El interior del edificio era incluso más elegante que el exterior. El vestíbulo estaba decorado en tonos blancos y dorados. Una mujer de aspecto severo y cabello negro como el azabache, que seguramente debió de abrir la puerta a Pedro, lo saludó con familiaridad y comenzó a hablar rápidamente con él en italiano. Pedro le respondió a la misma velocidad y, antes de que Paula supiera lo que estaba ocurriendo, él la indicó el camino al ascensor.
—¿Vamos a subir al departamento? —le preguntó ella mientras entraba en el interior.
Pedro apretó el botón.
—Aún le pertenece a mi madre. Te habría enseñado también el de mi padre, pero está alquilado y no creo que a los actuales inquilinos les hubiera hecho mucha gracia que los despertara un desconocido el domingo por la mañana porque quería enseñárselo a su…
Pedro se interrumpió en seco mientras las puertas se cerraban. Se quedó en silencio unos segundos antes de sacudir la cabeza y soltar una carcajada.
—¿Sabes una cosa? No tengo ni idea de cómo referirme a tí.
Paula se miró las manos. Observó el lugar donde debería estar su alianza de boda y también el dedo en el que había llevado el anillo de compromiso. Se dió cuenta de lo mucho que echaba de menos a su esposo.
—No importa cómo te refieras a mí —le dijo con toda la despreocupación que pudo reunir. —Me iré dentro de cuatro horas.
Por suerte, no tuvo que escuchar la respuesta de Pedro dado que las puertas se abrieron. Paula salió a un pequeño rellano en el que había dos puertas. Pedro apretó el pulgar sobre el mecanismo de la puerta que había a la izquierda. La luz se volvió verde y él pudo abrir la puerta.
—No está dentro, ¿Verdad? —dijo Paula. De repente, se sintió muy nerviosa.
—No estaríamos aquí si ella estuviera dentro —replicó él secamente.
—¿Has estado en contacto con ella?
—Solo para decirle que se mantenga lejos de mi vida.
—¿No piensas perdonarla?
—Nunca.
—Nunca es mucho tiempo.
De repente, Pedro se volvió para mirarla a ella. Lo hizo muy fijamente con sus hermosos ojos castaños.
—¿Y tú? ¿Me vas a poder perdonar alguna vez a mí?
—Es diferente —replicó ella.
—¿Sí? ¿Acaso crees que no sé que estas son las últimas horas que voy a pasar contigo? Es imposible retomar la relación con mi madre, como es imposible también contigo. No espero tu perdón, cara. Lo único que espero es que te marches de Florencia sabiendo a ciencia cierta que lo que te hice nunca tuvo nada que ver contigo y eso es algo de lo que me lamentaré hasta el fin de mis días. Sin embargo, a ella no puedo perdonarla. Mi madre me traicionó por venganza y lo hizo de la peor manera posible.
—¿Porque sabía que sufrirías una humillación pública? —susurró ella tras tragar saliva.
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