lunes, 31 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 14

Pedro le pasó un casco y la miró mientras ella se lo ponía, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Seguramente, tenía miedo de que se le estropeara el peinado.


—Bájate el visor cuando nos pongamos en marcha. De lo contrario, te dará el viento y la nieve en la cara —le advirtió.


Rosa le había prestado ropa de esquí, unas botas de invierno y unos guantes. Paula tenía un aspecto muy distinto. Casi accesible. Y Pedro estaba encantado de verla fuera de su zona de seguridad y sin el escudo tras el que se ocultaba, como había descubierto la noche anterior: su trabajo.


—¿Preparada?


—Sí.


Se subió a la motonieve, arrancó y mantuvo una velocidad baja durante unos momentos, para que se acostumbrara. Ella cerró las piernas sobre sus caderas, y él tragó saliva y se preguntó si había hecho bien al invitarla. Entonces, Paula le puso las manos en los costados. Pedro se excitó inmediatamente. Y se maldijo a sí mismo por excitarse. ¿Por qué se sentía atraído por ella? No tenía ningún sentido. Una mujer como ella no se interesaría jamás por él. Eran de mundos distintos. Él llevaba una vida sencilla, en el campo; y ella era una chica de ciudad de los pies a la cabeza. De esa atracción no podía salir nada bueno.


—Agárrate bien —le ordenó.


Súbitamente, Pedro aceleró la motonieve y la dirigió hacia lo alto de una elevación. Había dejado de nevar, aunque aún caían algunos copos solitarios que se asentaban suavemente en el blanco manto que lo cubría todo. En verano, cuando hacía buen tiempo, montaba a caballo y recorría las montañas en busca de un poco de paz; pero, en invierno, usaba alguna de las motonieves de Rosa y de Lucas. Al llegar a lo alto, bajó la velocidad y detuvo el vehículo junto a una formación rocosa. Después, apagó el motor y bajó. Habían llegado a su lugar preferido, al sitio adonde iba con Pablo cuando eran niños. Como muchos gemelos, habían sido inseparables. Hacían fuego, buscaban cobijo a la sombra de la formación rocosa, extendían los sacos de dormir y pasaban la noche al raso, hablando de hockey, del rancho y, cuando fueron mayores, de chicas. Pero Pablo había muerto, y Pedro ya solo iba a solas. A veces, iba a recordar y, a veces, a disfrutar de las impresionantes vistas, cuya belleza lo ayudaba a afrontar sus problemas con más perspectiva, porque era difícil no sentirse pequeño ante algo tan grande y maravilloso. Se giró hacia Paula y la miró con intensidad. Él era el primer sorprendido con aquella situación. La había invitado sin pensarlo, de forma impulsiva; tal vez, por el fondo de vulnerabilidad que había creído ver en ella. En cualquier caso, había hecho lo correcto. No se podía ir sin invitarla. Habría sido tan poco hospitalario como poco caballeroso, y a él le gustaba pensar que sus padres no se habían esforzado en vano al darle una buena educación.


—Qué bonito —dijo Paula.

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