De alguna manera, Paula consiguió llegar hasta la puerta principal sin tambalearse. Las piernas la sostuvieron. Todas sus posesiones a excepción de su bolso y sus sandalias habían desaparecido. Supuso que Luis las había metido ya en el coche. Se frotó los ojos y se puso las sandalias. Debería haber dejado los botines. Tendría que rebuscar en la maleta antes de facturarla para que los pies no se le enfriaran. Odiaba tener los pies fríos. Lo último que hizo antes de abandonar la mansión de Pedro fue sacar las gafas de sol del bolso y ponérselas. El sol resultaba abrasador a aquella hora. Atravesó la puerta y comenzó a andar con cuidado para no caerse. Antes de que llegara al coche, los flashes de las cámaras comenzaron a tomarle fotografías desde el otro lado de la verja de entrada. Sin embargo, ella apenas se percató, como tampoco lo hizo de los gritos con los que los periodistas trataban de atraer su atención. El chófer salió y le abrió la puerta trasera. Cuando Paula se hubo acomodado en su interior, el vehículo comenzó a avanzar lentamente hacia la verja. Esperó unos instantes hasta que esta se abrió y después la atravesó. Las lentes de las cámaras trataban de enfocarla mientras los flashes volvían a dispararse una y otra vez. Por suerte, los cristales tintados del coche impidieron que pudieran tomar imagen alguna. De repente, todo quedó atrás. Las cámaras desaparecieron a medida que el automóvil fue tomando más velocidad. Rebecca, por fin, se marchaba a casa. Apretó la mejilla contra la puerta y cerró los ojos. Una lágrima se deslizó por debajo de las gafas de sol y le cayó hasta la barbilla. Cuando se la secó, otra más siguió el camino de la anterior. Las gafas de sol no tardaron en estar tan empapadas que tuvo que quitárselas. A medida que recorrían los kilómetros y se alejaba más de Enzo, mayor era la angustia que le atenazaba el corazón. Vió el cartel que indicaba el aeropuerto y se preguntó en qué aerolínea le había reservado Pedro el asiento. Conociéndolo, seguramente en la más lujosa y, por supuesto, en primera clase.
En menos de cinco horas, deberían haber estado tomando el avión privado de Pedro para trasladarse a Mauricio para pasar la luna de miel. Él había sugerido aquella isla porque era un paraíso que nunca había visitado antes. Había querido que ambos experimentaran aquel lugar por primera vez juntos. A Paula no le había importado el destino mientras los dos estuvieran juntos. Se apretó los dedos contra la frente y trató de borrar sus pensamientos. ¿Qué ocurriría con las maletas que ella había preparado para la luna de miel? Luis se las había llevado, así que podría ser que estuvieran en el coche… En cuanto se le formó aquel pensamiento, recordó la imagen de Pedro contra el umbral de su dormitorio. Se reía por la cantidad de ropa que ella estaba tratando de meter en las maletas abiertas.
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