viernes, 14 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 61

Ninguno de los dos movió ni un solo músculo durante un largo periodo de tiempo. Ninguno de los dos habló. El único sonido que se escuchaba en la habitación era el de sus agitadas respiraciones. Y un reloj. En algún lugar de la estancia, había un reloj que marcaba los segundos que pasaban. Paula sentía los latidos del corazón de Pedro contra su pecho. Se dió cuenta de que estaba apretado contra el suyo. Sintió los últimos temblores de su orgasmo dentro de ella, al mismo tiempo que el suyo moría en los espasmos finales. La humedad de la piel de Pedro era también idéntica a la que había sobre la de ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Lo único que oía en aquel momento era el reloj, dando la hora. Mientras pasaban los segundos, pensó en lo fácil que sería quedarse así y sentir aquella sensación de plenitud durante el resto de su vida. Sin embargo, desgraciadamente no sería para el resto de su vida. Se pasaría el tiempo que estuvieran juntos pensado en la verdad, esperando que él sacara el tema de las acciones, siempre temiendo que llegara el día en el que se cansara de ella y ya no le importara nada de lo que Paula pensara. Como si en realidad le importara a Pedro lo que ella pensara en aquellos momentos. ¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿Cómo iba a encontrar algo parecido a la felicidad y la plenitud con un hombre en el que nunca podría confiar? Además, aquella plenitud era solo sexo. Un sexo perfecto, hermoso, desesperado. Debía de estar perdiendo la cabeza. No había otra explicación. De alguna manera, el tictac del reloj se hizo más fuerte. ¿Cuánto tiempo les quedaba ya? ¿Tres horas? ¿Dos? Incapaz de seguir soportando sus torturados pensamientos, ahogó un sollozo y buscó algo que pudiera decir para romper aquel horrible silencio, pero que fueran palabras que no traicionaran el tumulto de sentimientos que estaba experimentando.


—¿Hay algún motivo especial para que Robina mantuviera esta habitación como si fuera una cápsula del tiempo?


El silencio se extendió unos segundos más hasta que, por fin, Pedro respondió.


—No que yo sepa —dijo. 


Se apartó de ella un poco, lo justo para que Paula pudiera respirar con comodidad.  Entrelazó los dedos con los de ella y se llevó la mano a los labios. Paula sintió que otro sollozo amenazaba con liberarse, pero luchó todo lo que pudo por contenerlo.


—¿Acaso creía que volverías a vivir aquí con ella?


—Hace mucho que he dejado de intentar saber lo que le pasa a mi madre por la cabeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario