—Por lo visto, tu abuela también está dispuesta a hacer cualquier cosa por tí.
Paula hizo caso omiso del comentario.
—Mira, haré las fotografías que me he comprometido a hacer, pero no necesito ningún tipo de rehabilitación. Como tú mismo puedes ver, estoy en perfecto estado.
Él volvió a admirar sus pechos y su estrecha cintura. Desde luego, no podía negar que su afirmación era exacta.
—Bueno, tu abuela no dijo que tengas ningún problema físico. Pero insinuó que tienes uno de carácter emocional.
Pedro supo entonces que su abuela estaba en lo cierto. Lo supo por el destello de dolor y de temor que iluminó los ojos de Paula durante un momento, antes de que volviera a recobrar el aplomo.
—Pues se equivoca. ¿Cómo puede decir eso? No nos hemos visto en más de dos años —Paula se cruzó de brazos—. Lo siento, Pedro, no necesito tu ayuda.
Él no quiso presionarla, así que se encogió de hombros y dijo:
—No hay nada que sentir. Yo ya tengo bastante con las fotografías que vas a hacer... Y, en cuanto a lo demás, quién sabe. La tranquilidad de Bighorn puede hacer milagros con cualquiera. Pero solo soy un ranchero, Paula. No tengo ninguna intención de meterme en asuntos que no son míos.
Pedro fue completamente sincero con Paula. De hecho, aquella situación le incomodaba tanto que estaba decidido a mantener las distancias. Pero sus palabras tuvieron un efecto contrario al que pretendía y, en lugar de tranquilizarla, la pusieron más tensa.
—En ese caso, será mejor que me vaya y me aloje en otro lugar. Me iré mañana mismo —anunció ella.
Paula lo dijo con tanta arrogancia que ofendió a Pedro. Podía entender que estuviera enfadada con su abuela, y hasta comprendía su incomodidad. Pero eso no le daba derecho a ser tan maleducada.
—Como quieras —replicó, negándose a morder el anzuelo.
Ya tenía demasiados problemas como para preocuparse también por una mujer que ni siquiera quería estar allí. Molesto, sirvió las patatas y dejó el asado en el centro de la mesa. Luego, esperó a que Paula se sentara y alcanzó un cuchillo de trinchar. No iba a permitir que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Las Navidades estaban cada vez más cerca, y tenía muchas cosas que hacer. Para empezar, asegurarse de que los niños se llevaran un buen recuerdo de su estancia en Bighorn y pintar el trineo que estaba esperando en las caballerizas.
Paula se estiró en la cama y, tras frotarse los ojos, miró el reloj. Eran las siete y media de la mañana, lo cual significaba que había dormido diez horas. Su plan nocturno había salido sorprendentemente bien. En lugar de acostarse después de la cena, había encendido el portátil y se había puesto a trabajar, con intención de quedarse agotada y dormir de un tirón. Además, así no tendría tiempo de pensar ni de sentir. Y, de paso, haría algo productivo. Se levantó y caminó descalza por el frío suelo hasta llegar a la ventana del dormitorio. Le había parecido que la luz tenía una intensidad extrañamente mate, y comprendió el motivo en cuanto se asomó. Todo estaba lleno de nieve, desde las ramas de los árboles hasta las cercas, pasando por el granero.
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