miércoles, 19 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 73

Con eso, Pedro se tomó por fin el vodka de un trago. Chascó los labios y se limpió la boca con el reverso de la mano. Completamente anonadada, Paula tardó un instante en recuperar la voz.


—Sinceramente, no me puedo creer lo que estoy escuchando. No estaba buscando una excusa para nada. No me puedo creer que me estés culpando a mí de tus mentiras. Renuncié a todo por tí. Jamás te habría dejado.


—No te estoy culpando de nada, cara. Todo esto es culpa mía. Yo lo creé todo y ahora tendré que vivir con las consecuencias durante el resto de mi vida —dijo. Entonces, estiró el brazo y miró el reloj. —Es casi la una. Deberías marcharte. Mi chófer te está esperando. Dile que no atropelle a ningún periodista a la salida. Es un excelente chófer y no me gustaría perderlo porque tuviera que ir a la cárcel.


Pedro estiró el brazo y estuvo a pocos milímetros de rozar a Paula. Por fin, agarró la botella de vodka.


—Por favor, Paula. Ya es hora de que te marches. Perdóname por no acompañarte a la salida, pero jamás me ha gustado el masoquismo.


Pedro destapó la botella, pero, antes de que pudiera servirse un poco más de vodka, Paula se la arrebató.


—Para seguir bebiendo tendrás que esperar un poco. Primero quiero que me digas por qué pensabas que estaba buscando una razón para dejarte. Sinceramente, es lo más ridículo que he escuchado en toda mi vida. Estaba loca por tí.


—Excelente uso del pasado de indicativo —murmuró él.


—¿Y qué esperabas? Has destruido mi confianza. Daría cualquier cosa por olvidarme de todo esto y volver a confiar en tí, pero no puedo.


—No puedo culparte, pero, más que no puedas, lo que creo es que no quieres —afirmó Pedro. Volvió a tomar la botella y se sirvió otro generoso vaso de vodka, que no tardó en llevarse a los labios. —Vete, Paula. Ya he dicho todo lo que tenía que decirte. Márchate y déjame que beba a gusto.


La furia se apoderó de ella. Antes de que Pedro pudiera beber, le dió un manotazo en el vaso y derramó todo el licor sobre la camiseta que él llevaba puesta.


—No me digas lo que crees que quiero decir. Dije que no puedo y es que no puedo. Ahora, quiero que me digas de dónde has sacado la idea de que yo estaba buscando una excusa para dejarte.


Pedro apretó la mandíbula y se sacudió la camiseta. Sin decir palabra, se sirvió otro vaso y se lo tomó de un trago. Cuando se giró hacia ella de nuevo para mirarla, había un brillo peligroso en sus ojos.


—No poder es una excusa. No querer es algo sincero. Siempre has dudado de mis sentimientos por tí.


—¡Y no parece que me falten motivos!


Pedro se acercó a ella y la miró fijamente.


—Te amo. Siempre te he amado. Y siempre te amaré. Sería capaz de andar por encima de cristales rotos si con ello consiguiera que me des otra oportunidad. Sin embargo, no lo vas a hacer porque tienes miedo. De esto traté de hablarte anoche, pero no quisiste escucharme. Nunca creíste en mi amor porque tus propias inseguridades te hacen dudar demasiado de tí.

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