lunes, 3 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 48

A Paula le habría gustado añadir que no había nada que comprender, pero una sensación parecida al pánico se apoderó de su garganta y le impidió formar las palabras.


—Claro que sí. Hay mucho que comprender. Si pudieras ver el interior de mi cabeza y de mi corazón, sabrías que las inseguridades que hicieron que te cuestionaras por qué un hombre como yo desearía a una mujer como tú no tienen fundamento alguno.


Pedro había dicho las palabras necesarias para impedir que el pánico se apoderara de ella, pero Paula lo interrumpió con una carcajada llena de ironía.


—Pedro, ¿Se te ha olvidado que sé exactamente por qué un hombre como tú desea a una mujer como yo? Lo organizaste todo entre nosotros para que pudieras echarles tus sucias zarpas a las acciones de mi abuelo.


—Eso solo cuenta para cómo empezó nuestra relación. Si no hubiera tenido tanto miedo de perderte, te habría dicho la verdad hace ya mucho tiempo —le dijo, tras colocarle un dedo en los labios que impidiera que Paula volviera a interrumpirlo. —Sé que todo ha terminado entre nosotros. Sé que, en cuestión de horas, vas a marcharte de mi vida para siempre y que nada de lo que yo pueda decirte hará que cambies de opinión. No voy a ir en contra de mi palabra para decirte cómo me siento al respecto, pero si tú no tuvieras las inseguridades que te hicieron sentir que no eras lo suficientemente buena para mí, yo no tendría que decírtelo. Ya lo sabrías. Me habrías dejado en el altar de todas maneras y querrías castigarme por ello, pero no habrías dudado de mí. Esas inseguridades vienen de alguna parte. 


Paula le obligó a apartar el dedo.


—Buen intento. Si yo estuviera escribiendo un informe para uno de mis alumnos, diría que tienes imaginación, pero que te dejas llevar demasiado por ella.


Pedro entornó la mirada. Durante un largo instante, la miró con la inmovilidad de una estatua. A Paula le costó mucho mantener la mirada y la impasibilidad de su propio rostro. Entonces, él le dedicó una mirada de incredulidad y sacudió ligeramente la cabeza.


—Si crees que te he dicho todo esto con la esperanza de conseguir que cambies de opinión, acabas de demostrar lo que te he dicho. Paula, tú para mí vales más que nada. Daría mis propias acciones para conseguir que me creyeras.


Paula sintió un profundo alivio al volver a pisar un terreno con el que estaba familiarizada. Sonrió. Si Pedro quería seguir jugando, no le importaba. Era mucho mejor que cuando trataba de diseccionarla.


—Venga. —¿Quieres todas las acciones?


—No especialmente. No sabría qué hacer con ellas, pero puedes dármelas para ver si con esto consigo creer que, por arte de magia, sientes por mí algo más allá del deseo.


Mucho mejor. Por fin había recuperado el control. El pánico se había reducido al mínimo. Un brillo se reflejó en los ojos de Pedro. Cuando habló, su voz portaba un lascivo magnetismo que le humedeció a Paula de nuevo la entrepierna.


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