viernes, 14 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 64

Paula se dió cuenta de que estaba tratando de provocarle. Quería que él se defendiera, la gritara, le dijera que era una mujer cruel y le diera un motivo para odiarle y detener así el horrible y desesperado anhelo que le pedía insistentemente que no se marchara de allí.


—Para serte sincera —prosiguió, —no me importa por qué le hiciste esa confesión o las razones de tu madre. Simplemente le estoy muy agradecida de que lo hiciera para dejar al descubierto al mentiroso que eres y haya impedido así que yo cometa el mayor error de mi vida. Los dos son tal para cual. En serio, Pedro. No le retires la palabra. Se merecen el uno al otro.


Tanto ímpetu había puesto Paula en sus palabras que no se había dado cuenta de que los ojos de Pedro estaban sin vida en aquel momento. Sus rasgos se habían convertido en un lienzo en blanco en el que no había sentimiento alguno. Ella solo se percató cuando sintió que la envolvía el silencio más imponente de su vida. El aire se tensaba entre ambos y sintió que cualquier movimiento lo haría restallar. Contuvo el aliento al ver que, por fin, él parecía reaccionar. Se levantó de la cama y recogió sus calzoncillos.


—Vístete —le dijo secamente. —Volvemos a mi casa.


El trayecto de vuelta fue tan diferente al de ida como la noche al día. Aquella mañana se habían dirigido al centro de la ciudad con alegría, pero, mientras regresaban a la mansión de Pedro, el estado de ánimo era muy diferente. Más oscuro. Él no había vuelto a hablar desde que le dijo a Paula que se vistiera. Ella lo hizo en el cuarto de baño. Mientras se recogía el cabello, las manos le temblaban. Cuando regresó al dormitorio, Pedro ya no estaba allí. Lo encontró en la cocina, bebiendo un vaso de agua y mirando por la ventana. Cuando se volvió hacia Paula, ella levantó la barbilla y contuvo el aliento para prepararse para lo que vería en su mirada. Sin embargo… no encontró nada. De repente sintió miedo de lo que él podría estar ocultando bajo aquella mirada vacía y se giró para mirar por la ventana. Fue entonces cuando vió lo que él había estado mirando. Le resultó increíble que no se hubiera dado cuenta antes. La ventana de la cocina daba a la catedral donde Paula le había abandonado en el altar. La catedral en la que ella lo había humillado delante de todo el mundo. Cuando llegaron por fin a la mansión, tras tomar el pequeño atajo que les evitaba entrar por la puerta principal, donde les esperaban los paparazis, ella se sentía profundamente culpable.

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