balcón y el olor del disolvente que utilizaba para limpiar sus brochas. Sin embargo, su rostro desapareció para mí hace mucho tiempo. No importa que me pase una hora mirando una fotografía para tratar de fijar su rostro en mi pensamiento. Al día siguiente se me ha vuelto a borrar de nuevo. Ahora, tengo que seguir viviendo, sabiendo que lo alejé aún más de mí por conseguir mis propios fines. Y a mis abuelos también. Me dijeron muchas veces que querían conocerte antes de la boda. Y yo no hice más que inventarme excusas.
—No podías arriesgarte a que ellos me contaran la verdad sobre tus primeros años…
—Sí —dijo Pedro.
En aquella ocasión, Paula pudo ver sus ojos a través de los oscuros cristales de las gafas y comprobó que parecía muy arrepentido.
—Después de que me marchara a vivir con mi madre, los ví muy poco. Sin embargo, durante los primeros seis años de mi vida fueron una presencia muy importante para mí. Mi abuela me recogía del colegio todos los días y me cocinaba siempre mis platos favoritos. Crees que Eduardo prepara una melanzane alla parmigiana, pero te aseguro que nadie la hace tan buena como ella.
Paula tardó unos instantes en darse cuenta de que Pedro estaba hablando de la berenjena con queso que a él tanto le gustaba.
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